En el bullicio del siglo XXI, Ana, una joven de 25 años, se siente como un extraño en su propia época. Con una fascinación por las épocas antiguas, especialmente los períodos históricos de esplendor y elegancia, Ana se sumerge en sus fantasías de ser una mujer de otra era.
Lo que ella no se espera, es que su deseo se hará realidad después de un accidente.
Tendrá que enfrentar desafíos y papeles en los cuales todavía no estaba preparada, lo lograra.
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capitulo 3
La vida de Ana con los campesinos que la adoptaron fue una mezcla de amor, aprendizaje y desafíos. Aunque había sido arrojada a un mundo que no entendía completamente, encontró consuelo y calidez en el hogar de sus padres adoptivos Marina y Jesús Torres, quienes la criaron con amor y dedicación, la llamaron de la misma manera solo que ahora su apellido era Torres.
Desde una edad temprana, Ana demostró ser una niña especial. Aunque su cuerpo era el de una niña común, su mente albergaba conocimientos y experiencias que iban más allá de su edad. Se destacaba por su curiosidad insaciable y su inteligencia aguda, absorbiendo todo lo que podía de su entorno.
Sus padres adoptivos, aunque humildes campesinos, reconocieron el potencial único de Ana y la alentaron a seguir sus pasiones y perseguir sus intereses. A pesar de no entender completamente la naturaleza de su hija, la amaban incondicionalmente y estaban determinados a brindarle todas las oportunidades que pudieran.
Los primeros años de la infancia de Ana estuvieron marcados por la exploración y el descubrimiento. Pasaba horas explorando los campos y bosques que rodeaban su hogar, maravillándose ante la belleza y la majestuosidad de la naturaleza. Cada flor, cada árbol, cada animal era una fuente de fascinación y asombro para ella, y pasaba horas observando y aprendiendo de su entorno.
A medida que crecía, Ana demostraba una habilidad innata para aprender y adaptarse. Absorbía conocimientos como una esponja, devorando libros y preguntando incesantemente sobre el mundo que la rodeaba. A pesar de su juventud, tenía una comprensión sorprendente de temas que iban desde la historia hasta la ciencia, dejando perplejos a aquellos que la conocían.
Sin embargo, su naturaleza única también la hacía sentirse aislada a veces. A pesar del amor y el apoyo de sus padres adoptivos, Ana se sentía diferente de los demás niños de su edad. No podía relacionarse completamente con sus compañeros, cuyas preocupaciones y intereses eran muy diferentes de los suyos. A menudo se sentía sola, anhelando una conexión más profunda con alguien que entendiera su verdadera naturaleza.
Pero a pesar de sus luchas internas, Ana encontró consuelo en las pequeñas alegrías de la vida cotidiana. Pasaba horas ayudando a sus padres en los campos, aprendiendo los secretos de la agricultura y el cultivo. Aunque su cuerpo era pequeño y frágil, tenía una determinación feroz que la impulsaba a trabajar duro y superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Los años pasaron, y Ana creció en una niña inteligente y diligente. A los diez años, ya era una experta en muchas de las tareas que requería la vida en el campo. Ayudaba a cuidar de los animales, cultivaba el huerto y ayudaba en la cocina, contribuyendo de manera significativa al bienestar de su familia.
Pero a pesar de su habilidad para adaptarse a la vida en el campo, Ana seguía sintiendo un vacío en su corazón. A medida que crecía, se daba cuenta cada vez más de la discrepancia entre su mente y su cuerpo. Sabía que era diferente de los demás niños de su edad, pero no entendía completamente por qué.
Fue durante esos años que Ana comenzó a reflexionar sobre su verdadera identidad y el propósito de su vida. ¿Por qué había sido arrancada de su vida anterior y arrojada a este mundo antiguo? ¿Qué significaba su presencia en esta época y lugar? Eran preguntas que la atormentaban en silencio, haciéndola cuestionar su lugar en el mundo y su propósito en la vida.
Pero a pesar de sus dudas y confusiones, Ana encontró consuelo en el amor y el apoyo de su familia. Aunque su naturaleza única los desconcertaba a veces, nunca dudaron en su amor por ella. En su hogar, encontró un refugio seguro donde podía ser ella misma sin miedo al juicio o la crítica.
Y así, mientras Ana continuaba su viaje por la vida, llevaba consigo el amor y la dedicación de sus padres adoptivos como un faro que iluminaba su camino. Con cada paso que daba y cada desafío que enfrentaba, se aferraba a la esperanza de que algún día encontraría las respuestas que tanto anhelaba y que su verdadero propósito en la vida se revelaría ante ella.