Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 2 — Sus ojos sobre mi piel
La lluvia aún goteaba de sus ropas cuando cruzaron el umbral de la casa. No era una mansión lujosa como las de las revistas, pero sí una residencia amplia, moderna, con pisos de madera oscura y luces cálidas que contrastaban con la tormenta de afuera.
Apenas entraron, las empleadas se acercaron nerviosas, con toallas en las manos.
—Señorita Yuwei… —dijo una de ellas, temblando—, debe cambiarse enseguida o se va a enfermar.
Pero antes de que pudieran tocarla, Zhao Lian alzó la voz.
—Yo me encargo.
El silencio cayó de golpe. Las mujeres se apartaron al instante, bajando la mirada. Nadie se atrevía a contradecirlo.
Zhao Lian no la soltó ni un segundo. La bajó de su hombro solo para tomarla en brazos, como si fuera de cristal, sujetándola con firmeza pero con una suavidad extraña en un hombre como él. Subió las escaleras despacio, cada paso retumbando en el pasillo vacío.
Yuwei lo miraba desde abajo, con el cabello pegado a la cara y las pestañas aún cargadas de gotas de lluvia. No se movió. No luchó por soltarse. Se dejó llevar, acunada en sus brazos, sintiendo cómo su calor atravesaba la tela húmeda de la ropa.
Él no dijo nada. Solo caminó recto, con la mandíbula tensa y los ojos fijos en el camino, como si cargarla fuera la única cosa que tenía sentido en ese momento.
Al llegar al segundo piso, abrió la puerta de la habitación de Yuwei con un empujón y entró. El cuarto olía a madera fresca y a perfume suave. La colocó sobre la cama con un cuidado casi reverencial, como si no quisiera quebrarla, aunque por dentro su rabia y obsesión lo devoraban.
La lluvia seguía golpeando las ventanas, pero ahí dentro, todo lo que existía era el peso de su mirada sobre ella.
(POV: Yuwei)
—Tío… voy a ducharme —murmuré apenas él me dejó en la habitación.
No contestó. Solo se sentó en el sofá de la esquina, con los codos sobre las rodillas y la mirada fija en el suelo, como si estuviera conteniendo algo dentro de sí.
Entré al baño y dejé que el agua caliente me recorriera la piel. El vapor empañó el espejo, pero no borró mis pensamientos.
Antes, en mi otra vida, lo odiaba por esto. Por su silencio, por su forma de mirarme, por esa manera de controlarlo todo sin necesidad de gritar. Me parecía sofocante. Una jaula invisible.
Ahora… entendía.
Él no me retenía porque quisiera verme infeliz. Me retenía porque era la única manera de tenerme cerca, aunque yo le clavara cuchillos con cada mentira. Aunque le diera la espalda una y otra vez. Aunque eligiera a todos menos a él.
Me envolví en una toalla y salí. Él seguía ahí, sentado. No se había movido ni un centímetro. Cuando me vio, levantó la mano y me hizo una seña con los dedos, ordenándome que me sentara en la cama.
Obedecí sin discutir.
Se levantó despacio, tomó el secador de encima del tocador y lo encendió. El zumbido llenó la habitación. Se paró frente a mí, pasó una mano entre mi cabello húmedo y empezó a secarlo con movimientos suaves, casi delicados.
Sus dedos recorrían mi cuero cabelludo como si fueran memorias. Antes yo me habría sentido atrapada, incómoda, pensando que era una forma de controlarme. Ahora… lo sentí distinto. Como si esa suavidad escondiera todo lo que nunca se atrevió a decirme.
Lo observé en silencio, con el calor del aire tibio acariciando mi piel.
Antes lo odiaba por no dejarme elegir.Ahora sé que si hubiera seguido escuchándolo, no habría terminado muerta.
Sus ojos se encontraron con los míos en el reflejo del espejo. Oscuros, intensos.Y por primera vez, no quise apartar la mirada.
El aire caliente del secador dejó de sonar y el silencio me golpeó de inmediato. Solo quedaba el ruido lejano de la lluvia contra las ventanas y el latido insistente de mi corazón.
Zhao Lian apagó el aparato y lo dejó en la mesa sin mirarme. Sus dedos se separaron de mi cabello como si le costara soltarlo. Se enderezó, girando apenas el cuerpo, y empezó a caminar hacia la puerta.
En mi otra vida, habría suspirado aliviada.Lo habría dejado ir sin pensarlo, convencida de que me odiaba por mis errores, de que quería vigilarme solo para limitarme.Pero esta vez, no.Esta vez, no podía dejarlo alejarse así.
—Tío… —mi voz salió baja, insegura. Extendí la mano y sujeté con suavidad la manga de su camisa. El tejido estaba aún húmedo por la lluvia, frío al tacto—. Te prometo que no voy a volver a huir.
Lo dije sin titubear, y por dentro sentí cómo esas palabras me quemaban. Porque él, mejor que nadie, sabía que ya le había hecho esa promesa demasiadas veces antes. Y siempre la había roto.
Se detuvo.Su espalda ancha me bloqueaba la luz de la lámpara, haciéndolo parecer aún más imponente. Durante unos segundos pensé que me ignoraría, que seguiría caminando como si nada.
Pero no.Se giró lentamente, y al hacerlo, una sonrisa apareció en sus labios. No era cálida, no era de esas sonrisas que te tranquilizan. Era peligrosa, como un depredador que por fin había atrapado a su presa.
Se inclinó hacia mí, sus pasos firmes hicieron crujir la madera bajo sus zapatos. Me quedé quieta, con la mano aún en su manga, sintiendo que mis dedos temblaban.
Su mirada estaba fija en mí. Como si quisiera grabar cada detalle de mi rostro.
De repente, su palma se alzó y se apoyó contra mi mejilla. El contacto fue suave, casi tierno, pero su calor me recorrió entera, como una marca que no iba a borrarse.
—Claro que no lo harás —murmuró, su voz grave y cargada de algo que no podía definir. Se inclinó un poco más y depositó un beso en mi frente.
Ese roce me partió en dos. Antes me habría resultado extraño, invasivo. Ahora… me derrumbó por dentro. Sentí la fuerza de su obsesión en un gesto tan simple, y al mismo tiempo, una ternura que nunca quise ver en él.
Pero sus siguientes palabras me helaron.
—Yo me encargaré de eso.
No lo dijo como promesa. Lo dijo como sentencia.No era una opción, no era un pacto. Era un hecho: él no iba a dejarme huir nunca más.
Se enderezó sin apartar su mano de mi rostro, y después, como si nada, retiró los dedos, abrió la puerta y salió.
El clic de la cerradura resonó en mis oídos.
Me quedé sola en la habitación, con el corazón acelerado y la frente aún ardiendo donde me había besado.
Y por primera vez después de renacer, lo supe con claridad:Ya no era sólo la persona que me crio. Era el único hombre que jamás me dejaría escapar, aunque tuviera que encadenarme con su amor oscuro.