Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 11: Ecos de la Oscuridad
Erika cayó de rodillas, su respiración entrecortada, mientras la luz que había seguido comenzaba a desvanecerse. El abismo que la rodeaba parecía temblar, como si algo grande y despiadado despertara de su letargo. El eco de su último grito resonaba en su cabeza, pero no quedaba nadie para escucharla.
El silencio era abrumador, pesado. Era como si el aire mismo hubiera sido drenado de la caverna, dejándola sola con sus pensamientos. La desesperación se enroscaba en su pecho, pero se obligó a respirar profundamente. No podía permitirse caer presa del pánico, no ahora. Se levantó lentamente, apoyando una mano temblorosa en la pared húmeda a su lado.
El camino que la había llevado aquí parecía haberse desvanecido, como si el abismo la hubiera tragado por completo. No había vuelta atrás. Las figuras encapuchadas que antes la rodeaban estaban inmóviles una vez más, pero sentía sus ojos sobre ella, observándola desde detrás de sus capuchas oscuras.
Erika no quería quedarse allí, pero algo la mantenía en su lugar, como si un miedo más profundo la estuviera anclando. La sala seguía sumida en una penumbra impenetrable, salvo por la débil luz del espejo en el centro. Recordó la imagen que había visto en él: esa versión distorsionada y grotesca de sí misma. Se estremeció al pensar en lo que significaba. ¿Era esa su verdadera forma? ¿Era esa la criatura que se había convertido al adentrarse en este lugar?
Con el corazón latiendo a toda velocidad, dio un paso hacia el espejo. No sabía por qué lo hacía; era como si algo la impulsara. Sus pies se movían por sí solos, arrastrándola más cerca del altar.
—No... —murmuró para sí misma, tratando de detenerse, pero su cuerpo no le obedecía.
Cuando estuvo a solo unos pasos del espejo, la figura en su reflejo comenzó a moverse. Sus ojos, esos pozos oscuros y vacíos, la observaban con una intensidad que la hacía sentirse expuesta. Pero lo peor de todo era la sonrisa torcida que se formaba en el rostro del reflejo, una sonrisa que no tenía lugar en su cara.
—Eres débil, Erika —dijo la criatura en el espejo, su voz una versión distorsionada de la suya propia—. Siempre lo has sido.
Erika retrocedió, su corazón saltando en su pecho. Esa cosa… hablaba. Y no solo hablaba; sabía cosas sobre ella, cosas que había intentado enterrar profundamente en su subconsciente.
—¿Qué... qué eres? —preguntó con la voz quebrada.
La criatura sonrió aún más, mostrando dientes afilados y desiguales. El reflejo no solo la mostraba a ella, sino que parecía estar transformándose en algo más, algo monstruoso.
—Soy tú, Erika —susurró el reflejo—. Soy todo lo que intentas ignorar, todo lo que te niegas a aceptar.
El eco de esas palabras resonó en la caverna, cada sílaba atravesando su mente como cuchillos. Erika sintió que su control sobre la realidad se desmoronaba lentamente. No podía ser verdad. No podía ser esa cosa que veía en el espejo.
—No… —susurró, temblando—. Tú no eres yo.
La criatura en el espejo se rió, una risa hueca y espeluznante que hizo que las sombras en la sala parecieran moverse. Las figuras encapuchadas, inmóviles hasta ese momento, comenzaron a girar lentamente hacia el centro de la sala, dirigiendo sus capuchas hacia el espejo y hacia Erika. Sus movimientos eran lentos, pero llenos de intención, como si hubieran estado esperando este momento.
—Siempre has sido débil, Erika —repitió la criatura—. Desde el principio. Por eso te abandonaron, por eso nunca serás lo suficientemente fuerte para escapar de aquí.
Erika sintió una oleada de rabia, mezclada con un terror profundo. Las palabras de esa cosa cortaban como cuchillas, pero había una verdad en ellas que no podía negar. Durante toda su vida, había sido perseguida por el sentimiento de no ser lo suficientemente buena, de ser frágil e indefensa. Había intentado demostrar lo contrario, pero aquí, en el abismo, todo eso parecía una mentira.
Sin embargo, algo dentro de ella comenzó a rebelarse. Una chispa de resistencia que había olvidado que existía. No podía dejar que esa cosa la definiera. No podía ser lo que esa criatura decía que era.
—¡Cállate! —gritó, su voz temblorosa pero decidida.
El reflejo se detuvo, su sonrisa desapareciendo por un momento. Las figuras encapuchadas alrededor de la sala se detuvieron también, como si hubieran sentido el cambio en el aire. Erika respiró profundamente, reuniendo todas las fuerzas que le quedaban. No sabía cómo, pero tenía que encontrar una forma de luchar contra esa cosa.
—No eres yo —repitió, con más firmeza esta vez—. Eres una mentira.
La criatura en el espejo no respondió de inmediato, pero su forma comenzó a cambiar. El rostro se alargó, sus ojos se oscurecieron aún más, y su cuerpo se retorció de una manera que desafiaba toda lógica. Era como si el espejo estuviera reflejando no solo su peor versión, sino algo mucho más oscuro, algo que siempre había estado acechando en las profundidades de su mente.
—No importa lo que creas —dijo la criatura, su voz ahora más gutural y distante—. Este es tu final.
Antes de que Erika pudiera reaccionar, el espejo comenzó a brillar con una luz antinatural. La sala se llenó de un resplandor cegador, y las figuras encapuchadas se movieron de golpe, avanzando hacia ella con una velocidad inhumana. Su respiración se aceleró, y el miedo volvió a apoderarse de su cuerpo, paralizándola.
El suelo bajo sus pies comenzó a temblar, y una grieta se abrió en el centro de la sala, justo bajo el espejo. De la grieta emergió un sonido gutural, como un rugido que provenía de las profundidades de la tierra. La criatura en el espejo se rió una vez más, mientras la grieta crecía, amenazando con tragarse todo a su paso.
—¡Corre! —gritó la voz que había escuchado antes, la misma que la había guiado hacia la luz.
Erika no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Se giró y comenzó a correr, sus pies apenas tocando el suelo mientras las sombras intentaban alcanzarla. Las figuras encapuchadas se movían como un solo ser, avanzando hacia ella en oleadas, pero la grieta en el suelo los ralentizaba.
El pasadizo por el que había entrado estaba a unos metros de distancia, pero el suelo seguía temblando, y la caverna comenzaba a desmoronarse a su alrededor. El rugido que provenía de la grieta se intensificaba, y Erika sentía que algo estaba a punto de emerger de allí, algo que no quería ver.
Corrió con todas sus fuerzas, saltando sobre los escombros que caían del techo y esquivando las figuras que se acercaban cada vez más. La luz del pasadizo era débil, pero representaba su única esperanza de escapar de ese lugar infernal.
Finalmente, llegó al borde del pasadizo y se lanzó hacia él, rodando por el suelo mientras las figuras encapuchadas se detenían al borde de la grieta. El suelo bajo ellas comenzó a colapsar, y, en un último suspiro, la caverna se cerró sobre sí misma, tragándose el espejo y las sombras para siempre.
Erika jadeó, apoyándose en las paredes del pasadizo. El silencio que siguió fue ensordecedor. Durante un momento, no pudo moverse. Estaba viva, pero apenas. Sentía su corazón latiendo con fuerza en sus oídos, y su cuerpo temblaba incontrolablemente.
Había logrado escapar, pero sabía que el abismo aún no había terminado con ella.
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.