Desde que era niña, siempre soñé con tener mi propia familia: un refugio donde sentirme segura y rodeada de personas que me amaran. Sin embargo, ese anhelo parecía inalcanzable, ya que crecí en un orfanato, un lugar donde las sonrisas eran escasas y el tiempo para los demás aún más. Me sentía invisible entre aquellos muros grises. Todo cambió el día en que cumplí la mayoría de edad; ya no podía quedarme allí. La directora del orfanato me ayudó a conseguir un trabajo en una empresa, sin imaginar que ese sería el comienzo de mi verdadera desgracia. Esta es la historia de mi vida, una travesía marcada por el amor y la traición
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Capitulo III Primer día de trabajo
El día siguiente era especial: cumplía dieciocho años y también era su primer día de trabajo. Cristina sentía un torbellino de nervios en el estómago. Su nuevo jefe no parecía precisamente alguien fácil, ni mucho menos amable.
Llegó temprano a la empresa, justo como le habían indicado. Antes de que Enrique apareciera, ya había organizado su escritorio con esmero. Después, fue a buscar el café que sabía que le gustaba a él. Para cuando Enrique entró, todo estaba impecable y el aroma del café fresco flotaba en el aire.
"Buenos días, señor", saludó Cristina con una sonrisa tímida.
"Buenos días", respondió él, seco. "Tráigame mi agenda".
La seriedad que irradiaba Enrique era casi abrumadora, pero también tenía algo en su porte que a Cristina le parecía irresistible. No pudo evitar fijarse en sus ojos intensos mientras le entregaba la agenda.
"Aquí tiene, señor", dijo ella con firmeza.
Él se acomodó en su silla y clavó la mirada en aquellos ojos claros que parecían desafiarlo.
"Vamos a dejar algo claro", dijo con voz fria. "Sé que mi padre te contrató para que seas su espía".
Un escalofrío recorrió a Cristina al escuchar esas palabras; se sintió descubierta. Enrique, por su parte, se quedó hipnotizado por la profundidad de su mirada, aunque rápidamente apartó la atención.
"No soy ninguna espía", respondió ella apresuradamente. "Solo acepté el trabajo porque lo necesito".
Él sonrió con sorna. "No soy tonto y conozco bien a mi padre. Pero te advierto: si descubro que me estás espiando, lo vas a pagar caro".
Cristina tragó saliva; sabía que estaba entre dos tormentas: la necesidad de independencia y el miedo de estar atrapada entre padre e hijo, ambos intimidantes a su manera.
Con voz segura respondió: "Soy leal solo a mi jefe. Lo que pase en esta oficina no saldrá de aquí".
Enrique asintió con una mezcla de satisfacción y desafío: "Eso espero. Ahora manos a la obra; hay mucho por hacer".
Las horas parecían multiplicar las tareas pendientes en lugar de disminuirlas. La frustración se apoderó de Enrique al punto de tomar un puñado de papeles y lanzarlos al suelo con fuerza. Cristina dio un salto de susto ante el estallido inesperado.
"Esto es una locura", murmuró él masajeándose las sienes. "Regreso en una hora".
Se puso el saco sin mirar atrás y salió dejando un rastro de tensión en la oficina.
Cristina miró el caos sobre el piso, se arrodilló y comenzó a recoger los papeles uno por uno. Mientras los organizaba y releía para entenderlos mejor, sin darse cuenta la noche había caído sobre la ciudad. El silencio y la oscuridad le recordaron que debía regresar al orfanato; *Mirian debe estar preocupada*, pensó apresurando el paso hasta salir corriendo del edificio.
Al llegar encontró la sala decorada suavemente para celebrar su cumpleaños, pero Mirian descansaba profundamente en el viejo sofá central del lugar.
"Señora Mirian... señora Mirian... por favor despierte", susurró Cristina tratando de no alterarla.
Con lentitud Mirian abrió los ojos y al verla sonrió antes de abrazarla con ternura:
"¡Hija! ¿Dónde estabas?"
Cristina bajó la mirada apenada: "Perdón por llegar tan tarde... me quedé trabajando en la oficina y perdí la noción del tiempo".
Mirian suspiró con voz cansada: "No sabía dónde estabas... me mataba la preocupación... al final me quedé dormida así..."
Cristina tomó sus manos entre las suyas: "Debí avisar... lo siento mucho...", las palabras de ella eran sinceras.
Al final del día Cristina celebro su cumpleaños número dieciocho al lado de su mejor amiga: Laura y de la mujer que veía como una segunda madre: Mirian.
La mañana llegó tan rápido como se fue y la hora de volver al trabajo había llegado, tal cual hizo el día anterior Cristina llegó temprano a su trabajo, organizo todo como el día anterior y se quedó esperando a su jefe quien desde el día anterior se había ido a medio día y no volvió.
"Buenos días", saludo Enrique llamado la atención de Cristina.
"Buenos días, señor. Ya le llevo su agenda y su café".
Enrique la miró de arriba a abajo con desprecio, pues la joven estaba toda desaliñada y sus ojeras eran notorias. "Llame a mi padre, necesito hablar con él", ordenó mientras entraba a su oficina.
Cristina suspiro profundamente y procedió a cumplir la orden de su jefe. Mientras ella hablaba por teléfono con Rafael, Enrique se encontraba en su oficina revisando los documentos que no había podido resolver, su ceño fruncido mientras revisaba las notas escritas a mano con letra legible y sin tachones.
Cristina entró a la oficina llevando consigo una taza de café y la agenda de su jefe. "¿Quién hizo esto?", pregunto con seriedad.
"Lo siento señor, sé que no debí meterme con eso, pero una vez que empecé no pude detenerme...", la joven empezó a respirar rápidamente creyendo que su actuar la estaba metiendo en problemas; sin embargo, lo que ocurrió después la dejo sin palabras.
"No tienes que disculparte, esto es absolutamente perfecto, finalmente pudiste corregir lo que estaba mal", dijo con una sonrisa genuina. "¿Cómo pudiste hacer algo así?" Pregunto Enrique sorprendido.
"La verdad no lo sé, las ideas simplemente llegaron a mi cabeza y empecé a escribir", respondió la chica con nerviosismo.
"Seguramente fue solo cuestión de suerte", comento Enrique incrédulo.
"Si, eso debió ser". Cristina no tenía idea de la capacidad que ella tenía para salir sola adelante, haber estado tanto tiempo en aquel orfanato acabo con su seguridad y ahora necesitaba recuperar eso que había perdido.
Los días siguieron pasando y Enrique se empezaba a dar cuenta de que su secretaria era muy especial y sabía que le podía servir a sus propios intereses.