Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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Pensamientos.
Ava Becker 💖
Me dejo caer de espaldas sobre mi cama, con un suspiro tan pesado que retumba en el silencio de mi habitación. Giro el rostro hacia la ventana; Milán está viva allá afuera, con sus luces y su ruido constante, pero yo sigo atrapada aquí… atrapada en él.
Massimo Di Matteo.
Lo veo en mi cabeza como si estuviera parado frente a mí ahora mismo. Jeans oscuros, camiseta simple y esa chaqueta de cuero negro que le quedaba demasiado bien. El cabello rebelde cayéndole sobre la frente, tan tentador que tuve ganas de apartarlo con mis dedos. Idiota. ¿Cómo puede un hombre provocarme eso en un instante y, al mismo tiempo, hacer que quiera golpearlo por el susto que me dio? Es tan odioso y a la vez tan atractivo.
—¿Quién carajos se cree? —murmuro, llevándome el dedo índice a los labios y mordiéndolo con rabia contenida.
Me sigo repitiendo la escena: caminaba tranquila, escapando de mi guardaespaldas, y de repente aparece él, como si el destino estuviera jugando conmigo. Y no solo se atrevió a seguirme, ¡no! Tuvo la desfachatez de hablarme como si me conociera de toda la vida.
“Stellina…”
El recuerdo de su voz grave acariciando ese apodo me hace cerrar los ojos y apretar las sábanas.
—¿Stellina? ¿En serio? —me río con ironía, pero mi risa se corta enseguida—. ¿Quién diablos se cree ese playboy para ponerme un apodo?
Pero entonces viene lo peor: sus palabras. Esa seguridad cuando dijo que volveríamos a encontrarnos. Maldito arrogante. Y yo aquí, preguntándome si quiero que eso pase o no. Niego con fuerza, como si así pudiera expulsarlo de mis pensamientos.
—Mantén la distancia, Ava. No lo dejes acercarse. Si lo haces, vas a sufrir… —me repito como un mantra.
Por un instante pienso en contárselo a mis hermanos. Que Massimo me siguió, que me asustó. Pero la idea muere en mi cabeza al recordar el detalle que me incriminaría: estaba sola, caminando sin mi guardaespaldas. ¿Cómo se los explico? ¿Qué hacía yo vagando por Milán como si nada?
—Mejor cierro la boca —susurro, negando otra vez—. Nadie tiene que saberlo.
La noche cae y golpean suavemente la puerta. Es Cassandra, la empleada.
—Señorita, la cena está lista.
Asiento y bajo. El comedor está iluminado de forma cálida, con esa lámpara de cristal que cuelga sobre la mesa. Mi madre ya me espera, con su porte elegante incluso en bata. Sonríe apenas me ve y me extiende la mano para que me siente a su lado.
La cena transcurre entre comentarios triviales. Ella me habla de recetas, de modas antiguas, de cómo Aurora está revolucionando la casa de moda. Yo asiento, respondo con monosílabos. Hasta que menciona lo inevitable:
—Mi fiesta fiesta de cumpleaños está muy cerca… debemos viajar el viernes en la tarde hacia Alemania. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, mamma, está bien. No debes preocuparte, la organizadora de eventos entendió perfectamente lo que tú querías.
Toco la comida en el plato sin mucho apetito. Mis pensamientos vuelven a desviarse y me quedo mirando el vacío.
—Ava —la voz de mi madre me saca de golpe—. ¿Qué te pasa, hija? ¿Por qué esa cara tan pensativa?
Trago saliva y busco sonar convincente.
—No es nada, mamá. Estaba pensando en la carrera… en el modelaje.
Ella entrecierra los ojos. Me conoce demasiado bien.
—¿Segura que es solo eso?
Muerdo mi labio. ¿Por qué me cuesta tanto mentirle? Respiro hondo y dejo caer la bomba a medias.
—Es que… me está empezando a gustar alguien. Alguien a quien apenas he visto un par de veces.
El brillo en sus ojos es inmediato.
—¿De verdad? Ava, eso es maravilloso, ¡me alegra tanto que te ilusiones con un chico!
—No, mamá, no es maravilloso. —Niego de inmediato, casi molesta conmigo misma—. Es tonto… porque me gusta el menos indicado.
—¿Por qué el menos indicado? —pregunta curiosa, inclinándose hacia mí.
Desvío la mirada, me levanto y le sonrío con ternura para cortar el tema.
—Olvida eso. No vale la pena. Solo me voy a concentrar en mis estudios y en el modelaje.
Ella suspira, como si quisiera insistir, pero no lo hace.
Después de ayudarla a acomodarse en su habitación con la enfermera, vuelvo a la mía. Me cepillo el cabello frente al espejo y me peino con cuidado, como un intento desesperado de ordenarme por dentro. Mañana tengo un parcial, debería repasar. Abro los apuntes, pero las letras bailan frente a mis ojos.
El rostro de Massimo aparece nítido, su sonrisa torcida, esa mirada oscura que parecía desnudarme en la calle. Mi cuerpo reacciona sin que yo pueda detenerlo. Mis pezones se endurecen bajo la tela de mi pijama, mi respiración se agita y un calor húmedo y traicionero se instala en mi entrepierna.
—No, no, no… basta… —me recrimino, cerrando los ojos.
Pero es inútil. Esa noche Massimo invade mis sueños.
En el sueño, lo tengo demasiado cerca. El pasillo es estrecho, las paredes frías, y él me acorrala contra la pared. Huele a cuero, a tabaco y a peligro.
—Stellina… —susurra, su aliento caliente rozándome la oreja.
Su mano se desliza por mi cintura, firme, posesiva. Intento protestar, pero mi voz se ahoga cuando su boca atrapa la mía con brutalidad. No hay romanticismo, solo hambre. Sus labios me devoran, su lengua me arranca gemidos que nunca quise darle.
Me levanta en brazos y mis piernas se enroscan en su cintura. Siento el roce duro de su erección contra mi centro húmedo y ardo. Me muerdo los labios, pero un gemido se me escapa cuando sus manos aprietan mis glúteos con fuerza, como si fueran suyas.
—Eres mía, stellina. Solo mía.
El orgasmo me sorprende en el sueño, intenso y desbordante, sacudiendo todo mi cuerpo.
¡Maldición!
Me despierto jadeando, la piel sudorosa, el corazón desbocado. Mis dedos aún se aferran a las sábanas y mi entrepierna palpita con el recuerdo.
—Eres una estúpida, Ava… —susurro, llevándome las manos al rostro.
¿Cómo pude soñar con él de esa forma? ¿Cómo puedo desearlo y odiarlo al mismo tiempo?
Y lo peor… sé que si vuelvo a verlo, mi cuerpo me va a traicionar de nuevo.
Me encantó 💕
Gracias 🌹 Rositha!
Se porto bien mi bombón 😘
se las recomiendo
pero tu todavía bo lo sabes 😉 paciencia
que todo llega a su tiempo.