En un matrimonio desgastado por el machismo y la intromisión de su suegra, Lara Herrera vive atrapada entre el amor que alguna vez sintió por Orlando Montes y la amargura de los años. Su hija Rashel, una niña de seis años, es su único rayo de luz en un hogar lleno de tensiones. Pero todo cambia trágicamente cuando un descuido termina en la pérdida de Rashel, una tragedia que lleva a Lara a enfrentarse a su dolor, su culpa y a la decisión de romper con una vida de sufrimiento para buscar su redención y sanar sus heridas.
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Un hogar roto.
El sonido de los cubiertos chocando con los platos era lo único que rompía el silencio en la mesa. Lara Herrera, sentada frente a Orlando Montes, intentaba mantener una conversación trivial, pero su marido apenas levantaba la mirada del teléfono. Desde hacía años, ese dispositivo había sido su refugio para evadir cualquier interacción real.
Lara suspiró y miró de reojo a Rashel, su pequeña de seis años, que comía en silencio pero con una sonrisa tranquila, ajena al ambiente tenso que los rodeaba.
—Orlando, ¿podrías al menos escucharme cuando te hablo? preguntó Lara, con un tono entre cansado y esperanzado.
Orlando levantó la vista con evidente molestia y dejó su teléfono sobre la mesa con un golpe sordo.
—¿Qué quieres, Lara? ¿Qué ahora no puedo ni descansar en paz cuando llego a casa?
Las palabras de Orlando cayeron como un balde de agua fría, pero Lara se limitó a apretar los labios, tragándose las respuestas que tenía ganas de dar. No quería discutir, no delante de Rashel. Había aprendido con el tiempo que no valía la pena insistir cuando Orlando estaba en uno de sus días "difíciles", que últimamente eran todos.
—Nada. Olvídalo murmuró en voz baja, volviendo la vista a su plato, que había dejado enfriarse sin probarlo.
El aire pesado de la sala fue interrumpido por la voz entusiasta de Rashel, que intentaba, con su inocencia, llenar el vacío de la mesa.
—¡Mamá, en la escuela hice un dibujo de los tres juntos! ¿Quieres verlo?
La niña dejó su silla de un salto y corrió hacia su mochila, dejando a sus padres en un incómodo silencio. Lara alzó la mirada hacia Orlando, esperando quizá una palabra amable, un gesto que aliviara la tensión. Pero él ya había vuelto a concentrarse en la pantalla del teléfono, como si la conversación jamás hubiera ocurrido.
Rashel regresó con su dibujo en mano y lo extendió frente a su madre con orgullo. Lara tomó el papel y lo observó detenidamente: una familia sonriente, un padre alto, una madre amorosa y una niña feliz, todos tomados de la mano bajo un sol radiante.
El nudo en su garganta apareció de inmediato. Esa imagen perfecta, tan llena de luz y amor, era la antítesis de lo que realmente vivían.
—Es hermoso, mi amor dijo Lara con ternura, esforzándose por mantener la voz firme. Besó la frente de su hija y acarició su cabello rizado.
Orlando apenas echó un vistazo al dibujo.
—Deberías dibujar algo más útil, como un paisaje o algo que te sirva para la escuela comentó sin emoción, antes de regresar a su teléfono.
La sonrisa de Rashel se desdibujó un poco, pero no dijo nada. Lara notó el cambio en la expresión de su hija, y la furia contenida comenzó a bullir dentro de ella, pero, como siempre, decidió callar. Había aprendido que contradecir a Orlando solo empeoraba las cosas, y no quería que su hija presenciara otro enfrentamiento.
Esa noche, después de acostar a Rashel, Lara permaneció sola en el cuarto matrimonial. Orlando seguía en el salón, viendo televisión, completamente ajeno a su presencia. La cama, aunque grande, se sentía inmensa y vacía.
Sentada frente al tocador, Lara miraba su reflejo en el espejo. Lo que vio la hizo estremecerse. Sus ojos estaban rodeados de ojeras, su cabello carecía del brillo que alguna vez había tenido, y su rostro parecía más apagado de lo que recordaba. ¿En qué momento había perdido a la mujer que solía ser?
Había sido vibrante, llena de sueños y energía. Solía reír con facilidad y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Pero los años de críticas constantes de su suegra, Doña Gloria, y la indiferencia de Orlando habían erosionado todo aquello. Las palabras de su suegra aún resonaban en su mente:
—No entiendo cómo mi hijo terminó contigo. Orlando merece algo mejor, una mujer que esté a su altura.
Al principio, Lara intentó ignorarla, pero cada comentario, cada mirada de desaprobación, fue desgastándola poco a poco. Orlando nunca la defendía. Si acaso, se quedaba en silencio, lo que para Lara era aún peor.
Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Orlando entró en el cuarto sin decir palabra, apagando la televisión del salón antes de quitarse la camisa y meterse en la cama. Se acomodó dándole la espalda, como si Lara no estuviera allí.
Ella lo observó por un momento, deseando decir algo, cualquier cosa, para cerrar la brecha que se había formado entre ellos. Pero las palabras se atascaban en su garganta. Sabía que cualquier intento de conversación terminaría en otra discusión inútil.
Suspiró, apagó la luz y se recostó en su lado de la cama. Cerró los ojos, deseando que el día terminara, pero el sueño no llegaba. La imagen del dibujo de Rashel seguía grabada en su mente, recordándole lo lejos que estaban de esa familia ideal.
Mientras las sombras de la noche llenaban la habitación, Lara sintió que una parte de ella se desmoronaba lentamente, como un castillo de arena arrastrado por las olas. ¿Cuánto más podría soportar antes de que todo colapsara por completo?
felicitaciones autora!!!
Me conmovió hasta las lágrimas, la sentí, la viví y sin dudas la disfruté ... Gracias por compartirla...
FELICITACIONES 👏👏👏👏