LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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22. Un corazón herido.
P.O.V. ROQUI
Escuchar la voz de ese hombre, al que una vez rechacé por mi falta de madurez, me llena de emociones que creía enterradas. Fue el primero en muchas cosas para mí, aunque decidí alejarlo.
Me consideraba un macho masculino, alguien fuerte y seguro, convenciéndome de que solo fue un error.
Pensaba que lo sucedido en la fiesta de graduación, cuando se me "mojó la canoa", no era más que el efecto de unas copas de más.
En mi estupidez, lo alejé y lo lastimé, culpándolo de todo.
Sé que lo destrocé, después de haber vivido una de las mejores noches de mi juventud… Esa noche que aún permanece guardada en mi piel y en mi mente, pero que al parecer él ya olvidó.
Ahora soy un macho femenino, un hombre maduro, plantado en el cuarto escalón de mi vida. Estoy completamente seguro de quién soy y con mis inclinaciones claras.
Me gustan los machos. ¿Y qué?
¿Y él? Fingiendo ser un macho macho, encerrado en el clóset, asumo que es un infeliz frustrado, buscando a escondidas su verdadero placer.
Seamos sinceros: su pistola dispara balas de salva, y su timón solo encuentra rumbo cuando un trasero como el mío se cruza en su camino.
Ahora ¿Quiere hablar conmigo? ¡Ja!
Lo que más me irrita no es él, sino mi propia actitud. Aquí estoy, paralizado como un puberto, actuando como un idiota solo por escuchar su voz.
Pero ya no soy ese adolescente inseguro de antes. Respiro hondo, enderezo mis hombros y me giro para encararlo, cara a cara. Estoy frente al maldito que, para mi desgracia, está más bueno que un café recién hecho por la mañana.
—Dime, querido, ¿qué necesitas decirme que no puedes hacerlo frente a mi amiga? —pregunto, ladeando la cabeza y con una sonrisa burlona en los labios—. ¿O acaso estás pensando invitarme a tu apartamento para revivir aquellos "viejos tiempos"?
Mis palabras lo sacan de su zona de confort; el tic en su ceja derecha me lo confirma. Pero este Joniel, desconocido para mí, mantiene su pose firme, como si realmente tuviera control de la situación.
—¿Qué estás insinuando? ¿Acaso no ves que soy todo un hombre y que estoy felizmente casado? —suelta, alzando la mano para mostrarme la argolla en su dedo, como si eso fuera prueba de su Masculinidad.
¡Qué idiota! Su mirada penetrante es intensa, lo admito, y esa voz imponente probablemente haría temblar a muchos.
"¿A muchos? Quizá. Pero a mí, querido, ni un poco. He sido toreado en varias plazas, así que prepárate. No soy alguien que se impresiona fácilmente, aunque, claro, eso no impide que mi entrepierna esté goteando de deseo por él".
—Dime, ¿qué quieres? Y esfumate como la espuma. —Sé que soy cruel, pero a mí me trata con cariño o no me trata.
Si su intención es desquitarse por el daño que le ocasioné en la juventud, que se joda, que lo supere. Yo no soy tapete de nadie para que descargue sus frustraciones.
También aprendí a la mala a aceptarme y no morí. Aquí estoy, más vivito que nunca y meneando el trasero, en busca de un sable que me haga sentirme vivo, que me dé con la fuerza de un huracán y me deje babeando por más.
—¿Creo que fue una mala idea? —pregunta, mirándome con aquella mirada que solía derretirme.
"¡Mierda!" Suspiro para mí mismo, luchando por mantener el control. Espero no arrepentirme de lo que estoy a punto de hacer. Saco de mi bolsillo una de mis tarjetas de presentación y la extiendo hacia él.
—Aquí tienes mi tarjeta, con la dirección y el teléfono de mi local. Si necesitas algo, llámame. —Extiendo la tarjeta hacia él, controlando cada fibra de mi ser para no parecer demasiado ansioso.
Hago una pausa, respiro hondo y añado con un tono más suave:
—Este no es un buen momento para hablar. Podemos hacerlo en privado luego, si lo prefieres.
Veo cómo toma la tarjeta, sus dedos rozando los míos brevemente, un contacto que me quema más de lo que debería. ¿Por qué siento que con este simple gesto estoy abriendo la puerta a algo que nunca se cerró del todo?
Marla me observa con una expresión tan elocuente que no necesita palabras; cada detalle de su cara grita su deseo de darme un par de bofetadas por idiota.
Pero, ¿qué puedo hacer? Los sentimientos que este hombre despierta en mí son más fuertes que cualquier defensa que haya construido con los años. Son una mezcla explosiva de deseo, nostalgia y la estúpida esperanza de algo que sé que no debería querer.
—Gracias —responde él, mientras un brillo en sus ojos aviva algo dentro de mí. Ese brillo me da esperanza, la loca idea de que tal vez, solo tal vez, pueda volver a estar en medio de sus piernas.
Aunque eso sí, que no se equivoque. Conmigo no hay puntos medios ni escapes fáciles. Es todo o nada.
Lo veo alejarse y, sin darme cuenta, dejo escapar un suspiro tan profundo que casi pierdo el equilibrio. Mi mirada se queda pegada en su trasero. ¡Madre mía! ¡Qué culo! Eso no es un trasero, es una obra de arte en movimiento.
—Cierra la boca antes de que se te salgan todas las babas —me dice Marla, poniéndose frente a mí con los brazos cruzados y la ceja levantada, como si fuera mi madre a punto de darme el sermón dominical.
Sé que tiene razón, pero ¿cómo controlar lo que siento? Joniel acaba de dejarme sin palabras y su presencia me arrastra hacia el pasado, hacia algo que nunca logré cerrar completamente. Pero Marla no sabe, lo que ese hombre representa para mí.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que llevo más de media vida soñando con volverlo a ver?
Ella achica los ojos y me lanza una mirada asesina.
—Tengo una deuda pendiente —digo con dramatismo, llevándome una mano al pecho—. Él arriesgó su reputación por mí y ¿yo qué hice? Salí corriendo como un cobarde. Al menos le debo una disculpa… aunque uno nunca sabe si el diablo meta sus manos y me deje volver a probar esos labios...
Marla suspira como si hablara con un caso perdido.
—Roqui, por favor, eso pasó hace años. Y tú mejor que nadie sabes que las segundas partes nunca funcionan. Y menos cuando hay un corazón herido.
La miro, sonriendo como quien sabe que va a hacer lo que quiere de todas formas. Por supuesto, quisiera decirle que voy a tener en cuenta sus palabras, que dejaré todo atrás como el adulto maduro que supuestamente soy.
Pero la verdad… no. Solo pienso en volver a verlo, en escuchar otra vez su voz, y en cómo diablos podría hacer para que, ese trasero que me sigue atormentando desde hace años, termine en mi cama...
—Roqui, Roqui, ya no eres un niño y, sinceramente, no quiero ser tu paño de lágrimas —dice, meneando la cabeza con ese tono de no quiero decir "te lo dije" que tanto odio—. Joniel no es el chico que conocimos. La verdad, no me gusta que esté cerca.
¡Dios! Ya sé que no le voy a hacer caso, pero ¿quién usa la lógica cuando lo único que quiere es darle gusto al cuerpo?
—Amiga, no nos engañemos. Llevamos toda una vida conociéndonos, y tú sabes perfectamente que quiero ese culito en mi cama. Tal vez al día siguiente esté como una magdalena, chillando a moco tendido, pero nadie me quitará lo vivido.
Ella me mira con los ojos abiertos como platos y luego niega lentamente con una mezcla de resignación y diversión.
—¡Roqui tu no cambias!
Le dedico una sonrisa descarada mientras me acerco y la abrazo.
—Ni lo haré querida. Ya me conoces. Me encantan los retos.
Ella me devuelve el abrazo y nos carcajeamos.
—Hasta que al fin los encuentro....