Keiran muere agotado por una vida de traición y dolor, solo para despertar en el mundo del libro que su único amigo le regaló, un universo omegaverse donde comparte nombre y destino con el personaje secundario: un omega marginado, traicionado por su esposo con su hermana, igual que él fue engañado por su esposa con su hermano.
Pero esta vez, Keiran no será una víctima. Decidido a romper con el sufrimiento, tomará el control de su vida, enfrentará a quienes lo despreciaron y buscará venganza en nombre del dueño original del cuerpo. Esta vez, vivirá como siempre quiso: libre y sin miedo.
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📌 Historia BL (chico × chico) si no te gusta, no entres a leer.
📌 Omegaverse
📌 Transmigración
📌 Embarazo masculino.
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Capítulo 03. Segunda oportunidad.
Keiran pasó toda la noche recordando los detalles del libro. Fragmentos de la historia volvían a su mente con una claridad inquietante, como si en lugar de haberlos leído alguna vez, ahora formaran parte de sus propios recuerdos. Más extraño aún era que podía evocar retazos de la vida del cuerpo que habitaba ahora, como si las memorias del Keiran literario se hubieran fusionado con las suyas. Era una sensación extraña, como mirar su reflejo en un espejo deformado.
Sabía que el Keiran del libro era un personaje secundario, una figura condenada al sufrimiento y al olvido. La narrativa, aunque breve, detallaba su vida con una crudeza que no dejaba espacio para la esperanza. Había sido etiquetado como un "villano," no por sus acciones, sino por su desesperación: aferrarse al amor de un hombre que solo lo utilizaba y ser el obstáculo entre los protagonistas. Pero lo más desgarrador de su historia era la traición final. Casi al término del libro, Keiran descubría que su medio hermana era la amante de su esposo.
—Ja, qué irónico —murmuró, pasando una mano por su cabello teñido de un color que aún le resultaba extraño. La vida del Keiran del libro y la suya propia tenían demasiadas similitudes. Por un instante, se permitió la absurda idea de que alguien lo había conocido lo suficiente para escribir esa historia, como un cruel recordatorio de su propia miseria.
Sin embargo, había diferencias importantes entre ambos. Para empezar, el Keiran literario era mudo, su voz robada por un trauma infantil que lo marcó de por vida. Y luego estaba la mayor diferencia: el padre del Keiran del libro sí lo amaba.
Ese detalle era crucial. Gabriel Sterling, su esposo en el libro, había accedido al matrimonio no por amor, sino por interés. Keiran era el heredero de una pequeña fortuna y de una empresa familiar que, aunque no gigantesca, tenía suficiente valor para atraer la ambición de Sterling. Después de la muerte del padre de Keiran, Gabriel lo había obligado a firmar los documentos que transferían todos los bienes a nombre de su medio hermana, exigiéndole luego el divorcio. Tras eso, Gabriel lo había expulsado de la casa Lockhart, y el libro no mencionaba nada más sobre su destino.
Keiran cerró los ojos, tratando de no dejarse abrumar por la rabia que sentía, una rabia que no era del todo suya. Aunque el Keiran del libro había luchado hasta el final por el amor de su esposo, soportando humillaciones constantes de su madrastra y medio hermana, nunca fue amado realmente. Sterling solo había sido amable para garantizar su propio futuro. Era una lucha inútil, un sacrificio en vano.
Keiran suspiró, sintiendo una punzada de lástima por el hombre que había sido antes de él. «¿De verdad tengo que sufrir todo eso?» se preguntó con amargura.
Ya había vivido esa clase de dolor en su vida anterior. Había experimentado el desprecio, la traición y el vacío de un amor no correspondido. Había perdido a su madre demasiado pronto y, en un intento desesperado de escapar de la soledad, se había volcado en el trabajo hasta el agotamiento. Quizá fue eso lo que lo mató: el cansancio, el desgaste, la falta de un propósito más allá de sobrevivir.
Y ahora, aquí estaba, atrapado en el cuerpo de un hombre cuyo destino parecía tan miserable como el suyo propio. «No es justo,» pensó, apretando los puños con fuerza.
—No, es injusto —murmuró en voz baja, pero con una determinación que comenzaba a crecer dentro de él—. No voy a sufrir el mismo destino dos veces.
Se levantó de la cama con una renovada resolución, ignorando el tirón de la intravenosa en su brazo. Si iba a vivir en este cuerpo, no se resignaría a repetir la misma historia. Haría algo diferente, cambiaría el curso del destino, y si eso significaba enfrentarse a quienes lo habían despreciado, entonces así sería.
—Le daré una buena vida a este cuerpo... y buscaré la manera de vengarme de todos ellos —dijo con firmeza, sus ojos púrpura brillando con una mezcla de desafío y esperanza.
Keiran ya había perdido una vida. Esta vez, no permitiría que nadie más le arrebatara la oportunidad de vivir plenamente. Con esa determinación, se volvió a acostar, después de todo, estaba cansado y adolorido.
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El sonido de voces llegó a sus oídos, arrancándolo del letargo. Keiran abrió los ojos lentamente, dejando que la claridad del día invadiera su visión mientras parpadeaba, adaptándose a la luz. Su cuerpo se sentía extrañamente descansado, como si hubiera dormido durante días. Intentó incorporarse, y ese movimiento atrajo la atención inmediata de quienes estaban en la habitación.
—Cariño —la voz melosa hizo que el estómago de Keiran se revolviera. Alzó la vista y encontró a Gabriel Sterling mirándolo con una expresión que intentaba ser tierna. «El infiel». Keiran lo reconoció al instante. Su esposo, tan perfecto en apariencia como el dibujo en el libro, pero con el alma tan podrida como el resto de ellos—. Me diste un susto de muerte —susurró Gabriel mientras lo abrazaba con un gesto demasiado afectuoso para ser sincero.
El contacto de Gabriel le provocó una reacción visceral; Keiran tuvo que reprimir el impulso de apartarlo y vomitar. La hipocresía de ese hombre era simplemente repugnante.
—Hermano, también estuve muy preocupada por ti —añadió una voz que le resultó igual de irritante. Keiran giró la cabeza hacia la izquierda y vio a Shelby, su medio hermana. Allí estaba, tan hermosa como la ilustración de la portada del libro, con su sonrisa impecable y su porte elegante. Pero Keiran sabía que, detrás de esa fachada, se escondía una serpiente venenosa.
Gabriel finalmente se apartó, dejando paso a la siguiente en el desfile de falsedades: su madrastra, Margaret. Con la misma dulzura fingida, ella lo abrazó mientras hablaba con una voz cargada de teatralidad.
—Oh, cariño, realmente me asustaste. Cuando te vi ahí, en el piso, lleno de sangre, temí lo peor.
Al escuchar esas palabras, un recuerdo estalló en la mente de Keiran como una bomba. Él estaba en las escaleras. Podía sentir las manos de Shelby sacudiéndolo violentamente, sus uñas clavándose en su piel como garras.
—No eres más que el hijo de una puta que se metió con nuestro padre. Eres un bastardo que no debería estar aquí —gritaba Shelby, sus ojos encendidos de ira.
Keiran, o más bien el dueño original de aquel cuerpo, lloraba desesperado, intentando liberarse de su agarre. Pero Shelby estaba fuera de control. Con un movimiento brusco y lleno de odio, lo empujó por las escaleras.
La caída. El golpe seco. La oscuridad.
Keiran parpadeó, regresando al presente, mientras el eco de esa última imagen lo invadía. «Así murió el verdadero Keiran», pensó. Un golpe en la cabeza. Sin embargo, algo no encajaba: esa escena no estaba en el libro.
—¿Te duele mucho? —preguntó Margaret, fingiendo preocupación. Su voz empalagosa lo devolvió por completo a la realidad. Keiran negó con la cabeza, obligándose a aparentar fragilidad.
Margaret sonrió, como si de verdad estuviera aliviada.
—Eso es bueno, hijo. No sabría cómo explicarle esto a tu padre.
Keiran observó en silencio los rostros de quienes lo rodeaban. Las sonrisas falsas, los gestos calculados, el aura hipócrita que impregnaba la habitación. Sentía náuseas, no solo por el asco que le producían, sino también por el odio contenido que crecía dentro de él. Quería gritarles, desenmascararlos, pero sabía que no era el momento.
La venganza debía ser fría, meticulosa. Cualquier error podría costarle todo, y no estaba dispuesto a desperdiciar esta segunda oportunidad. Por ahora, continuaría con el papel que le había tocado: el pobre mudo indefenso, una figura inofensiva a los ojos de todos ellos.
—Por ahora... —murmuró para sí mismo, apenas moviendo los labios. Sus ojos púrpura brillaron con una mezcla de determinación y rabia contenida mientras observaba a los rostros hipócritas que lo rodeaban.
La paciencia sería su mayor aliada. Y cuando llegara el momento, nadie se salvaría de su castigo.