Embarazado Del Padre De Mi Ex-novio

—¿Seguro que esto no tiene rastreador, bomba o brujería? —fue lo primero que Paul dijo al volver a examinar la tarjeta del ramo de flores que Emil había recibido semanas atrás.

—Si explota, al menos terminaría rápido con todo esto —murmuró Emil, con la cabeza apoyada sobre su pupitre, como si el mundo le pesara cincuenta kilos más.

—No digas eso, idiota —le dio un golpe suave en el brazo—. Ya bastante tengo yo con fingir que no me importas.

El profesor al frente hablaba de poesía romántica. Emil solo quería salir corriendo. Todo lo que tuviera que ver con amor le daba urticaria. Encima, tenía el presentimiento de que alguien lo observaba, pero cuando miraba a los costados, solo veía a sus compañeros escribiendo o mirando el celular.

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Excepto Nicol. Sentada junto a Karen, lo miraba de reojo con una ceja arqueada, como si supiera algo. Como si sospechara. Emil apretó el bolígrafo hasta que sintió un calambre en los dedos.

—Te juro que si esa mujer empieza a hacer preguntas, me encierro en el baño y no salgo más —susurró Emil, mientras susurraba entre dientes un mantra invisible que decía: “tranquilo, tranquilo, solo es paranoia, solo es Nicol.”

Pero lo que no era paranoia era que Paul estaba actuando raro. Desde que le había contado sobre el embarazo, su mejor amigo parecía haber sacado el chip de “modo estudiante” y se había activado en “modo detective beta nivel Dios”.

—Mirá esto —le susurró Paul cuando terminó la clase. Sacó del bolsillo una tarjeta con letras doradas y elegantes. Era la tarjeta del florista que le había entregado el ramo.

—No me digas que todavía tenías eso guardado —frunció el ceño Emil.

—Obvio. Soy el cerebro de este grupo. Alex es el músculo. Vos... bueno, vos estás embarazado —dijo con una sonrisa ladeada.

—¡Imbécil! —Emil le tiró una carpeta encima.

—¡Pero un imbécil adorable! —respondió Paul entre risas.

Salieron del aula mientras la mayoría de los alumnos huía hacia la cafetería. Paul abrió su celular y le mostró la página web que estaba tratando de cargar desde hacía rato.

—¿Qué es esto? —preguntó Emil.

—La floristería. Pero mirá… —hizo zoom con los dedos—, la página está completamente en alemán. No hay forma de cambiar el idioma. Esto no es una floristería cualquiera, Emil. Esto es de clase alta, de nivel millonario. ¡De allá, de Alemania!

—¿Y eso qué tiene que ver? —frunció el ceño Emil.

—¡Todo! ¿Qué clase de persona manda flores de otro continente con tarjeta incluida? —Paul agitó la tarjeta frente a su cara—. Emil, ¡esta pista es gigante!

—Quizá es una mafia internacional. O un acosador global. O una bruja alemana —murmuró Emil, cruzado de brazos.

—O un alfa con poder. Un alfa que quiere que lo encuentres, pero no tan rápido. Esto es un juego mental. Y estamos cayendo.

—Me siento como una pieza de ajedrez... pero una de las baratas —suspiró Emil, mirando sus manos—. ¿Y qué vas a hacer con la página?

—Ya mandé un correo preguntando por el remitente del encargo. Inventé una excusa rara y dije que era para verificar el pago. Capaz me contestan algo.

—Dudo que una tienda así te responda a la primera.

—¿Y si te digo que me respondieron? —Paul mostró su pantalla. Había un mail sin abrir con asunto: "Bestellbestätigung und Rückmeldung".

—¿Qué carajos dice eso?

—Ni idea. Está en alemán. Pero eso significa que hay respuesta.

Los ojos de Emil se agrandaron. El corazón le dio un pequeño vuelco. En medio de su nube emocional, hormonal y física, esa pequeña pista era como un rayo de luz entre tanta niebla.

—¿Y si ya sabe que estoy embarazado...? —dijo en voz baja.

Paul lo miró.

—Emil...

—Y si me está mirando, si sabe dónde vivo, dónde estudio...

—Hey, tranquilo —Paul lo sujetó de los hombros—. No estás solo. Estamos avanzando. Es mejor tener pistas que quedarnos en la oscuridad. Vamos a encontrarlo. Y si no quiere aparecer por las buenas... lo vamos a hacer salir.

Esa noche, Emil no durmió. Soñó otra vez con el alfa. Pero esta vez el sueño era más turbio, más difuso. Estaban en una habitación elegante, con cortinas oscuras. El alfa lo abrazaba por detrás, acariciando su abdomen. Emil quería voltear y verle el rostro… pero justo cuando lo lograba, se despertaba, sudado, confundido, con las sábanas entre las piernas.

—No puede ser real… —susurró, con la mano sobre su bajo vientre.

A la mañana siguiente, Paul lo estaba esperando en el casillero, con una expresión seria.

—Abrí el correo. Mañana te cuento lo que decía.

—¿Y por qué no ahora?

—Porque lo mandé a traducir. Pero Emil… creo que estamos cerca.