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ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

Status: En proceso
Genre:Acción / Comedia / Aventura / Amor prohibido / Malentendidos / Poli amor
Popularitas:1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»

Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.

En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.

«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El Vestido Veraniego

Los ojos de Don Pepe, esos traidores incorregibles que llevaban treinta años metiéndolo en líos, abandonaron su fingido interés en Virginia para hacer una excursión no autorizada hacia Marta. La nueva inquilina del 3ºB estaba ejecutando lo que, en la mente calenturienta de Don Pepe, solo podía describirse como una tortura dulce y premeditada: el acto aparentemente inocente de cruzar las piernas.

El movimiento, tan cotidiano como respirar, se convirtió en una secuencia a cámara lenta digna del mejor cine de Hong Kong. El vestido veraniego —ese pedazo de tela que Don Pepe empezaba a considerar su enemigo personal— se deslizó unos centímetros más arriba de lo socialmente aceptable, revelando un panorama de piel y encaje que hizo que su presión arterial alcanzara niveles dignos de estudio médico.

El vestido veraniego jugó una mala pasada a su dueña cuando, al cruzar las piernas, la tela se deslizó lo suficiente como para mostrar el borde de su ropa interior de encaje de color blanco, que Don Pepe necesitara limpiarse las gafas con el borde de su camisa hawaiana por tercera vez en la tarde. Este sutil movimiento inconsciente reveló apenas un destello de piel del muslo y ropa interior que, aunque perfectamente decoroso, en la mente calenturienta de Don Pepe se transformó en una escena digna de censura.

Fue entonces cuando sucedió el incidente: Marta, concentrada en rechazar amablemente la ayuda de Rogelio por tercera vez, se inclinó hacia adelante en su silla. El movimiento casual provocó que el generoso escote de su vestido veraniego se separara momentáneamente de su cuello, ofreciendo a Don Pepe una fugaz vista del encaje de su sujetador. La reacción del veterano casero fue digna de un personaje de caricatura: ojos desorbitados, mandíbula desencajada y un súbito ataque de deseos.

—No, de verdad, Rogelio —insistía ella, con ese tono educado que usas cuando prefieres que te arranquen las muelas sin anestesia antes que aceptar la ayuda ofrecida—. Las cajas no son tan pesadas.

Don Pepe se aflojó el cuello de la camisa hawaiana, que de repente parecía haber encogido tres tallas. Su nuez subía y bajaba como en un ascensor descompuesto, mientras gotas de sudor comenzaban a formar un archipiélago en su frente. La colonia barata que se había echado empezó a mezclarse con el sudor, creando un aroma que hubiera hecho llorar a un crítico de perfumes.

María Alejandrina, apostada en la puerta como un centinela con menopausia mal llevada, observaba la escena con la misma expresión que debió tener la mujer de Lot antes de convertirse en estatua de sal. Sus nudillos, blancos de tanto apretar el bolso, crujían como galletas rancias. Treinta años de matrimonio le habían enseñado a leer los síntomas: la mirada vidriosa, el cuello rojo, la respiración entrecortada... su marido estaba a punto de hacer el ridículo, una vez más, con la precisión de un reloj suizo.

El bolso de María Alejandrina —un objeto que había presenciado tantas escenas similares que merecía su propia serie de Netflix— protestó bajo la presión de sus dedos. En su interior, el monedero, las llaves y el pintalabios de emergencia se reorganizaban como refugiados buscando asilo.

—Vámonos, Pepe —ordenó con ese tono que usaban las maestras de escuela en los años cincuenta, mientras tiraba de la manga de aquella camisa hawaiana que parecía diseñada por un daltónico con resaca. Aplicó la fuerza exacta: suficiente para moverlo, insuficiente para arrancar la tela, aunque la tentación de dejarlo medio desnudo como escarmiento le cosquilleaba en los dedos—. Que ya has hecho suficiente el ridículo por hoy.

Don Pepe, con la dignidad de un pavo real sorprendido bajo la lluvia, intentó recuperar la compostura. Se ajustó el cinturón bajo su barriga —un gesto tan inútil como intentar tapar el sol con un dedo— y permitió que su esposa lo guiara hacia la salida. No sin antes, claro está, tropezar con sus propios pies por intentar echar un último vistazo al 3ºB, o más específicamente, a su ocupante.

El ventilador del techo giraba perezosamente, moviendo el aire cargado de tensión, colonia barata y dignidad perdida, mientras los tacones de María Alejandrina marcaban el ritmo de una retirada que se había repetido tantas veces que ya merecía su propia coreografía.

En el pasillo, las bombillas fluorescentes parpadearon, como si hasta ellas quisieran reírse de la situación.

Mientras el matrimonio se alejaba, con Don Pepe tropezando dos veces por mirar hacia atrás, Elvira se acercó nuevamente a Marta, sus ojos brillando con la intensidad de quien acaba de descubrir un tesoro enterrado:

—¿Sabes qué? —susurró, su aliento cálido contra el oído de Marta—. Creo que este va a ser un año muy interesante. —Sus dedos rozaron "accidentalmente" el brazo de Marta mientras se inclinaba aún más cerca—. Y algo me dice que tú vas a estar en medio de todo el lío.

Marta rio nerviosamente, sin saber si aquello era una predicción o una amenaza. Sus dedos jugueteaban con el borde del vestido mientras sentía el peso de múltiples miradas sobre ella: la ardiente de Rogelio, la evaluadora de Don Pepe, la curiosa de Virginia, y la knowing de Elvira. Lo único que tenía claro era que, en este edificio, hasta las paredes parecían tener una agenda propia.

Y mientras el sol de la tarde se colaba por las ventanas del salón comunal, proyectando sombras que bailaban en las paredes como fantasmas juguetones, Marta se preguntó en qué momento su búsqueda de una vida tranquila se había convertido en el prólogo de una comedia romántica con toques de vodevil. El aire acondicionado zumbaba suavemente, mezclándose con el eco de tacones alejándose, risas contenidas, y promesas no dichas que flotaban en el aire como motas de polvo en un rayo de sol.

En algún lugar del edificio, un grifo goteaba con la persistencia de un metrónomo, marcando el ritmo de una sinfonía de deseos contenidos y miradas furtivas que apenas comenzaba.

1
Alba Hurtado
se ve excitante vamos a leer que pasa con la vecina del tres b
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