Una Mujer En La Mafia

Una Mujer En La Mafia

Cap 1

Los tacones resuenan en el mármol pulido mientras cruzo el vestíbulo del bar. El brillo de las luces y el murmullo de las conversaciones llenan el aire, pero mi mente está en otro lugar. Me llamo ,Adeline Brown, y estoy aquí porque no tengo otra opción.

Es mi primer día trabajando en este lugar, un bar exclusivo para personas con bastante dinero. Al entrar, el ambiente me abruma: las luces tenues, los muebles lujosos y el olor a perfume caro me hacen sentir como si estuviera en un mundo completamente diferente al mío. Mi estómago está revuelto de nervios y dudas. Ayer, me desvelé intentando justificarme por aceptar este trabajo, pero cada vez que pensaba en mi tía Marta y en sus medicamentos caros, la culpa se disipaba un poco.

Mis padres murieron cuando yo tenía diecisiete años. Un accidente de coche los arrancó de mi vida, dejándome sola y sin más familia que mi tía Marta. Recuerdo ese día con una claridad dolorosa. La llamada de la policía, el viaje al hospital, la frialdad de las morgues. Mis padres eran todo lo que tenía, y de repente, ya no estaban. La vida se volvió una serie de decisiones difíciles y responsabilidades que caían sobre mis hombros demasiado jóvenes para soportarlas.

Marta me acogió y me cuidó como pudo, pero nunca fue fácil. Siempre estuvimos al borde del abismo financiero. Cada día era una lucha para pagar las facturas, poner comida en la mesa y mantener un techo sobre nuestras cabezas. Cuando salí de la escuela, supe que la universidad era un lujo inalcanzable. No había becas ni préstamos que pudieran cubrir todos los gastos, y mi tía no tenía los medios para ayudarme.

A los veintiún años, todo lo que hago es trabajar. Me deslizo de un empleo mal pagado a otro, tratando de mantenernos a flote. He trabajado como cajera en un supermercado, limpiadora en oficinas, camarera en cafés baratos... ningún trabajo era demasiado humilde para mí. Pero cuando la salud de mi tía empezó a deteriorarse, supe que necesitaba encontrar algo más. Su diagnóstico fue un golpe devastador: una enfermedad crónica que requería medicamentos caros y constantes visitas al médico. Los costos eran astronómicos, y el seguro no cubría todo. Necesitaba dinero rápido y en grandes cantidades, así que cuando vi el anuncio del bar, no lo pensé dos veces.

Este lugar es exclusivo para millonarios, un refugio de lujo y excesos donde las personas ricas vienen a gastar fortunas en una noche. Las paredes están adornadas con terciopelo y oro, los asientos son de cuero suave, y todo en el lugar grita opulencia. Mi trabajo aquí es simple: sirvo bebidas y entretengo a los clientes, haciendo que se sientan especiales. No es algo de lo que esté orgullosa, pero pagar bien y necesito cada centavo.

Me siento fuera de lugar con mi uniforme ajustado y mis zapatos de tacón alto. Las otras chicas, que parecen tan cómodas y seguras, me miran con curiosidad. Carla, una de las chicas que lleva más tiempo trabajando aquí, se me acerca con una sonrisa amable.

—Hola, tú debes ser Ana, ¿verdad?— dice. Asiento, tratando de no parecer demasiado nerviosa. —Soy Carla. Ven, te mostraré cómo funciona todo por aquí.

La sigo, agradecida por la guía. Carla me lleva a través del bar, explicándome cada detalle. —Nuestro trabajo es mantener a los clientes felices. Eso significa servir bebidas, charlar con ellos y, a veces, bailar un poco. No te preocupes, no tienes que hacer nada que no quieras hacer. Pero cuanto más cómoda te sientas, mejores propinas recibirás.

Asiento, intentando absorber toda la información. Carla me muestra dónde están las bebidas, cómo tomar pedidos y cómo manejar las cuentas. También me presenta a algunas de las otras chicas: Mariana, una bailarina increíble; Sofía, una experta en cócteles; y Moana, que parece conocer a todos los clientes habituales.

—Recuerda, siempre sonríe y sé amable.— dice Carla — Y si alguna vez te sientes incómoda o no sabes qué hacer, ven a buscarme. Estoy aquí para ayudarte.

La noche comienza lentamente. Al principio, hay pocos clientes, y tengo tiempo para acostumbrarme al ritmo del trabajo. Pero a medida que pasan las horas, el lugar se llena. Los clientes son hombres y mujeres vestidos con trajes caros y joyas brillantes. Algunos son amables, incluso simpáticos, pero la mayoría son indiferentes o, peor aún, condescendientes. A veces, tengo que soportar comentarios inapropiados o miradas lascivas, pero aprendo a ignorarlos. Todo es parte del trabajo.

La música es siempre alta, un ritmo constante de jazz suave o ritmos electrónicos que resuenan en el fondo. Las luces son tenues, creando una atmósfera íntima y relajada. En el escenario, las chicas bailan, moviéndose con una gracia y sensualidad que a menudo envidio. Yo no soy bailarina, pero hago lo que puedo para mantener a los clientes entretenidos y felices.

A lo largo de la noche, Carla y las otras chicas me echan una mano, ayudándome a sentirme más cómoda. Aun así, no puedo evitar sentirme fuera de lugar. Este mundo de lujo y exceso no es el mío. Pienso en mi tía Marta, sola en casa, y me esfuerzo por concentrarme en el trabajo.

Finalmente, la noche llega a su fin. Los clientes comienzan a irse, y nosotras empezamos a limpiar el bar. Estoy agotada, física y emocionalmente. Carla se acerca y me da una palmada en la espalda.

—Lo hiciste bien para tu primera noche— dice con una sonrisa. —No es fácil, pero te acostumbrarás.

—Gracias— digo, tratando de sonreír. —Es un poco abrumador, pero agradezco tu ayuda.

Salgo del bar y camino hacia mi casa. La noche es fresca y tranquila, un contraste marcado con el bullicio del bar. Mientras camino, no puedo evitar pensar en si realmente debería seguir trabajando allí. Necesito el dinero, eso está claro, pero ¿a qué costo?

Llego a casa y encuentro a mi tía Marta dormida en su sillón. La cubro con una manta y me siento a su lado, mirando su rostro cansado y preocupado. Mi corazón se aprieta al verla así. Ella ha hecho tanto por mí, y ahora es mi turno de cuidarla. Pero, ¿cómo puedo hacerlo si me siento tan perdida y fuera de lugar en mi nuevo trabajo?

Me dirijo a mi habitación y me tumbo en la cama, sin poder conciliar el sueño. Las imágenes de la noche en el bar pasan por mi mente, mezclándose con mis preocupaciones y dudas. ¿Qué tipo de persona me estoy convirtiendo? ¿Podré seguir adelante con esto?

Finalmente, el cansancio me vence, y caigo en un sueño inquieto. Sueño con el bar, con los clientes y con la mirada de Carla, que parece saber más de lo que dice. En mi sueño, corro tras una sombra que siempre está fuera de mi alcance, una figura que me llama con una voz familiar pero desconocida.

Despierto temprano, con el sonido del despertador rompiendo el silencio. Me preparo para otro día, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. Antes de salir, paso por la habitación de mi tía y le dejo un beso en la frente. Ella se despierta y me sonríe débilmente.

—¿Cómo fue tu primer día?, pregunta.

—Bien— miento. —Es un trabajo duro, pero lo manejaré.

—Estoy orgullosa de ti, Adeline— dice ella, y sus palabras me llenan de una mezcla de orgullo y tristeza. Ella no sabe la verdad, no sabe lo difícil que es para mí enfrentarme a este nuevo mundo. Pero lo hago por ella, y eso es lo único que importa.

Salgo de casa y camino hacia el bar, mi mente llena de dudas y temores. Pero también hay una determinación creciente dentro de mí. Tengo que hacer esto. No hay otra opción. Por mi tía, por mí misma, por un futuro que todavía está lleno de incertidumbres, pero también de esperanza.

A medida que me acerco al bar, tomo una respiración profunda y me preparo para enfrentar otro día. Este trabajo puede ser difícil y desalentador, pero sé que soy más fuerte de lo que creo.

Al entrar al bar, el mismo ambiente opulento y ruidoso me envuelve de nuevo. Es una sensación extraña, como si estuviera atrapada entre dos mundos: el de la necesidad y el del lujo desmesurado. Es mi segundo día aquí, y aunque debería sentirme más cómoda, la ansiedad sigue presente.

Carla me ve entrar y me saluda con una sonrisa. A pesar de la incomodidad del primer día, siento un leve alivio al ver una cara conocida. —Hola, Adeline ¿Lista para otra noche? — me pregunta con un tono amable pero profesional.

—Sí, lista— respondo, aunque mi voz tiembla ligeramente. Carla parece notar mi nerviosismo y me da una palmada en la espalda.

—No te preocupes, te acostumbrarás. Cada día será más fácil.— asegura. Quiero creerle, pero la ansiedad todavía se retuerce en mi estómago.

Me dirijo al vestuario y me cambio rápidamente. Me pongo el uniforme ajustado y los tacones, y me miro en el espejo. La imagen que me devuelve la mirada es la de una chica diferente a la que solía ser. Me veo más adulta, más endurecida. Quizás es solo una ilusión, pero me da una pequeña dosis de coraje para enfrentar la noche.

Salgo al bar y empiezo a trabajar. Al principio, todo va bien. Sirvo algunas bebidas, sonrío a los clientes y trato de ignorar las miradas lascivas y los comentarios inapropiados. Sigo los consejos de Carla y me concentro en hacer mi trabajo lo mejor posible. Cada vez que empiezo a sentirme abrumada, pienso en mi tía Marta y en los medicamentos que necesita. Eso me ayuda a seguir adelante.

La noche avanza y el bar se llena de gente. Hay una sensación de energía en el aire, una mezcla de euforia y decadencia. Los clientes ríen y conversan, gastando dinero como si no tuviera valor. En este lugar, el dinero fluye como el alcohol, y ambas cosas parecen perder su importancia en medio del lujo y el exceso.

Mientras sirvo una mesa, noto a un hombre sentado solo en una esquina. No es un cliente habitual; su rostro es nuevo para mí. Está bien vestido, con un traje caro y un aire de despreocupación que parece natural en este entorno. Sus ojos se encuentran con los míos por un momento, y siento un escalofrío recorrer mi espalda. Hay algo en su mirada, una intensidad que me resulta inquietante.

Sigo con mi trabajo, pero no puedo evitar mirar de reojo al hombre solitario. Cada vez que nuestros ojos se encuentran, me siento más intranquila. Finalmente, decido ignorarlo y concentrarme en mis tareas. No necesito más complicaciones esta noche.

Carla se acerca a mí en un momento de calma y me pregunta cómo estoy. Le digo que todo va bien, aunque mi sonrisa se siente forzada. Ella asiente y me da algunos consejos más sobre cómo manejar a los clientes difíciles.

—Recuerda, Adeline, ellos vienen aquí a gastar dinero y a sentirse importantes. Nuestro trabajo es hacer que se sientan así. Pero nunca olvides que tú también eres importante. No dejes que te falten el respeto— me dice con seriedad.

Aprecio sus palabras y trato de mantenerlas en mente mientras continúo trabajando. La noche sigue su curso y, aunque estoy agotada, me siento un poco más segura de mí misma.

Cuando finalmente llega la hora de cerrar, me siento aliviada. La noche ha sido larga y agotadora, pero he sobrevivido. Carla y yo limpiamos el bar junto con las otras chicas, y luego nos cambiamos en el vestuario. Mientras me quito el uniforme y me pongo mi ropa, pienso en lo que me dijo Carla. Tengo que recordarme que soy fuerte y que estoy haciendo esto por una razón importante.

Salgo del bar y camino hacia casa. La noche es fresca y tranquila, y el aire frío me ayuda a despejar mi mente. Mientras camino, no puedo evitar pensar en el hombre solitario en la esquina. ¿Quién era? ¿Por qué su mirada me afectó tanto? Pero desecho esos pensamientos rápidamente. No necesito distracciones en este momento.

Llego a casa y encuentro a mi tía Marta dormida en su sillón, como la noche anterior. La cubro con una manta y me siento a su lado, observando su rostro cansado. La preocupación me invade de nuevo. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir sin el tratamiento adecuado? Tengo que hacer todo lo posible para asegurarme de que reciba los medicamentos que necesita.

Voy a mi habitación y me tumbo en la cama, agotada pero incapaz de dormir. Las imágenes de la noche en el bar siguen pasando por mi mente. Pienso en los clientes, en el ambiente opulento y en la presión constante de parecer perfecta. Pero también pienso en las palabras de Carla y en la fuerza que necesito encontrar dentro de mí.

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