Nunca imaginé que una simple prueba de embarazo cambiaría mi vida para siempre. Mi nombre es Elizabeth, y hace unos meses, mi vida era completamente diferente. Trabajaba como asistente ejecutiva para Alexander, el CEO de una de las empresas más importantes del país. Alexander era todo lo que una mujer podría desear: inteligente, carismático y extremadamente atractivo. Nuestra relación comenzó de manera profesional, pero pronto se convirtió en algo más. Pasábamos largas horas juntos en la oficina, y poco a poco, la atracción entre nosotros se volvió innegable.Nuestra relación terminó abruptamente cuando Alexander decidió que era mejor para ambos si seguíamos caminos separados. Me dejó con el corazón roto y una promesa de no volver a cruzar nuestros caminos. Pero ahora, con un bebé en camino, mantener ese secreto se vuelve cada vez más difícil.Decidí no decirle nada a nadie, especialmente a él. No podía arriesgarme a que esta noticia se filtrara y arruinara su carrera.
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POR FAVOR, ESPERA POR MÍ.
Tras lo sucedido anoche, me desperté y noté que Alexander no se encontraba en la cama. Al salir, lo encontré en la cocina, preparando el desayuno. Me miró con una sonrisa enigmática.
—Buenos días —comentó.
—Buenos días —respondí, sin poder apartar la vista de él.
Alexander se giró hacia mí, mirándome con sus profundos ojos.
—Me gustó —comentó finalmente—, y estoy seguro de que a ti también te ha gustado.
Disfrutamos de la comida en silencio, pero el ambiente que nos rodeaba estaba cargado de una tensión palpable. Después de terminar de lavar los platos, Alexander me condujo hacia la habitación y comenzó a despojarme de mi ropa con suavidad.
—No, espera, necesito irme —exclamé casi en un susurro— Había prometido que no me demoraría tanto tiempo fuera...
—Quédate un poco más —murmuró Alexander, acercando su rostro al mío con una intensidad que me hizo latir el corazón con fuerza—. No quiero que te vayas.
Sus palabras estaban llenas de un anhelo profundo, justo antes de entregarse a mí con una pasión ardiente que despertaba todos mis sentidos. La noche anterior había sido solo el comienzo de nuestra aventura, un destello de lo que éramos capaces de experimentar juntos; y ahora, en este momento compartido, comprendíamos que no podíamos luchar contra la conexión que nos unía.
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación con un suave resplandor dorado. Alexander y yo estábamos tumbarados en la cama, nuestros cuerpos entrelazados como si fuéramos uno solo, respirando al unísono en un tranquilo compás. Podía sentir el calor que emitía su piel, la cercanía de su ser, y el deseo de que ese instante se prolongara indefinidamente me llenaba de felicidad.
Después de un rato en el que el silencio nos envolvió, decidí romper la calma que nos envolvía.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —le pregunté, curiosa.
Alexander giró su rostro hacia mí, y en su mirada se podía apreciar una mezcla de determinación y ternura que me hizo sonreír.
—Vamos a disfrutar de este momento —respondió, con una voz suave y serena—. No quiero preocuparme por lo que traerá el mañana, solo deseo vivir el ahora, junto a ti.
Eché un vistazo al reloj que colgaba de la pared. Eran las dos y media de la tarde.
—¡Maldita sea, ya es muy tarde!,— pense, sintiendo una punzada de ansiedad.— Mis hermanos me van a matar.— Sin perder ni un segundo más, me levanté de la cama con rapidez y empecé a ponerme la rrop, Alexander también se incorporó y comenzó a vestirse con calma.
—No te preocupes, yo te llevaré —comentó él, sonriendo de manera tranquilizadora, lo que me hizo sentir un poco mejor y aliviado ante la inminente llegada de mis hermanos.
Salimos de la casa y comenzamos dirigiendonos hacia mi hogar. Cuando finalmente llegamos, fue Javier quien se encargó de abrir la puerta. Al verme, su expresión reveló una combinación de sorpresa y preocupación que no pasó desapercibida.
—¿Qué son estas horas de llegar, Elizabeth? —preguntó, adoptando una postura defensiva al cruzar los brazos frente a su pecho.
—Aaah... hola —contesté, intentando sonar despreocupada y natural, aunque en el fondo sentía un ligero nerviosismo.
Javier, al notar que no venía sola, dirigió su mirada hacia atrás y se dio cuenta de que Alexander estaba justo detrás de mí. Sus ojos se abrieron de par en par, capturando la sorpresa que le provocó la situación.
—Lamento lo sucedido, es responsabilidad mía —afirmó Alexander, avanzando un paso.
En ese instante, Sofía salió de la casa corriendo y se abrazó a mis piernas.
—¡Mami! ¿Dónde estabas? Te he extrañado mucho.
Lucas apareció a su espalda, observándome con curiosidad.
Entré en la casa con cuidado, sosteniendo a Sofía en mis brazos, mientras que Alexander me seguía de cerca y también cruzaba el umbral de la puerta.
—No creo que sea necesario hacer la pregunta, dado que lo que estoy observando es bastante evidente —expresó Tomás con una seguridad en su voz que no dejaba lugar a dudas.
—Mamá, ¿quién es él? —preguntó Sofía, mirando a Alexander con curiosidad.
Me agaché para estar a la altura de los niños.
—Les explicaré si —dije, tomando sus manitas.
Nos acomodamos en el sofá y comenzamos a charlar. Les expliqué a los niños la situación, intentando que comprendieran lo mejor que pudieran. Alexander también se dirigió a ellos, compartiendo un poco sobre sí mismo y su vida. Los niños escuchaban atentamente, sus ojos brillaban con curiosidad y emoción.
—¿De verdad eres nuestro papá? —preguntó Lucas, con una mirada llena de esperanza.
—Sí, lo soy —respondió Alexander, con voz suave.
—¿Te quedarás con nosotros? —inquirió Sofía, manifestando una mezcla de emoción y temor.
—Solo si mamá lo desea —contestó Alexander, dirigiéndome una mirada llena de ternura—. Pero primero debo resolver algunos asuntos.
—Quiero que sepan que siempre estaré aquí para ustedes —expresó Alexander, tomando las manos de Lucas y Sofía—. Aunque no he estado presente anteriormente, ahora deseo ser parte de sus vidas.
Lucas y Sofía asintieron, sus rostros mostraban una mezcla de emociones. Era consciente de que esto no sería sencillo, pero estaba decidida a intentarlo.
—¿Podemos ir al parque mañana? —preguntó Lucas, interrumpiendo el silencio que nos rodeaba.
—Por supuesto que sí —respondió Alexander, esbozando una sonrisa—. Podemos hacer lo que ustedes deseen.
Sofía, movida por la alegría, se acercó más a Alexander y lo abrazó fuertemente. Lucas, no queriendo quedarse atrás, hizo lo mismo y se unió a ellos en el abrazo. Alexander, demostrando su afecto, los envolvió en un cálido y protector abrazo.
Pasamos el resto del día en compañía mutua, conversando y compartiendo momentos de alegría. Los niños se mostraban cada vez más a gusto con Alexander.
Al llegar la noche, acosté a los niños y les di un beso de buenas noches. Alexander permaneció en la puerta, observando con una sonrisa.
—Te agradezco por brindarme esta oportunidad —comentó al salir de la habitación de los niños.
—Eres... su padre no podía privarles del derecho de conocerte.
— Creo que... deberías irte ya, se ha hecho muy tarde... y tu prometida seguramente debe estar esperándote —repliqué, apartando la mirada.
— Elizabeth —respondió él, tomando suavemente mi rostro entre sus manos— te pido que solo aguardes por mí. Prometo que resolveré todo esto... y que pronto podré estar a tu lado, así como con los niños.
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