Clara y Javier se mudan a un pequeño pueblo en busca de un nuevo comienzo, pero su refugio pronto se convierte en una pesadilla. Enfrentando misteriosos eventos paranormales y oscuros secretos familiares, su amor es puesto a prueba mientras una entidad maligna los acecha. En un lugar donde nada es lo que parece, la pareja lucha por sobrevivir y desentrañar la verdad detrás de la maldición que amenaza con destruirlos.
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Ecos del pasado
Esa noche, el viento soplaba con fuerza, haciendo que las ramas de los árboles arañaran las ventanas de la casa como si quisieran entrar. Clara y Javier cenaron en silencio, ambos inmersos en sus pensamientos. Clara no podía sacudirse la imagen de la sombra en la fotografía, mientras que Javier parecía distraído, con la mirada perdida en algún punto más allá de las paredes.
Después de la cena, Clara decidió explorar el ático. Recordaba vagamente haber jugado allí cuando era niña, aunque las memorias eran borrosas. Con una linterna en mano, subió por la escalera estrecha que crujía bajo su peso. Al llegar arriba, el aire estaba pesado, cargado de polvo y de una sensación de abandono.
El ático estaba lleno de cajas y muebles viejos cubiertos con sábanas, pero lo que más llamó la atención de Clara fue un baúl antiguo, arrinconado en una esquina. La madera estaba agrietada y la cerradura oxidada, como si nadie lo hubiera abierto en años. Clara se acercó, sintiendo una inexplicable atracción hacia él.
Con cierto esfuerzo, logró abrir el baúl. En su interior, encontró una colección de objetos envueltos en telas amarillentas por el tiempo: cartas antiguas, fotografías en blanco y negro, y un vestido de novia, delicadamente bordado pero deteriorado por los años. Clara lo levantó, admirando la intricada labor, pero cuando lo acercó más, notó algo que la hizo retroceder: manchas oscuras en el encaje, como si alguien hubiera intentado limpiarlas sin éxito.
Sintiéndose inquieta, dejó el vestido de vuelta en el baúl y continuó revisando el contenido. Entre las cartas, encontró una dirigida a su bisabuela, escrita con una caligrafía elegante pero firme. Mientras leía, Clara sintió cómo el tiempo se desvanecía, transportándola al pasado. La carta hablaba de un amor prohibido, de promesas rotas y de una traición que había dejado una cicatriz imborrable en la familia.
El tono desesperado de las palabras escritas resonaba en su mente, haciendo eco de las sombras que parecían habitar la casa. Cuando llegó al final de la carta, Clara se dio cuenta de que las últimas líneas estaban manchadas, como si hubieran sido escritas en lágrimas o, peor aún, en sangre.
Un ruido repentino la sacó de su ensimismamiento. Bajó la carta rápidamente y apagó la linterna, quedándose en completa oscuridad. Por un momento, el silencio fue absoluto, pero luego, el crujido del piso de madera se hizo evidente, como si alguien estuviera caminando por la casa.
Clara contuvo la respiración, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Se acercó a la ventana del ático, intentando ver si alguien estaba afuera, pero la noche era impenetrable, la oscuridad tan densa que ni siquiera podía distinguir los árboles del jardín.
De repente, sintió una mano en su hombro. Dio un respingo y se giró rápidamente, solo para encontrarse cara a cara con Javier.
“¡Me asustaste!”, exclamó Clara, su voz temblorosa.
“Lo siento, no quise hacerlo”, respondió él, con una sonrisa de disculpa. “Solo vine a ver cómo estabas. Te vi subir aquí y me preocupé.”
Clara trató de calmarse y sonrió débilmente. “Estoy bien. Solo... encontré algunas cosas antiguas en este baúl. Nada de lo que preocuparse.”
Javier miró el baúl con curiosidad, pero no dijo nada. Simplemente la tomó de la mano y la guió hacia las escaleras. “Vamos abajo. No es bueno quedarse aquí arriba demasiado tiempo. Este lugar da escalofríos.”
Clara asintió y lo siguió, pero mientras bajaban al primer piso, no pudo evitar sentir que algo, o alguien, se había quedado en el ático, observándolos. Esa noche, Clara soñó de nuevo con la mujer del retrato, pero esta vez, sus ojos estaban llenos de tristeza, y su voz, apenas un susurro, repetía una advertencia que Clara aún no lograba comprender.