En la bulliciosa ciudad decorada con luces festivas y el aroma de la temporada navideña, Jasón Carter, un exitoso empresario de publicidad, lucha por equilibrar su trabajo y la crianza de su hija pequeña, Emma, tras la reciente muerte de su esposa. Cuando Abby, una joven huérfana que trabaja como limpiadora en el edificio donde se encuentra la empresa, entra en sus vidas, su presencia transforma todo, dándoles a padre e hija una nueva perspectiva en medio de las vísperas navideñas.
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La verdad en las palabras
Después de esa noche llena de intimidad, ternura y amor los días comenzaron a pasar con una calma y la felicidad parecía haber llegado para quedarse. En la casa, Abby, Jasón y Emma vivían momentos que fortalecían cada vez más su vínculo. Emma, quien antes de conocer a Abby solía mostrar una tristeza constante, ahora tenía una sonrisa casi permanente en su rostro. Su risa llenaba los espacios, como si la casa misma se hubiera contagiado de la alegría de la pequeña.
Una tarde de domingo, los tres decidieron preparar galletas en la cocina. Emma, con un delantal que le quedaba demasiado grande, se encargaba de espolvorear harina sobre la mesa mientras Abby y Jasón medían los ingredientes.
—¡Miren cuánto trabajo estoy haciendo!— dijo Emma, riendo mientras agitaba un colador lleno de harina que terminó cubriendo su cara.
Abby no pudo contenerse y la abrazó, dejando un beso en su cabello.
—Creo que eres la mejor ayudante de cocina que podría haber tenido —dijo Abby con ternura.
Jasón observaba a ambas con una mezcla de amor y admiración. Cada vez estaba más seguro de que Abby no solo había cambiado su vida, sino que también había transformado el mundo de su hija.
Por las noches, cuando Emma ya estaba dormida, Abby y Jasón disfrutaban de momentos más íntimos. Se acurrucaban en el sofá frente a la chimenea, a veces hablando en susurros sobre el futuro, otras simplemente disfrutando del silencio cómplice que compartían. Algunas de esas noches Abby se quedaba a dormir allí, y otras regresaba a su hogar.
Emma también adoraba las visitas a la casa de Abby, que ahora eran más frecuentes. Un día, mientras Abby ordenaba algunas cosas, Emma exploraba cada rincón del pequeño espacio.
—Tu casa es diferente a la nuestra, pero me gusta mucho —dijo Emma mientras observaba un jarrón lleno de flores frescas.
Abby sonrió y se sentó junto a ella en el suelo.
—¿Sabes por qué pongo flores?
Emma negó con la cabeza.
—Porque me recuerdan que siempre hay algo bonito, incluso en los días difíciles.
Emma la miró pensativa y luego abrazó a Abby con fuerza.
—Tú haces que mis días sean bonitos, Abby.
El corazón de Abby se llenó de calidez. Sentía que había encontrado algo que había deseado toda su vida: una familia.
Aunque Emma ya no visitaba tanto la oficina debido a su horario completo en el colegio, de vez en cuando Abby y Jasón se encontraban para almorzar juntos. La presencia de Abby había cambiado incluso el ambiente laboral de Jasón. Sus empleados notaban que su jefe estaba más relajado y sonriente.
Una mañana, Jasón mandó a llamar a Abby a su oficina. Ella llegó con la intriga sobre el motivo de su llamada.
—¿Querías verme? —preguntó al entrar.
Antes de que pudiera cerrar la puerta, Jasón se levantó de su silla y cruzó la habitación con pasos firmes. Tomó a Abby por la cintura y la atrajo hacia él en un movimiento que la dejó sin aliento. La besó con pasión, dejando de lado cualquier formalidad que el lugar pudiera imponer.
Cuando se separaron, Abby lo miró con sorpresa y una sonrisa nerviosa.
—Te he extrañado tanto —confesó Jasón, apoyando su frente contra la de ella.
—Pero nos vimos ayer tu casa —dijo Abby, riendo suavemente.
—No es suficiente. Nunca será suficiente.
Abby lo abrazó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza contra el suyo.
Los días seguían fluyendo con la dulzura de la rutina compartida. Emma, más abierta y alegre, era el reflejo de la felicidad que Abby había traído a su vida. Cada pequeño momento compartido, desde los desayunos en la cocina hasta las noches leyendo cuentos juntas, reforzaba la conexión que las dos habían construido.
Abby no podía evitar sentirse agradecida. La vida había sido difícil para ella, pero ahora tenía algo que nunca había imaginado: un hogar lleno de amor. Y en cada mirada, gesto y palabra, Jasón le recordaba que ese amor era muy fuerte y lo que él sentía no se comparaba con nada que pudiera haber sentido antes.
La primera semana de enero transcurrió con una mezcla de rutina y pequeñas aventuras. Jasón y Abby se habían asentado en su nuevo ritmo, compartiendo tareas, sonrisas y silencios llenos de significado. Emma seguía encantada de verlos juntos y, cada vez que él miraba a Abby, sentía que su corazón se llenaba de una calidez que no había conocido antes.
Era viernes por la tarde, y Jasón decidió invitar a la muchacha a una cena en casa. Quería agradecerle por todo lo que había hecho por Emma y por él, por convertirse en un pilar inesperado en su vida.
Abby se puso un vestido simple, de un tono azul que realzaba sus ojos, y dejó que su cabello cayera en ondas suaves por su espalda. Cuando llegó a la casa, la luz cálida de las lámparas la hizo sentir como si estuviera entrando en un cuento. Jasón la recibió con una sonrisa sincera y un abrazo que duró un poco más de lo necesario.
—Estoy feliz de que estés aquí, amor— dijo, con un brillo especial en la mirada.
La cena fue sencilla pero cargada de emoción. Jasón había preparado pasta con una salsa especial, y aunque su habilidad en la cocina no era legendaria, el platillo estaba lleno de amor. Emma se unió a ellos después de su clase de ballet, y entre risas y anécdotas, la noche avanzó sin que ellos se dieran cuenta.
Cuando Emma se fue a acostar, Jasón y Abby se quedaron en la sala, sentados en el sofá junto a la chimenea. El crepitar del fuego era el único sonido que llenaba el silencio, creando un ambiente íntimo.
—Gracias por hacer esto, por ser parte de nuestra vida— Jasón rompió el silencio, mientras sus ojos se fijaban en los de la muchacha, llenos de ese sentimiento que desbordaba su corazón.
Abby lo miró, la calidez de su sonrisa iluminando su rostro.
— No tienes que agradecerme, cielo. Lo hago porque quiero. Emma se ha convertido en alguien muy especial para mí. Y tú... bueno, tú eres una parte de todo esto.
El corazón de Jasón dio un salto. Esas palabras significaban más de lo que ella podía imaginar. Sin pensar, se inclinó hacia adelante y la besó. Fue un beso suave, tentativo, como si el mundo pudiera detenerse en ese momento.
Cuando se separaron, los dos se quedaron en silencio, respirando juntos.
— Mira, preciosa— le dijo— sabes que desde que llegaste, he sentido que algo dentro de mí ha cambiado. Me has dado más de lo que te imaginas, y nunca creí que podría encontrar esto de nuevo— Jasón hizo una pausa, con la garganta seca— Quiero que sepas que para mí, esto no es solo un momento pasajero. Esto es real, muy real.
Las lágrimas se asomaron a los ojos de Abby, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de emoción.
— Yo también siento lo mismo, Jasón. Este tiempo contigo, con Emma, ha sido lo mejor que me ha pasado.
— Y te aseguro que es solo el comienzo, mi amor— replicó él.
Los dos se abrazaron, y por un momento, el mundo se desvaneció alrededor de ellos. En ese abrazo, había promesas, miedos superados y una esperanza silenciosa. Sabían que lo que estaban construyendo era real, que las cicatrices del pasado se estaban cubriendo con algo nuevo, algo que valía la pena proteger y nutrir.
La noche avanzó, y mientras la chimenea se apagaba, Abby y Jasón se quedaron ahí, abrazados, sabiendo que el futuro que habían comenzado a construir era solo el principio de una historia que aún tenía mucho por contar.