La Reina Oculta

Cuando los reyes se marcharon, el silencio se instaló como un manto pesado en el aire, sofocante e inquietante. Emma permaneció inmóvil, con la mente hecha un caos. Los eventos recientes se arremolinaban en su cabeza, como un torbellino imparable que la dejaba sin aliento. El hombre misterioso que hablaba de una hermana que la necesitaba, sus padres secuestrados, los príncipes amenazándola, y luego los reyes asegurándole que todo estaría bien. ¿Pero cómo podía creerles?

Más inquietante aún era lo que habían insinuado sobre el Concejo. Hasta ese momento, Emma había vivido bajo la certeza de que los reyes eran la cúspide del poder, la última palabra en todo. Pero Aurora y Leónidas habían dejado entrever otra verdad: que el consejo tenía mucho más poder del que creía. La idea no solo era desconcertante, sino aterradora.

La incertidumbre la abrumaba. Las preguntas giraban sin cesar, cada una más perturbadora que la anterior. Necesitaba respuestas, necesitaba claridad. Kattie. Su nombre surgió como un ancla en medio del caos. Aunque últimamente su presencia no le traía la paz habitual, tal vez podría ayudarla a calmarse. Sin embargo, otra voz resonó en su mente antes de que pudiera encaminarse “Qué bueno que hayas regresado”. Rowan. Su tono era claro, y sus palabras cargaban una certeza que ella no entendía. ¿Regresar? ¿Regresar a Elandor? Pero ella nunca había estado allí antes... ¿o sí?

Sin pensarlo más, decidió buscarlo. Él siempre parecía saber más de lo que decía, y si alguien podía arrojar algo de luz sobre su confusión, sería él.

El sendero hacia las cabañas de los ancianos la llevó por un bosque de árboles altos y flores que destellaban con un brillo sutil, como si respiraran junto al viento. Cuando llegó, una anciana cuidaba un jardín de flores que parecían estar vivas.

—Hola, ¿Sabes dónde está Rowan? —preguntó Emma, intentando mantener su tono neutral.

La mujer levantó la vista, con una sonrisa que destilaba serenidad.

—Está en el lago. Seguramente pasará allí todo el día.

Emma agradeció rápidamente y se dirigió hacia el lago sin perder un instante. Cada minuto que pasaba era un minuto más sin saber qué sería de sus padres, un peso insoportable que le oprimía el pecho.

El camino hacia el lago era tan hermoso como desconcertante. Árboles centenarios se alzaban a su alrededor, y las flores vibraban con colores imposibles. El aire fresco ayudaba a despejar su mente, pero no lo suficiente. Cuando finalmente llegó, el lugar estaba en calma, apenas perturbado por el susurro del viento y el suave movimiento del agua.

Miró a su alrededor. Rowan no estaba. La frustración empezó a colarse en su pecho cuando un chapoteo rompió el silencio. Giró hacia el sonido, y ahí estaba él.

El agua se agitó mientras Rowan emergía de las profundidades con movimientos fluidos, casi imnotizantes. Alto, musculoso, con una presencia que parecía moldeada por las mismas deidades que gobernaban su mundo. Su cabello oscuro caía en ondas despreocupadas pegado a su rostro, enmarcando unos ojos grises tan luminosos como la luna llena. Su piel bronceada brillaba bajo la luz del sol, con gotas de agua resbalando por su musculatura impecable. Su expresión tranquila irradiaba una fuerza serena que hacía imposible apartar la vista.

Entre los lobos, la desnudez era común, una simple consecuencia de las transformaciones. Sin embargo, este momento era diferente. Algo en la forma en que él estaba allí, tan natural, tan imponente, hacía que una corriente extraña le recorriera el cuerpo. Emma intentó apartar la mirada, pero sus ojos parecían tener vida propia, capturados por la figura perfecta de Rowan.

El hormigueo que creció en su pecho la sorprendió. No era solo incomodidad, era algo más. Una sensación que no podía nombrar, pero que se negaba a desaparecer.

—Lo siento —murmuró con voz apurada, girándose de espaldas.

Rowan, completamente despreocupado, respondió con una calma que la desconcertó aún más.

—No pasa nada, Emma. Ver personas desnudas no debería sorprenderte a estas alturas.

Su tono era cálido, pero también divertido, como si disfrutara de su reacción. Ella cerró los ojos con fuerza, intentando disipar el extraño calor que sentía.

—Eh… mi ropa está justo delante de ti. —Le informó Rowan.

El rubor le subió al rostro de Emma. Por supuesto que estaba allí. Murmurando algo ininteligible, corrió hacia un árbol cercano, manteniendo la distancia mientras él se vestía.

—No necesitas huir como si te estuviera persiguiendo —comentó Rowan con una risa suave.

Emma resistió el impulso de replicar, manteniéndose inmóvil hasta que él habló de nuevo:

—Listo.

Cuando giró, él ya estaba vestido, su postura era relajada pero sus ojos grises estaban fijos en los de ella con una intensidad que le hizo contener la respiración.

—Necesito hablar contigo —dijo Emma, y su voz salió más firme de lo que esperaba. —Necesito respuestas, y creo que puedes dármelas.

Rowan la observó en silencio por un momento. Luego, asintió con una expresión seria.

—Tu aura está pesada, como si cargaras el mundo en tus hombros —dijo, con palabras suaves pero certeras. Su mirada parecía atravesarla, como si pudiera ver más allá de su piel, más allá de lo que pretendía demostrar.

—Eso no es bueno, Emma. Deberías descomprimir un poco.

Emma lo miró fijamente. Si él sabía algo, ella no descansaría hasta que lo compartiera. Y aunque una parte de ella seguía sintiéndose extraña en su presencia, no tenía tiempo para distracciones. Había mucho en juego.