Un repentino divorcio deja a Genoveva con el corazón destrozado y con la responsabilidad de la crianza de sus ocho hijos, que tienen entre 2 y 9 años de edad.
La vida la pondrá de rodillas, pero ella hará hasta lo imposible, para sacar a sus hijos adelante. Aunque no se sienta del todo orgullosa de sus acciones.
¿Podrá seguir adelante con su vida? ¿Volverá a creer en el amor?
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CAPITULO 22
Genoveva dejó a sus pequeños dormidos y tomó en sus manos el monitor para cuidarlos. Después se dirigió al despacho y sacó la carpeta con sus documentos. Ella quería terminar con esta farsa de una vez por todas.
Los hombres comenzaban a impacientarse, pero su jefe lucía severo y tranquilo. Ellos escucharon, el sonido de los tacones acercarse a la puerta. Genoveva la abrió y se paró en el umbral con la carpeta en la mano.
Le hizo señas a los hombres para que se dirigieran al auto y sobre el maletero, colocó la carpeta y sacó el documento que la acreditaba como la propietaria del inmueble.
Genoveva le extendió el documento a los hombres, pero ellos se apartaron dejando ver a su jefe que hasta ahora había permanecido deleitándose con la hermosa vista.
Genoveva se sorprendió, ella ni siquiera había notado que había un tercer hombre ahí con ellos. Lo que supone que era el hombre que estaba esperando en el auto cuando ella llego.
El hombre lo recibió y revisó minuciosamente cada folio, pero al llegar al último una sonrisa perversa se dibujó en su rostro. Él con una mirada llena de satisfacción, se acercó a ella.
—Señora...—el hombre hizo un breve silencio, mientras ubicaba el nombre de ella en el documento. Pero Genoveva nerviosa por la mirada penetrante del hombre le completó la oración
—Genoveva. Genoveva Salvatierra
El hombre sonrió al ver la impaciencia y el tono de voz entrecortado de la mujer. Se sentía satisfecho de haber causado en ella el efecto deseado.
—Señora Salvatierra. Mucho gusto mi nombre es Dionicio Valbuena, soy el auténtico dueño de esta propiedad. Siento mucho informarle que el documento que usted tiene, es falso. Parece auténtico por el sello húmedo. Pero créame, que ese notario tiene más de diez años retirado.
Él le dió una mirada rápida y volvió a fijar su vista en el documento.
»No tengo nada en contra de usted. Porqué puedo darme cuenta de que usted ha sido estafada, por el abogado del señor Santibáñez. Definitivamente Pietro es un desgraciado.
—No, no, no puede ser. Usted me está mintiendo. Esta casa es lo único que yo tengo. Es usted el que quiere estafarme —le dijo Genoveva con un nudo en la garganta, reteniendo las ganas de llorar.
Ella fijó su mirada en el monitor que le mostraba a sus dos pequeños durmiendo.
Ella no sabia que haría, si esto resultaba cierto. ¿Cómo les diría a sus pequeños, que no tenían un techo donde vivir?
Genoveva sintió sus piernas flaquear y el hombre llegó hasta ella para sostenerla.
—Señora Genoveva. Siéntese —le dijo el hombre, abriendo la puerta del auto.
—No me toque — le dijo Genoveva, sacudiendo su brazo, para romper el contacto con la mano del hombre.
—Genoveva. Yo no soy una buena persona. Tengo muchos defectos, pero no soy un mentiroso. Jamás estafaría a una mujer tan bella como usted. Yo le alquilé esta casa a su esposo por un año. Y según el contrato él pagaría seis meses de depósito.
»Supuestamente la idea, era ver si usted en ese año, se adaptaba a vivir en este lugar. Transcurrido ese tiempo ejecutaríamos la compra-venta y su esposo compraría la propiedad para usted.
—¿Y entonces? —le pregunto ella, esperanzada de que esto fuese un malentendido.
—Señora Genoveva. Cuando se cumplió un año me comuniqué con Pietro y me dijo que aun usted no se decidía. Que iban a usar los meses de depósito, para darle algo más de tiempo a usted.
—Maldito. Mi ex esposo me entregó esos papeles cuando salió mi sentencia de divorcio. Nunca me enteré de que estábamos alquilando esta propiedad. Siempre pensé que era de nosotros.
—Señora Genoveva. Hace un mes se cumplió el último día del depósito. Tengo exactamente treinta días tratando de ubicar a Pietro y solo me dejó una nota de voz indicándome que no comprarían la propiedad y que podía disponer de ella. Aquí tengo aún el audio, si desea escucharlo.
El hombre reprodujo el audio y Genoveva comenzó a llorar. No era posible que Santiago la haya dejado en la calle. No era posible que no tuviera donde vivir. Las lágrimas de Genoveva se hicieron presentes y el hombre le extendió un pañuelo.
—¿Qué voy a hacer ahora? ¿A dónde voy a ir con mis pequeños? —susurro para sí misma, pero el hombre la escuchó y le hizo señas a los hombres para que se alejaran y le dieran algo de privacidad.
Dionicio se agachó frente a ella y le tomó la mano en señal de consuelo. Genoveva levanto la mirada y sus ojos se conectaron.
Dionicio empleó un tono de voz dulce y calmado.
— Mi intención no es dejarte en la calle. Tal vez, podamos llegar a un acuerdo beneficioso para los dos.
Genoveva entendió el doble sentido en las palabras del hombre y respiró hondo, para evitar golpear al maldito.
Dionicio Valbuena era un hombre de cincuenta y tres años. Su cuerpo era una perfecta escultura y sus ojos eran azules como el cielo. Tenía un porte elegante y un cabello perfectamente peinado de lado, lo que dejaba ver algunas canas.
— ¿Ah no?, entonces ¿cuál es su intención? ¿llevarme a la cama, a cambio de permitirme seguir viviendo aquí? —le preguntó Genoveva y el hombre se sorprendió.
Esa mujer tenía carácter, ella estaba en problemas. Él era su única salida en este momento y todavía se portaba altanera y arrogante
—Tal vez, pero no de esa manera tan despreciable como lo haces ver. Me gustaría cortejarte y conocernos. Si se da algo entre nosotros que sea voluntario, sin presiones, ni chantajes. Genoveva tu me gustas y mucho — terminó de confesarle el hombre
—Señor Dionicio, en este momento de mi vida, lo que menos quiero es tener un baboso detrás de mí, diciéndome palabras de amor y regalándome flores. Ahórreme ese mal trago. Mejor vayamos al grano. Le pido una semana de plazo para resolver mi situación. Si no consigo otra salida, — Genoveva tomó una gran bocanada de aire, antes de continuar— me acostaré con usted a cambio de mantener mi casa. Pero será solo eso sexo, sin compromisos, ni flores, ni nada de esas malditas cursilerías que ablandan el corazón de las mujeres. Porque le doy una noticia. Yo no tengo corazón, para amar a ningún hombre. Entonces ¿Qué dice?
Dionicio se sintió intimidado. Entre más escuchaba a esta mujer, más enamorado se sentía, pero también mas frustrado. El era un hombre viudo y solo, pero con esta mujer era capaz de volver a casarse. Aunque ella le estaba pisoteando sus planes y sus ilusiones.