En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 22
Pasé la mañana limpiando cada rincón de la casa, tratando de mantener mi mente ocupada, pero la preocupación seguía ahí, insistente. Después de bañarme y secarme el pelo, escuché unos toques en la puerta de mi cuarto. Era mi tía, con una expresión seria.
—Adelane, cariño, ya estamos quedándonos sin alimentos —dijo suavemente, mirándome con un dejo de preocupación—. Sé que no quieres que trabaje, pero las dos no estamos generando nada en este momento. Creo que debería buscar algo, al menos para ayudarnos un poco.
Sentí un nudo formarse en mi garganta al escucharla. Sabía que tenía razón, pero no podía soportar la idea de que ella, en su condición, tuviera que esforzarse aún más. Me acerqué y le tomé las manos, tratando de darle seguridad.
—No, tía. No tienes que preocuparte. Todo está bajo control —dije, intentando sonar convincente, aunque por dentro sentía que todo se me escapaba de las manos.
Ella me miró, dudando un poco, pero al final asintió. Salió del cuarto, y en cuanto escuché la puerta cerrarse, dejé escapar un suspiro pesado. Sabía que estaba mintiendo, que la situación no estaba ni remotamente bajo control, y me sentía atrapada.
Un pensamiento cruzó mi mente de repente: Tengo que llamar a James. Pero luego me detuve en seco y solté una risa seca. ¿Cómo iba a llamarlo si ni siquiera tenía su número? La idea de aparecerme sin previo aviso en su casa me parecía ridícula, pero sentía que no tenía otra opción.
Sin perder más tiempo, me cambié y salí de casa.
Al llegar a la casa de James, una señora mayor me abrió la puerta, saludándome con una leve inclinación. Me sentí un poco incómoda, pero le devolví el saludo, tratando de parecer tranquila.
—¿Se encuentra James? —pregunté, tratando de no mostrar lo nerviosa que estaba.
—Sí, señorita. Está en su oficina —respondió con una sonrisa educada, señalando el pasillo al final del vestíbulo.
Asentí y me dirigí hacia la oficina. La puerta estaba entreabierta, así que, después de dudar un segundo, la empujé suavemente y entré. James estaba de espaldas a mí, observando unos papeles con una expresión concentrada. Al escucharme, giró la cabeza y al verme ahí, levantó una ceja, visiblemente sorprendido.
—¿Adelane? ¿Qué haces aquí? —preguntó, dejando los papeles a un lado y cruzando los brazos, con una mirada que iba de curiosa a ligeramente divertida.
Respiré hondo, intentando ordenar las palabras en mi cabeza antes de soltar lo que realmente quería decir.
—Bueno… como te iba llamar si ni siquiera me diste tu número, ¿no crees? —dije, con un toque de reproche en la voz, aunque intentando sonar despreocupada.
Él parpadeó, y noté una pequeña sonrisa asomarse en sus labios antes de que se pasara una mano por el cabello, en un gesto de vergüenza inusual en él.
—Tienes razón. Qué idiota soy —murmuró, como si estuviera hablando consigo mismo—. Debí haberte dado mi número.
Lo observé mientras intentaba disimular su vergüenza, y por un momento, me pareció ver a alguien menos seguro de sí mismo, como si ese pequeño desliz lo incomodara. Pero entonces me miró con los ojos entrecerrados y volvió a recuperar su actitud seria.
—Entonces, ¿a qué viniste? —preguntó, fijando su mirada en la mía.
Sentí un leve calor en las mejillas, pero me apresuré a responder, sin querer darle la satisfacción de ver cuánto me costaba mantener la compostura.
—No creas que vine a verte a ti. Solo estoy aquí para lo de la herencia de mi padre —respondí con tono decidido, alzando el mentón en un intento de sonar indiferente.
Él ladeó la cabeza, y una sonrisa de comprensión cruzó su rostro, como si no creyera ni por un segundo lo que acababa de decir.
—¿Ah, sí? ¿Solo por la herencia? —respondió en tono irónico, y dio un paso hacia mí, sus ojos fijos en los míos con una intensidad que me hizo sentir expuesta.
Intenté sostener su mirada, pero era obvio que él sabía la verdad; no había venido solo por el tema de la herencia.
James me indicó que me sentara y sacó una carpeta gruesa de un cajón. La abrió sobre la mesa y deslizó un montón de papeles hacia mí. Al examinar las cifras, mis ojos se abrieron de par en par. La cantidad era… exorbitante, casi irreal.
—¿De dónde demonios sacó mi padre todo este dinero? —le pregunté, tratando de digerir lo que estaba viendo.
James sonrió con una calma inquietante.
—Tu padre era un hombre muy trabajador —dijo, y aunque intentaba sonar casual, vi algo en su expresión que me hizo sospechar.
Le lancé una mirada entrecerrada, claramente incrédula. Sus palabras no encajaban con las cifras delante de mí.
—¿Qué tipos de “trabajos” hacían realmente? —pregunté, sintiendo una mezcla de curiosidad y sospecha—. ¿Qué son ustedes, James? ¿Quiénes son en realidad?
Él me sostuvo la mirada unos segundos, como si estuviera midiendo como decirlo. Finalmente, después de un profundo suspiro, dijo:
—Trabajamos en la mafia.
No pude evitar soltar una carcajada, como si acabara de escuchar el chiste más absurdo. Pero la expresión seria de James no cambió ni un poco.
—¿Esto es una broma, verdad? —dije, levantándome de golpe y negando con la cabeza, aún sin creerlo del todo—. ¿La mafia? Eso suena como algo sacado de una novela de las que dan en la tele. Esas personas… bueno, esas personas trafican mercancía y hacen cosas ilegales. No es posible que mi padre estuviera involucrado en algo así.
James dejó escapar una risa contenida y se acercó a mí. Puso una mano en mi hombro y me miró con una expresión divertida.
—Ves demasiadas novelas, Adeline —dijo, negando con la cabeza—. Tu padre y yo no nos encargamos de esas cosas. Nuestro trabajo es mucho más “limpio”, si así quieres llamarlo.
Lo miré confundida, sin saber si creerle.
—¿Qué significa eso, entonces?
—Nosotros solo nos dedicamos a hacer negocios, traer clientes y comprar propiedades para revenderlas. Ayudamos a ciertos grupos a ganar y hacer crecer sus inversiones. Es cierto que estamos asociados con gente poderosa, pero no hacemos nada “malo” como lo imaginas. Simplemente tenemos contactos y sabemos mover el dinero.
Me quedé callada, procesando sus palabras. El término “mafia” aún resonaba en mi mente, pero sus explicaciones, aunque vagas, parecían no encajar con la imagen de lo que yo pensaba que era la mafia.
—¿Y por qué me cuentas esto ahora? —pregunté, cruzándome de brazos, intentando entender el porqué de toda esta revelación.
James se echó hacia atrás en su asiento, cruzando los brazos mientras me miraba con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Qué? ¿De verdad no sabías que estábamos en esto? —dijo con una sonrisa incrédula—. Pensé que era evidente. Los “negocios”, los tipos de personas que has visto... Ya eres prácticamente cómplice. Hasta mataste a uno de ellos.
Mi sangre se heló al recordar ese momento. No quería ni pensarlo, y mucho menos escucharlo de esa forma tan casual. Me defendí, aunque con la voz temblorosa.
—Fuiste tú quien me dijo que lo hiciera. No me diste otra opción, James.
Él me observó en silencio, evaluándome, hasta que una expresión seria se apoderó de su rostro.
—Lo que me sorprende es que lo hiciste sin dudar. Sin miedo, sin ni una gota de compasión —dijo, y había algo en sus palabras que sonaba casi admirativo, pero también intrigado.
—Ese hombre era malo, y se veía desde lejos lo pervertido que era —le respondí, con un tono firme, recordando la repulsión que había sentido al ver su sonrisa oscura y sus ojos llenos de intenciones siniestras.
James asintió lentamente, con una sombra de aprobación en su mirada.
—A veces uno tiene que tomar decisiones difíciles, Adeline. Y tú... lo hiciste muy bien.
James me observó en silencio, estudiándome de una forma tan penetrante que me sentí expuesta, como si pudiera ver algo dentro de mí que ni siquiera yo conocía. Finalmente, esbozó una sonrisa enigmática y se inclinó hacia adelante, sus palabras bajas, casi un susurro.
—Tal vez naciste para esto, Adeline Miller. Pero aún no lo sabes.
Negué de inmediato, sintiendo una oleada de rechazo ante su afirmación.
—Estás loco, James. Yo no nací para este mundo de... de secretos y peligro. No es mi vida, ni quiero que lo sea.
Él sonrió, como si mi respuesta le resultara entretenida.
—Dices eso ahora, pero en el fondo creo que lo sientes. Has demostrado más de una vez que eres capaz de tomar decisiones difíciles, que eres fuerte. No cualquiera puede hacer lo que tú hiciste con aquel hombre.
—Lo hice porque no tenía otra opción —insistí, recordando el odio que sentí hacia ese hombre y cómo me había horrorizado tener que actuar de esa forma—. No lo hice porque quisiera o porque “pueda” hacerlo. No estoy hecha para esto, James.
—Quizá no lo estés —admitió, pero no del todo convencido—. O quizá simplemente aún no lo entiendes. Tu padre te entrenó bien, ¿sabes? Te enseñó a defenderte, a ver más allá de lo evidente. Eso no lo hace cualquiera, y desde luego no lo hace un padre común.
Sus palabras me desconcertaron. Tenía razón en algo: mi padre me había enseñado mucho más de lo que cualquier padre normalmente enseñaría. Desde pequeña me insistía en que aprendiera defensa personal, a observar los gestos de las personas, a evaluar los entornos donde estuviera. Hasta ahora, lo había tomado como una muestra de su protección, pero lo que James estaba insinuando era distinto.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que mi padre siempre me preparó para esto, para un mundo en el que nunca quise estar? Tú mismo me dijiste que el no me quería en aquel mundo—pregunté, sintiendo una mezcla de ira y confusión.
—Estoy diciendo que tu padre se aseguró de que fueras lo suficientemente fuerte para sobrevivir si el no estuviera, por si llegaba el día en que tenías que hacerlo sola. Nada más. Eso no significa que te forzó a nada, Adeline, pero tampoco fue casualidad.
Lo miré en silencio, sintiendo cómo las piezas empezaban a encajar. Había detalles de mi pasado que ahora se veían bajo una nueva luz, y era aterrador.
—¿Y tú? ¿Qué esperas de mí, James? ¿Pretendes que me quede a tu lado en esto?
James se encogió de hombros, su mirada fija en mí, sin rastro de burla.
—No espero nada que no quieras, pero tampoco te voy a mentir. No me importaría que te quedaras. Al menos ya sé que puedo confiar en que no te asustas fácilmente. Aunque siendo sincero si te asustaste conmigo, me siento un poco celoso.
—¿Confiar en mí? —pregunté, sorprendida—. ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene que confíes en mí? Y yo no te tenia miedo, te tenia odio.
—Mucho más de lo que imaginas. Y, si soy sincero, es un alivio. Eres alguien distinta. —dijo, mirándome con una intensidad que me hizo contener la respiración. Luego sonrió. — Oye por cierto, y ¿Cómo que me odiabas?.
No sabía qué decirle. Todo en mi interior gritaba que debía marcharme, que no podía estar allí ni un segundo más, pero la forma en que James hablaba me mantenía anclada. Había algo en su manera de expresarse, en esa mezcla de frialdad y vulnerabilidad, que me hacía sentir curiosa.
—¿Por qué insistes en que soy “distinta”? —pregunté, sintiendo la necesidad de entender qué veía él en mí que yo misma no podía ver.
—Porque, a diferencia de otros, no has perdido tu sentido de humanidad. Te preocupas, te cuestionas, y aún tienes esa habilidad para discernir entre el bien y el mal. Pero, a la vez, eres capaz de hacer lo que se debe hacer cuando las circunstancias lo requieren, sin miedo.
Sus palabras me hicieron estremecer. No quería aceptar lo que insinuaba. No quería verme a mí misma como alguien capaz de convivir con esa oscuridad que él manejaba tan naturalmente.
—Si realmente piensas eso de mí, es porque estás equivocado. No soy parte de esto y no quiero serlo. Te agradezco que me hayas ayudado con el tema de mi padre y la herencia, pero ahí termina todo.
James suspiró, una ligera decepción en su mirada, como si esperara otra respuesta. Asintió lentamente y se inclinó hacia atrás en su asiento.
—Como quieras. Pero si algún día cambias de opinión, sabes dónde encontrarme.
Quedamos en silencio. Sentía mi pecho oprimido por la mezcla de emociones que había despertado en mí. Antes de irme, James dijo algo más, con una voz tan suave que casi se perdió en el aire.
—A veces, el destino que uno intenta evitar es precisamente el que lo define.
NOTA.
Aprovecho para decir que veo muchas personas leyendo mi historia y me gustaría un montón ver sus comentarios para saber sus opiniones. Eso me haría muy feliz.