Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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El regreso de Isabel
༺***Narra: Leopoldo***༻
Había un ir y venir inusual en la casa. Carmen se encontraba en la sala, dirigiendo con determinación a las empleadas, dándoles indicaciones claras y precisas.
—Esperen afuera, he encargado unos regalos y están a punto de llegar. Cuando los traigan, por favor recíbanlos y llévenlos a la habitación de Isabel —les decía con un tono que, aunque firme, también reflejaba su amabilidad habitual.
Mientras tanto, yo me dirigía hacia la habitación de Isabel, nuestra hija menor, que estaba a punto de regresar del extranjero. Tenía el deseo de asegurarme de que todo estuviera absolutamente perfecto para su llegada, por lo que revisaba cada rincón con atención.
—Por favor, asegúrense de que la habitación esté en perfecto estado. Isabel merece lo mejor —les reiteré a los empleados que estaban en plena limpieza y decoración, asegurándome de que prestaran atención a cada detalle.
En medio de todo este ajetreo, apareció Giselle, lo cual no me agradó en absoluto. Mi malestar hacia ella por su comportamiento reciente aún persistía, así que decidí no dirigirme a ella, ni siquiera mirarla.
—¿Ahora también me vas a ignorar? —preguntó con un tono sarcástico, evidenciando que había notado mi mutismo.
Sin embargo, mantuve mi silencio, completamente enfocado en las tareas que tenía entre manos.
—Está bien, hazlo como quieras —respondió ella, con un tono de desafío en su voz.
No podía contenerme más pero, Carmen decidió intervenir
—Por favor, Giselle. Hoy es un día importante. No quiero que tengamos peleas. Tu hermana ha vuelto y no deseo que lo primero que witness ella sea una discusión entre su padre y tú.
—Oh, así que la pequeña princesa ha regresado —rió, burlona, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro.
—Les deseo éxito con su bienvenida. Esta noche tengo una fiesta en el club —comentó, con desinterés.
—¿Cómo es posible? ¿Tu hermana regresa y tú eliges irte de fiesta? —le reprochó Carmen.
Giselle se volvió hacia nosotros y respondió:
—El hecho de que sea mi hermana no implica que sea mi problema o responsabilidad. Ustedes son sus padres, así que recíbanla... o envíenle un beso de mi parte.
— Escucha bien, Giselle. Estoy cansado de tu comportamiento inmaduro; pareces una niña en el cuerpo de una mujer que aún no ha crecido. Ahora, escúchame con atención —le dije, acercándome a ella de manera desafiante—. Vas a subir a tu habitación, ducharte y arreglarte adecuadamente. Luego, bajarás aquí para recibir a tu hermana. De lo contrario, tomaré tu equipaje y te enviaré a Francia con tus tíos.
—¡Papá, no puedes hacer eso! ¡No tienes derecho! —exclamó con fuerza, su voz llena de indignación.
—Oh, claro que sí puedo —le respondí con una serenidad que contrastaba con su rabia—. Tienes 25 años. No estás casada, no tienes un trabajo... He estado cubriendo los gastos de tu universidad durante mucho tiempo, pero ni siquiera lograste terminarla. No cuentas con un título profesional. Así que puedo hacer lo que desee contigo en este momento.
La observé detenidamente, notando cómo su enojo iba en aumento. Su respiración se volvió más rápida y entrecortada mientras intentaba asimilar lo que le acababa de decir.
—Ahora ve y haz lo que te digo —le expresé, utilizando un tono que no dejaba lugar a discusiones.
Con una clara reticencia, observé cómo se daba la vuelta y se dirigía a su habitación, notablemente frustrada y molesta. Era evidente que las palabras que había escuchado no eran de su agrado, pero era importante que comprendiera que existen límites que debemos respetar.
Carmen se acercó a mí con paso firme, tomando gentilmente mi brazo. Su rostro mostraba una clara mezcla de preocupación y agotamiento, como si llevara una carga pesada sobre sus hombros. La observé con ternura, sintiendo la necesidad de reconfortarla, y le di un suave apretón en la mano, tratando de transmitirle un poco de calma.
—Leopoldo, sé que esto es complicado, pero tenemos que mantener la serenidad. Isabel llegará en cualquier momento y deseo que todo esté perfecto para ella —me dijo, llena de determinación a pesar de su evidente fatiga.
—Tienes razón, cariño. Enfocémonos en Isabel. Ella se merece una bienvenida cálida y sin problemas —respondí, dispuesto a colaborar y asegurarme de que todo saliera como ella lo había imaginado.
Nos dirigimos juntos a la sala, donde las empleadas ya habían comenzado a traer los obsequios.
—Aquí están los regalos, señora —comentó una de las empleadas mientras se acercaba con varios paquetes.
—Por favor, llévenlos a la habitación de Isabel —instruyó Carmen.
En ese instante, escuchamos el sonido de un coche acercándose. Carmen y yo nos miramos, conscientes de que el momento tan esperado estaba por llegar. Isabel estaba de regreso.
—¡Corre!, corre! Llévalos todos a la habitación —le pedí a la empleada, instándola a apresurarse.
—¡Es ella! —exclamó Carmen, su entusiasmo era evidente en cada palabra.
Nos apresuramos hacia la puerta principal, el corazón rebosante de expectación. Al abrir la puerta, nos encontramos con la imagen de Isabel que descendía del coche, una sonrisa brillante iluminando su rostro y llenando el aire de alegría.
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Isabel, lanzándose hacia nosotros con los brazos abiertos.
La envolvimos en un abrazo apretado, sintiendo esa inmensa satisfacción y felicidad que solo se experimenta al tener a un ser querido de regreso en casa.
—Bienvenida a casa, hija —le dije, dejando que mi voz temblara un poco por la emoción acumulada.
—Te hemos extrañado tanto, Isabel —comentó Carmen, mientras las lágrimas de alegría comenzaban a brotar de sus ojos brillantes.
—Yo también los he extrañado mucho —respondió Isabel, abrazándonos con aún más fuerza, como si sus brazos quisieran envolvernos en un cálido refugio.
En ese preciso instante, Giselle apareció bajando las escaleras. Su apariencia era un poco más cuidada que antes, pero su rostro mostraba claramente una expresión de desdén y desagrado.
—Hola, Isabel —saludó Giselle, tratando de emplear un tono cordial que, sin embargo, no lograba disimular completamente el resentimiento que ocultaba.
—Hola, Giselle —respondió Isabel, esbozando una sonrisa sincera y amable—. Me alegra mucho verte.
—Sí, claro —murmuró Giselle, mientras se daba la vuelta para mirarnos—. Bueno, ya cumplí con mi parte. Ahora me voy a la fiesta.
—Giselle, por favor, quédate un poco más. Este es un momento importante para nuestra familia —le pidió Carmen, con un tono de súplica que denotaba lo mucho que deseaba que su hermana no se marchara.
—Lo siento, mamá, pero ya tengo otros planes. Nos vemos luego, adiós... hermanita —respondió Giselle, antes de salir por la puerta sin mirar atrás.
Un suspiro escapó de mis labios, intentando con todas mis fuerzas no dejar que la indiferencia de Giselle arruinara este instante que, para nosotros, significaba tanto.
—No te preocupes, Carmen. Nuestra presencia es suficiente. Debemos apurarnos, Isabel ya ha llegado —le indiqué, buscando mantener un ambiente optimista.
Carmen asintió y juntos llevamos a Isabel a su habitación, donde la esperaban los regalos. La sonrisa en su rostro al apreciar el esfuerzo que habíamos realizado hizo que todo valiera la pena.
—Muchas gracias, mamá y papá. Esto es realmente extraordinario —comentó Isabel, con los ojos resplandecientes de alegría.
—Todo está hecho para ti, hija. Nuestro deseo es que te sientas como en casa —respondí, experimentando una profunda satisfacción.