LA PERDICIÓN DEL CEO MUJERIEGO

...DAEMON ...

Miro a la mujer que duerme plácidamente sobre mí pecho, me preguntó ¿Cómo es posible sentirme tan relajado y cómodo cuando claramente he perdido la cabeza?.

Este no había sido mí plan. Había llegado al hotel para ver cómo estaba, no para volver a caer en la misma madriguera del conejo. La mujer había sonado como un desastre en el teléfono, y tenía la intención de simplemente ver cómo estaba y luego seguir con mí vida.

Bien, dijo una voz sardónica en el fondo de mi mente. Eres tan malo como ella, si no peor.

Pasando una mano por mi rostro, suspiró. Sí, quizás.

Si era honesto conmigo mismo, estar lejos de Rachel había sido...frustrante. Estas últimas semanas me había sentido constantemente distraído, su cuerpo estaba lleno de agitación.

Estaba demasiado acostumbrado a dormir envuelto alrededor de ella, demasiado acostumbrado a cuidarla. Había esperado, tenido fe, que con el regreso al mundo normal, mis antiguos hábitos independientes volverían, pero hasta ahora no

estaba sucediendo. O tal vez la necesidad de ser necesitado por Rachel, me había arraigado demasiado en ella.

De cualquier manera, lo que pasó anoche fue un error. Un error que no debería volver a cometer.

Mientras no lo volviera a hacer, debería estar bien.

Es como dejar de fumar: dejar de fumar por completo no fue fácil, pero mientras no lo convirtiera en un hábito, aún era posible dejar de fumar.

¿No es lo mismo que te dijiste en la isla?

Apartando con cuidado el incómodo pensamiento, estudió su rostro dormido, fruncí el ceño cuando notó nuevamente lo delgada que está.

Es sólo labios y ojos, su rostro casi demacrado. Seguía siendo ridículamente encantadora, pero esta delgadez no parecía saludable. No era solo su rostro; definitivamente había perdido mucho peso en general.

Como si sintiera mí mirada, Rachel murmuró algo

adormilada y se movió. Aquellos ojos grandes y bonitos se abrieron. Esta mañana parecían más azules que verdes.

Parpadearon como una lechuza antes de volverlos a cerrar.

—¿Ya es de mañana? —Murmuró en mi pecho. Mientras frotaba su mejilla, y ronroneaba como una gatita.

Mi estómago se apretó, una sensación extraña

retorciéndome. No era una sensación desagradable, solo inquietante.

—Sí. Suéltame. Necesito irme.

Se quedó muy quieta por un momento. Luego se apartó de mí y se sentó.

También me siento. Mientras nos mirábamos el uno al otro por un momento.

—Eres todo piel y huesos, —gruñí. —¿Has comido algo?

No eras tan delgada en la isla.

Se encogió de hombros vagamente. Podría significar cualquier cosa.

Cuando la seguí mirándo, fue que respondió:

—Lo olvido.

—Te olvidas, —repetí, rotundamente. —Te olvidas de comer.

No me miró a los ojos.

Suspiro. Recogí el teléfono de la mesita de noche y me puso en contacto con la recepción.

—Buenos días. Desayuno para dos, por favor.

Después de un momento de pausa, la recepcionista dijo rápidamente:

—Por supuesto, Sr. Grey.

Rachel me estaba mirando cuando volvió hacia a mi.

—¿Por qué hiciste eso? —Dijo, dos manchas de color apareciendo en sus pómulos. —Ahora van a pensar que... que...

—¿Qué me chupaste la pølla y me quedé a pasar la noche? —Respondí, muy secamente.

—No te chupé la pølla, —contesto, evitando otra vez mi mirada mientras se arreglaba la ropa. —No soy tu prøstituta.

Solo logré soltar una carcajada.

—Por supuesto que no. Te gusta que te føllen la boca. Con una pølla.

La mirada fulminante que Rachel me lanzó podría haber prendido fuego a alguien.

—No eres gracioso.

—No estoy tratando de serlo, —dije, mientras me dirigía al baño. Necesitaba una ducha.

Cuando regreso, vestido solo con una toalla

envuelto alrededor de mis caderas, una criada estaba colocando una bandeja con el desayuno en la mesa.

Se sobresaltó cuando me vió, sus ojos se dispararon de Rachel a mí, cuyo rostro estaba rojo de nuevo.

—Buenos días, Sr. Grey —dijo alegremente, como si no hubiera nada extraño en la situación.

—Buenos días, —Respondí. —No hay albornoces en el baño. Asegúrate de que esté corregido.

La criada se ruborizó.

—Por supuesto, señor Grey. La única razón por la que no los trajimos fue porque había un letrero de "no molestar" en la puerta desde que la Sra. Parker se mudó.

Asentí. No me molestó en decir que deberían haber traído una bata de baño antes de que un nuevo huésped se registrara en la habitación; ponerla nerviosa no lograría nada.

Pero tendría que hablar con el gerente sobre esto.

Rachel me arrojó una camiseta. La atrapó y me la pongo. Estaba un poco apretada alrededor de mí pecho y hombros, pero nada demasiado incómodo.

—Puedes irte, Jane —dije, mirando a la criada cuando se dio cuenta de que todavía estaba allí. —Que alguien me traiga ropa de mi suite.

Ella asintió y se fue rápidamente.

Me senté y nos servi café a los dos.

—Siéntate. Come.

Frunció el ceño pero hizo lo que le dije. Primero

mordisqueó la comida antes de atacarla repentinamente con voracidad, como si solo ahora se diera cuenta de lo hambrienta que estaba. Dios, parecía que no había comido en días.

Ciertamente lo parecía.

La miré comer, tratando de ubicar la extraña sensación que se acurrucó en mis entrañas. No era extraña. Me tomó un momento reconocerla. Era similar a la satisfacción primitiva que obtenía al verla disfrutar de la comida que cocinaba. Me

gustaba alimentarla. Proveer para ella.

Me encogí por dentro, mirando hacia otro lado y me centré en mi propia comida.

Comimos en silencio. Probablemente, debería haber sido incómodo, pero en realidad era lo más cómodo que me había sentido en semanas.

Regresar a casa y ver a mí familia y amigos

por primera vez en casi un año me había sentido bien, por supuesto, pero no había hecho nada para borrar la sensación de inquietud bajo mí piel, como si hubiera perdido algo. Ahora ese sentimiento de insatisfacción se había ido. Me sentí completamente a gusto.

No es que estos sentimientos fueran completamente sorprendentes. Probablemente era natural que me tomara tiempo

acostumbrarse a mi vida normal. Era de esperar que aún me sintiera más cómodo con la persona que había sido mí mundo durante nueve meses. Con el tiempo, estos sentimientos deberían desaparecer. Solo tenía que darle tiempo y dejar de alimentar la codependencia, maldita sea.

El sonido de un tono de llamada me sacó de mis pensamientos.

Rachel también se sobresaltó antes de tomar su teléfono y mirarlo con algo parecido a la inquietud.

Arque las cejas.

—¿Alguien con quien no quieres hablar?

Su rostro hizo algo extraño.

—Es mi tía. Ella me crió.

No me había pasado desapercibido, que no era un no.

No es de tu maldita incumbencia, me dijo y volví a mirar la comida. Fingí estar absorto en ella mientras Rachel contestaba el teléfono.

—... no, tía, te juro que no lo olvidé... sé que prometí visitarte hoy, y lo haré, te lo prometo... no tenía idea de que me estabas esperando tan temprano...

La mujer del otro lado de la línea pareció lanzarse a una diatriba. Rachel la escuchó con una mirada resignada y pellizcada en su rostro, sus hombros se tensaron con cada momento. Se veía… pequeña.

No era una mujer pequeña, pero en este momento "pequeña" era una buena palabra para describirla. Ella parecía pequeña. Como si algo pudiera romperla. O algo ya lo había hecho.

Fruncí el ceño.

—Lo siento. Saldré ahora mismo —Finalizo antes de colgar la llamada.

Se quedó mirando su teléfono por un momento, con una mirada en blanco en su rostro, antes de ponerse de pie.

—Tengo que irme, —dijo, sin mirarme—Le prometí a mi tía que la visitaría hoy, y aparentemente me ha estado esperando durante horas.

—¿Necesitas que te lleve? —Digo, antes de que pudiera detenerse.

Frunció el ceño. Cómo si estuviera tratando de analizarme.

—¿Tienes un auto? ¿Pensé que vivías en Nueva York?

Apartó la mirada.

—Conduje hasta aquí, —conteste secamente. No necesitaba saber que no podía dormir después de escuchar su voz, pensar en ella y obsesiónarme. Al principio ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conduciendo hacia Chicago, y luego ya

era demasiado tarde para regresar. O eso se había dicho a mí mismo.

—Oh, —dijo. —Bien entonces.

—Ve a darte una ducha y vístete.

Puso los ojos en blanco con una mirada sufrida.

—Vete a la mierda. No necesito que me digas qué hacer. Soy capaz de funcionar por mi cuenta, ya sabes.

—¿Lo eres? —Murmure en voz baja. —¿Estás bien, Rachi?

Apretó la mandíbula, algo casi frágil en sus ojos. Me miró con incertidumbre y no dijo nada.

Mis manos se movieron hacia ella, pero mí

imprudente impulso de consuelo fue interrumpido por el golpe en la puerta. Buen momento.

Fuí a abrirla y agradeció a la criada por traerle algo de ropa. Dejó caer la toalla y comienzo a vestirme sin prisa mientras Rachel desaparecía en el baño.

Estaba revisando sus correos electrónicos en mi teléfono cuando finalmente salió del baño, ya vestida. Se quedó quieta, mirandome con una expresión extraña en su rostro.

—¿Qué? —Solo negó con la cabeza y se frotó la nuca.

—Nada, —dijo, sus labios se torcieron en algo que no era una sonrisa. —Todavía no estoy acostumbrada a que estés todo...

—¿Vestido? —dije, con un bufido.

—Sí, —respondió, riendo un poco. —Realmente me está desconcertando.

No respondí nada eso. Solo me dirige hacia la puerta, haciendo un gesto con la cabeza para que saliera.