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5.3
Carrie estaba al borde del llanto. Aidan no aparecía por ningún lado. Habían acordado que él esperaría en casa mientras ella asistía a la ceremonia de graduación, sin embargo descubrió con tristeza que él no se encontraba en su habitación.
Era la única chica que no se tomó la respectiva fotografía junto a su pareja en el baile, la noche estaba avanzando sin misericordia frente a sus ojos, reduciendo cada vez sus esperanzas de ver una última vez a Aidan.
Una de sus amigas llegó a rogarle que la acompañara a la pista de baile, Carrie no quería moverse de la puerta pero miró a su alrededor pensando que esa también era la última noche que compartía con las personas que la habían visto crecer.
Su angustia se evaporó por instante, notando la mágica decoración a su alrededor. Realmente se sentía dentro de un palacio de cuento de hadas. Una oleada de brumas y burbujas le dieron la bienvenida al centro de la pista, las luces se enfocaron en ella unos segundos y sus compañeros notaron maravillados cómo su vestido cambió de un deslucido celeste a un color tornasol.
Carrie se sonrojó, ¿eso también venía incluido en el paquete? Diferentes cristales aparecieron alrededor de su cabello recogido, haciendo juego con las luces centelleantes de los reflectores sobre su cabeza.
Entonces la puerta del salón se abrió revelándole a su espléndido príncipe azul. Cada centavo que había invertido comprando a ese hombre valía la pena.
«Es tan guapo. Oh mira, parece que viene con Carrie.» Era todo lo que sus oídos escuchaban a medida que Aidan ser acercaba a ella. La saludó con una lánguida sonrisa antes de plantarle un apasionado beso que no solo la hizo suspirar a ella, sino a todos a su alrededor.
—Pensé que no vendrías —susurró Carrie, aferrándose a él.
Aidan suspiró, sabiendo que Jared lo observaba desde algún punto entre la multitud, el momento estaba cerca.
—Lo lamento, hermosa —dijo acariciándole la mejilla. Carrie parecía una criatura proveniente de mundo mágico, cada filamento de su cabello de oro relumbraba ante sus ojos, envolviéndolo una vez más en ese ardiente frenesí que solo ella le generaba.
Quería ir y arrancarle ese precioso vestido que se ceñía a ella como una segunda piel, pero no estaba ahí para complacerse, sino para complacerla a ella. Volvió a besarla, esta vez con paciencia, recorriendo cada centímetro de su boca con la suya, tierna y delirantemente.
—Tuve que hacer un viaje rápido a mi lugar de origen para traerte esto —dijo Aidan, entregándole una caja dorada.
Carrie recibió el cofre un tanto desconcertada.
—¿Puedo abrirlo?
Aidan asintió.
El pequeño artilugio apenas ocupaba un espacio en la palma de su mano, un brillo inusual emergía de su interior. Carrie ladeó la cabeza fijándose en el contenido, era una pequeña perla rosa iridiscente incrustada en una fina cadena de oro.
—Aidan, es precioso…
—Sé que te pedí que me olvidaras, pero también dijiste que esta será una historia que un día contarás a tus nietos y quería que tuvieras algo que confirme tu versión —sonrió, le había pedido ese favor a Jared. Carrie no se merecía ser abandonada así sin más—. Es un grano de arena de la playa del mundo mágico.
Tuvo que rogar incesantes horas al hechicero que decía ser su amigo para que le permitiese regresar a ese lugar, él alegaba que si se aparecía con otro extraño en su reino sus padres lo matarían. Después de convencerlo y recoger el grano de arena, tuvieron que hacer una parada en la joyería de la cuidad, dónde un gnomo pulió la piedra y la convirtió en un dije. Para cuando regresó a la casa de Carrie ella ya se había marchado.
Además parecía que Alicia había hecho bien su trabajo, ya que no encontró al molesto hermano de Carrie haciendo lo posible por entorpecer su noche. Eran libres para disfrutarse juntos durante un rato.
—¿Quieres ir afuera? —preguntó Carrie con una sonrisa juguetona asomándose en su tentadora boca.
Aidan respondió arrastrándola entre la multitud. Encontró la salida al jardín detrás de las cortinas. La música estridente se apagó al dejar atrás el salón y se vieron envueltos en el enigma de las estrellas en el cielo. Tras recorrer el jardín por unos minutos descubrieron una particular laguna artificial de la cual brotaba una fuente de colores, decidieron descansar sobre la grama, abrazados el uno al otro.
Aidan era apuesto como nadie ante sus ojos, lucía deslumbrante en su traje de gala y habría dado lo que fuera para pasar más tiempo con él. Lo de superarlo definitivamente llevaría un tiempo, se conocía a sí misma y sabía que sus primeras relaciones venideras fracasarían porque iba a ser inevitable no hacer comparaciones entre Aidan y los otros chicos.
—Quiero sentirte una vez más —susurró Carrie, besando el cuello de Aidan.
Él suspiró.
—Estoy muriendo por tocarte desde que te vi en el salón —confesó, atrayéndola más cerca. Se recostó en la grama dejando a Carrie sobre él—. Pero no es correcto, no quiero hacerte más daño.
Se sentía impropio hacerle el amor a alguien a quien estaba apunto de dejar atrás. No volvería a verla aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Sabía que ese maldito trabajo le pasaría cuentas en su vida e irónicamente lo hizo de la forma que más dolía. Su chica ideal, su chica perfecta, resultó ser una clienta más.
—Tu rechazo es lo que me duele —sollozó ella, adoptando un gesto caprichoso.
Aidan sonrió, tenía tan poca fuerza de voluntad. Acunó el rostro de Carrie entre sus manos, sus ojos marrones brillaban con intensidad y su pequeña boca lo atraía como las flores a las abejas.
—¿No te importa despeinarte y arrugar tu vestido? —bromeó él, Carrie negó efusivamente.
—Trataré de ser cuidadoso —prometió, girándose para quedar sobre ella.
Se preguntó cómo en la antigüedad tenían la paciencia de remover esos complicados vestidos pieza por pieza. Era demasiado complicado y no tenían mucho tiempo, así que resolvió ir directo al asunto.
Levantó la vaporosa falda de su vestido, sacándole con lentitud la sugerente ropa interior para guardarla en su bolsillo.
—Espero que me la devuelvas —murmuró Carrie—. Este vestido tiene demasiadas transparencias.
—Por supuesto que lo haré —musitó Aidan, comenzando a acariciarla con sus dedos—. No quiero a nadie mirando el trasero de mi chica.
—Sí —jadeó Carrie, arrancando unos cuantos brotes de grama con sus dedos—. Hazme sentir que soy tuya.
—No, linda —susurró Aidan en su oído—. Te haré sentir que yo soy tuyo.
Selló su promesa besándola en la zona más sensible de su intimidad. Las manos de Carrie abandonaron la grama para instalarse en el sedoso cabello de Aidan. La tibieza proveniente de su lengua recorriéndola como terciopelo la hizo gritar. No había tenido otros amantes pero estaba segura que Aidan era bueno en ello.
Carrie echó la cabeza hacia atrás, la corriente que surgía de su centro la golpeaba con fuerza erizando cada vello de su cuerpo. Aidan seguía en su tarea, succionando y besando los lugares correctos pero ella no quería su boca, lo quería a él y ya no podía esperar por ello.
—Hazlo ya —demandó con tanta urgencia que se sorprendió—. Por favor.
Aidan se levantó para mirarla, su rostro estaba tan desesperado que dolía. Maldijo en voz baja y desabrochó la hebilla de su cinturón. Ella estaba lista para recibirlo, finalmente lo hizo, la penetró con una estocada contundente, se dijo que sería amable pero le fue imposible hacerlo, estaba demasiado excitado.
Gimió moviéndose sin pausas, ahogándose en la tórrida estrechez de ella, le acomodó las piernas alrededor de sus caderas para sentirla más cerca, para llegar más profundo. Carrie susurraba su nombre una y otra vez. Aidan se perdió durante lo que pareció una eternidad, hasta que la sintió sacudirse a su alrededor y casi al mismo tiempo él pudo liberarse. Se retiró a regañadientes de ella, pensando en que eso no era nada de lo que tenía planeado para esa noche.
Sostuvo entre sus brazos a Carrie hasta que pudo recomponerse, la besó en los labios probando su dulzura una vez más. Amaba la forma en la que su cuerpo y el de ella reaccionaban juntos, amaba su mirada y de haber tenido la oportunidad, sabía que llegaría amar todo de ella.
—¿ Qué tal si ahora me concedes una pieza más? —chistó él, devolviéndole su ropa interior—. Creí que me habías traído aquí para bailar.
—Qué tonto eres —regañó Carrie con su voz llena de diversión.
Lo siguiente que hicieron fue abrazarse en la pista de baile, todo entre ellos era tan mágico y etéreo. Carrie quería quedarse así, junto a él toda la vida.