El está enamorado de su mejor amiga. Ella está a punto de casarse. El día de su boda tiene un accidente y "muere" un año después el se encuentra con una chica que es idéntica a ella.
¿Será la misma mujer o una prima lejada muy parecida.?
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¿Cristina.?
...Sabel....
Rodrigo se acercó a Cristina y tuve miedo de que le pidiera jugar. El es un niño y por mucho que me esfuerzo en explicarle que ella no puede hacer esas cosas el no entiende.
Me acerque a mis hijos para ver que pasaba.
— Lo siento enano. No puedo. — Dijo Cristina con tristeza, y yo entendí de inmediato la conversación.
— Por favor. Tú sólo me avientas la pelota. ¿Sí.? — Suplicó El.
— ¿Qué estás haciendo hijo.? — Terminé de acercarme para que dejará de hacer lo que estaba haciendo.
— Sólo le estoy preguntando si puede jugar conmigo. — Parecía que en lugar de recibir una pregunta estaba recibiendo un regaño.
— Cristina no puede hacer eso. — Suavice mi voz, así el se daría cuenta de que no estoy enojada. Sólo estoy preocupada por la salud de mi hija.
— ¿Porqué.? Otras hermanas si pueden. — Ese comen sin duda iba herir el frágil corazón de mi hija.
— Lo siento enano. Yo no soy cómo esas hermanas. — Sus ojitos se pusieron rojos y me sentí muy mal. Ojalá pudiera darle mi corazón para que ella viva.
— Ya está atardeciendo. Volvamos. — Era mejor irnos que seguir haciendo sentir mal a mi hija. Por ésto no me gusta que Rodrigo nos acompañe. Siempre hace comentarios descuidados. Cómo todo niño.
— Pero yo quiero jugar un poco más. — Dijo Rodrigo.
— Mamá quedemos nos un rato más. — Cristina quería interferir.
— No. Vendremos otro día. — Llamé un Uber.
— Lo siento enano. — Le dijo Cristina en el viaje de regreso.
— No te preocupes. Yo sé que mamá me trajo porqué tú le dijiste. Gracias. — Le dijo con voz suave pero escuché.
— De nada. — Respondió ella en el oído de el.
— Te quiero hermana. — La abrazó y ella rodeó los hombros de el son un brazo.
— Y yo te adoro chaparro. — Le dió un beso en la frente. Me gusta que se lleven bien. Hay tantos hermanos que se llevan de la patada, ellos son lo que deberían perderlos. Rodrigo merece tener a su hermana por mucho tiempo. Yo merezco tener a mi hija.
— Mamá.
— ¿Mm.?
— Ya estamos en casa. — Obseve la calle y me dí cuenta de que tenía razón. Al parecer perdí la noción del tiempo. Ellos bajaron primero y después lo hice yo. Pagué y entramos a la casa.
— ¿En qué pensabas mamá.? — Preguntó mi hija.
— Tonterías.
— Mmm.— Pareció no creerme.
— En verdad no era nada importante.
— Bueno. Te creó. — Me dió un abrazo. — ¿Te ayudó con la cena.?
— Sólo a picar las verduras.
— Esa parte me da flojera. Prácticamente no hago nada.
— Es mejor que no hacer nada.
— Tal vez tiene razón. — Reímos y después fuimos a la cocina.
Unos días después Cristina regresó de su trabajo y la noté mal durante la cena. Ella insistía en que estaba bien pero al momento de caminar a su habitación se desmoronó.
Su papá y yo la llevamos al hospital de inmediato. Los doctores la revisaron y dijeron que debía quedarse internada unos días.
— Dígame la verdad. ¿Ella se va poner bien.? — También soy doctora y aunque llevó tiempo sin ejercer a mí nadie me engaña. Y menos mi ex compañero de universidad.
— Sabel. — Qué Francisco dijera mi nombre no podía significar nada bueno. — Tú sabes la condición de Cristina. Nadie se explica porqué todavía sigue viva.
— Cállate. No hables así. — ¿Cómo puede decir cosas tan a la ligera.?
— Ambos somos médicos. Sabes que a tú hija no le queda mucho tiempo. Es mejor que te empieces a resignar.
— Jamas. No importa si soy médico. Antes que eso soy madre. Y no le puedes pedir a una madre que se resigné a ver morir a su hija.
— Lo siento si sone cruel. No lo hubiera sido si se tratase de alguien más.
...Tres semanas después....
...Cristina....
Yo sé que me voy a morir pronto. Lo siento, lo veo en las miradas de mis padres. De los médicos. No deberían verme con tristeza. Tal vez tengo una edad muy corta pero he sido mas feliz de lo que muchos a una edad avanzada no.
— Mamá sólo quiero flores blancas en mi tumba. Las de colores no me gustan. — Dije tratando de bromear con ella. No quiero verla así de triste como luce ahora.
— No digas tonterías. — Me dió un golpe en la cabeza.
— Auu. Mami eso dolió. — No esperaba que me golpeara.
— No bromes así. Tú no te vas a morir.
— Claro que si. De lo único que me arrepiento es de nunca haber echo eso que hacen tu y papá en las noches. — Soy una mala hija. — Mami te juró que lo escuché por accidente.
— ¡Hija.! — Me regañó. Y yo que le había jurado para que no se enojará. Parece que no lo logré.
— Hay mamá no soy inocente. Acuérdate que si terminé la secundaria. Y estudié el primer año de preparatoria.
— ¿Ponías atención en clases.? La directora siempre me llamaba para decirme que te salias del salón.
Reí divertida. Recordar eso me alegró el corazón inservible que tengo.
— Pero en esas cosas si puse atención mamá.
— Eres tremenda.
— Lastima que ningún hombre sabrá eso nunca.— Me hubiera gustado probar los placeres carnales.
— Ya hija.
— Es la verdad mamá.
— ¿No crees en los milagros.?
— Sí. Yo tuve uno. Viví 7 años más de los que debía.
— Y vas a vivir muchos más. Te lo prometo.
— ¿Sabes que me choca de los chicos de mis libros.? — Ella sabe. Siempre que leo un libro y el personaje actúa de una forma que no me agrada voy corriendo con mi madre y le digo que ese chico es un tonto.
— Qué no cumplen sus promesas.
— Si. No seas cómo ellos por favor.
— Yo soy tú madre. Y una madre siempre cumple sus promesas. — Me dió un beso en la frente y salió de la habitación.
...Un año después....
...Nicolás....
Vine a México para cerrar un negocio. Pasé por una tienda de cerámica y ví varias qué me gustaron. Recuerdo que a Lucrecia le gustaban mucho. Si ella estuviera le compraría alguna.
Entré a la tienda por curiosidad. Ví varias cerámicas muy bien elaboradas.
— Buenas tardes joven. ¿En qué lo puedo ayudar.? — Preguntó un hombre mayor.
— Yo sólo...
— Don José ya me voy. — Escuché una voz idéntica a la de Lucrecia. Giré y la ví ahí. Viva, hermosa tal cuál la recordaba. Sólo que con un estilo que ella no utilizaría.
— ¿Terminaste tan rápido.? — Le preguntó el hombre mayor.
— No pude. Pero se me hace tarde para la escuela. Vendré mañana.
— ¿Lucrecia.? — La miré de arriba a bajó. Era idéntica a ella. — ¿Qué haces aquí.? — Pregunté.
— Heee. — Me observó. — Yo aquí trabajo. — Sonrió. — Nos vemos dos José.
— Adiós Cristina. Cuídate mucho. Sabes que no debes ... — ¿Cristina.?
— Correr, ya lo sé. Mamá me lo recuerda todos los días. — Salió de la tienda. Sentí el impulso de seguirla. De abrazarla, de sentir que en verdad era ella y no un fantasma.
— ¿Señor va llevar algo.? — El hombre mayor Interrumpió mis pensamientos.
— Volveré después. — Salí de la tienda y traté de alcanzar a esa chica. Ella subió a un autobús y no logré nada. ¿Lucrecia en un autobús.? Tal vez la confundí. Pensé en ella recién y seguro por eso mi error.
Me consolé haciéndome creer que todo era producto de mi imaginación y regresé al hotel dónde me estaba hospedando.
No pude dormir en toda la noche pensando en si fue mi imaginación o todo era real. Para salir de dudas pensé en ir a esa tienda en la mañana. Así confirmaría si la chica se era Lucrecia o sólo se le parecía.