"El Misterio Del Bosque Encantado"

El aire se volvió denso y helado cuando el grupo se adentró en el Valle de las Sombras. Un lugar del que habían escuchado leyendas desde que comenzaron su misión, pero que nunca habían imaginado sería tan opresivo. Las montañas se alzaban a ambos lados, y la luz del sol apenas lograba penetrar la neblina oscura que flotaba como una manta sobre el valle. Cada paso que daban se sentía como si algo invisible los estuviera vigilando, como si el mismo paisaje estuviera vivo, esperando el momento oportuno para atraparlos.

Lucas miró hacia sus compañeros. Mara caminaba unos pasos adelante, su arco en la mano, alerta a cualquier movimiento. Torak iba a su derecha, en silencio, pero con su hacha siempre lista. No habían hablado mucho desde que dejaron atrás las ruinas de Erendor; la visión de la niebla oscura moviéndose hacia ellos les había dejado claro que estaban en una carrera contra el tiempo.

—Este lugar está maldito —murmuró Torak después de un largo silencio—. Puedo sentirlo en mis huesos.

Mara asintió sin mirar atrás.

—Lo está —respondió en voz baja—. El Valle de las Sombras es más antiguo que los mismos Antiguos. Aquí es donde los primeros guardianes cayeron en la oscuridad.

Lucas frunció el ceño. Las leyendas sobre los guardianes siempre lo habían desconcertado. Se suponía que eran protectores, seres creados por los Antiguos para defender los reinos de cualquier amenaza. Pero algo había salido mal, algo que los había corrompido, y ahora ellos mismos eran una amenaza.

—¿Qué fue lo que los corrompió? —preguntó, tratando de entender mejor lo que enfrentaban.

Mara se detuvo un momento, como si estuviera decidiendo cuánto debía contar.

—Nadie lo sabe con certeza —dijo finalmente—. Las leyendas hablan de una fuerza antigua, algo más oscuro y más antiguo que los propios Antiguos. Se dice que los guardianes hicieron un pacto con esa oscuridad, y desde entonces, quedaron atrapados en este valle, condenados a servir a esa fuerza.

—¿Y esa oscuridad aún está aquí? —preguntó Lucas, sintiendo un escalofrío recorrer su columna.

—Lo está —respondió Mara—. Y si no somos cuidadosos, nosotros también podríamos quedar atrapados.

Lucas tragó saliva, consciente del peligro que enfrentaban. Sabía que su misión era detener esa misma oscuridad, pero cada paso que daban hacia el corazón del valle lo hacía sentir más pequeño, más vulnerable.

De repente, el sonido de un susurro sutil llenó el aire. Lucas se detuvo en seco, alzando la mano para que los demás hicieran lo mismo.

—¿Lo oyeron? —preguntó en voz baja.

Torak y Mara asintieron.

—Voces —murmuró Torak—. Susurros… como si el viento hablara.

Pero no era el viento. Lucas lo sabía. Las voces no eran naturales, eran algo más. Algo que intentaba alcanzarlos desde la oscuridad.

—Sigamos —dijo Mara, aunque su tono era cauteloso—. No dejemos que nos confundan.

Reanudaron la marcha, pero las voces no se desvanecieron. Al contrario, parecían volverse más fuertes cuanto más avanzaban. Lucas intentaba no prestarles atención, pero las palabras, aunque incomprensibles, parecían retumbar en su mente. Se preguntaba si los guardianes, aquellos seres perdidos en la oscuridad, intentaban comunicarse con ellos.

Finalmente, después de horas caminando en silencio bajo la sombra opresiva de las montañas, llegaron a una gran explanada. En el centro de esa extensión, una estructura monolítica se alzaba, oscura y cubierta de inscripciones antiguas. Parecía un altar, o quizás una tumba, y Lucas supo de inmediato que habían llegado a su destino.

—El Umbral de la Verdad —dijo Mara, observando la estructura con una mezcla de reverencia y temor—. Aquí es donde la llave debe ser utilizada.

Lucas sacó la llave de su bolsa. El metal antiguo brillaba débilmente bajo la poca luz que había, como si fuera consciente del lugar donde se encontraban. Sentía el peso de la responsabilidad sobre él, pero también el poder que la llave contenía. Este era el momento por el que habían luchado.

—¿Qué ocurre cuando la usamos? —preguntó, acercándose al altar.

—Se dice que el Umbral revelará la verdad —respondió Mara—. Pero no cualquier verdad. Es una verdad personal, algo que debemos enfrentar si queremos detener la oscuridad.

—¿Qué clase de verdad? —preguntó Torak, frunciendo el ceño—. No tengo tiempo para juegos mentales.

Mara lo miró con seriedad.

—No son juegos, Torak. Este es el último paso antes de poder enfrentar a la oscuridad. Si no superamos lo que el Umbral nos muestra, no podremos seguir adelante.

Lucas respiró hondo. No tenía elección. Si querían salvar su mundo y el de Mara y Torak, debían enfrentar lo que fuera que el Umbral de la Verdad les revelara. Con un gesto decidido, se acercó al altar y colocó la llave en una ranura que parecía haber sido hecha específicamente para ella.

Un temblor recorrió la tierra, y el altar comenzó a brillar con una luz intensa. Lucas retrocedió, cubriéndose los ojos, mientras la luz envolvía a todo el grupo. Sentía una presión en su mente, como si algo intentara penetrar en sus pensamientos más profundos.

Y entonces, la oscuridad los tragó.

Cuando Lucas abrió los ojos, ya no estaba en el valle. Estaba de pie en medio de una vasta llanura, bajo un cielo gris y tormentoso. A su alrededor, no había señales de Mara o Torak. Estaba solo.

—¿Dónde…? —comenzó a decir, pero su voz se desvaneció en el viento.

Frente a él, una figura comenzó a materializarse. Era un hombre, vestido con ropas simples, pero su rostro le resultaba familiar. Muy familiar.

—No puede ser… —murmuró Lucas, sintiendo que su corazón se detenía.

La figura se acercó, y cuando finalmente lo vio de cerca, lo reconoció. Era su propio padre, el hombre que había desaparecido cuando él era solo un niño.

—Lucas —dijo el hombre, su voz suave pero cargada de emoción—. Te he estado esperando.

Lucas retrocedió, incapaz de procesar lo que estaba viendo.

—Tú… no puedes ser real. Tú… tú desapareciste. Te fuiste y nunca volviste.

Su padre lo miró con una mezcla de tristeza y comprensión.

—No me fui por voluntad propia —dijo—. Fui llamado a este lugar, atrapado por la misma oscuridad que ahora enfrentan. Pero he estado observándote, Lucas. Sabía que vendrías. Sabía que serías tú quien tendría que tomar esta decisión.

Lucas sintió que el suelo se movía bajo sus pies.

—¿Decisión? ¿Qué decisión?

Su padre dio un paso adelante, mirándolo con seriedad.

—La llave no es solo un artefacto para detener la oscuridad. Es un vínculo entre mundos. Si decides usarla, sellarás la puerta entre nuestro mundo y el de ellos, evitando que la oscuridad entre. Pero hay un precio.

—¿Qué precio? —preguntó Lucas, sintiendo el peso de las palabras de su padre.

—Si cierras la puerta, nunca podrás regresar a tu mundo —dijo su padre—. Quedarás atrapado aquí, como yo. Pero salvarás a todos los demás.

Lucas sintió que el aire se volvía pesado a su alrededor. Su padre estaba pidiéndole que sacrificara su propia vida para salvar a los demás, para detener la oscuridad de una vez por todas.

—¿Y si no lo hago? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—La oscuridad consumirá ambos mundos —respondió su padre, con los ojos llenos de tristeza—. Y todo lo que amas desaparecerá.

Lucas bajó la mirada, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que no tenía otra opción. Sabía que debía tomar esa decisión.

Finalmente, levantó la mirada y, con el corazón en la garganta, asintió.

—Lo haré.

Su padre sonrió, aunque su sonrisa estaba teñida de melancolía.

—Estoy orgulloso de ti, hijo. Siempre lo he estado.

Y entonces, la figura de su padre comenzó a desvanecerse, y el mundo a su alrededor se oscureció una vez más.

Lucas despertó en el valle, de rodillas frente al altar, con la llave todavía en su mano. Mara y Torak estaban a su lado, pero sus rostros eran sombríos. Sabían lo que había visto.

—¿Estás listo? —preguntó Mara en voz baja.

Lucas asintió, sabiendo que el destino de ambos mundos ahora estaba en sus manos.