¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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TRATO DE SER
*Miranda*
El sonido de un golpe me hace abrir los ojos. Comienzo a buscarlo en la cama y no está. Se me sube la preocupación a todo el cuerpo. ¿A dónde se fue el canijo? Sin dudar me pongo de pie, bostezo un poco y me estiro. ¡Aún tenía ganas de seguir durmiendo!
—¿Emilio?
Comenzó a quejarse. Eso me hizo preocupar aún más. Su voz me condujo hasta el baño y al verlo tirado en el suelo no dude en actuar.
—¡Ay Emilio!
—¡Buenos días, Miranda!
—Si querías hacer del baño, me hubieses despertado canijo. A ver, dame tu mano.
Su espalda estaba recargada contra una pared del sanitario, sus piernas desnudas y esa mirada tan brillosa que irradiaba inocencia. ¿Inocencia? En este momento mi Emilio parecía ser como un niño indefenso.
—¡Lo siento! Es que parecía que estabas descansando bien.
—Pues sí, pero, mírate. ¡Te caíste!
—Este yeso que no me deja mantener el equilibrio.
—¿Te lastimaste algo? ¿Estás bien?
Mi preocupación por Emilio comenzaba a ser una costumbre.
—No, pues, solo me di un guamazo bien meco. Pero ya ahorita se me pasa el dolor de las nachas.
—Bueno, así con ese golpe te van a crecer más las pompas.
Intercambiamos risas.
—¿Me ayudas a levantarme?
—¡Nel! Dame esa mano.
Me apoyo, uso todas mis fuerzas matutinas y se las doy. Su brazo me pasa por el cuello, uso mi mano derecha para sostenerlo por la cintura.
—¡Listo!
—Necesito hacer pipí.
Sus ojos estaban algo cerca de los míos y tenían un toque de picardía.
—¡Pues órale! Saca esa trompa de elefante.
Le saqué una risa de esas que te alegran el día. Como bobos nos pusimos a reír sin parar.
—Ok. Voy a liberar el elefante.
Me giré para no ver su desnudez completa y me paré en contra espalda con él. Pasaron veinte segundos hasta que guardó su elefante.
—Llévame al lavabo.
—¡Como órdenes patrón!
Después de acicalarnos todos los rastros de la noche, bajamos a la cocina para tomar el desayuno. Eran las nueve de la mañana.
—¿Qué haremos hoy?
—Pues estar en casa. Tú no puedes hacer mucho.
Me fulmino con la mirada.
—¿Y si me llevas a caminar por el parque?
Me sorprendió su petición.
—¿Hablas en serio?
—Pues sí. Neta, me gustaría salir a tomar el aire. ¿Y si mejor salimos de viaje?
—No puedes conducir y yo aún no aprendo a manejar.
—Bueno, le puedes decir a Alex o a Édgar que nos den un aventón.
—¿A dónde quieres que te lleve de paseo?
Parecía que lo estaba meditando, una sonrisa curiosa se formó en sus labios y sus ojos, sus pupilas parecían brillar al ritmo de sus pensamientos llenos de picardía.
—¡Llévame a San Francisco! Quiero ir a tu granja. Me quiero recuperar allá.
Su petición fue tan inesperada. ¡Casi se me queman las pestañas!
*Emilio*
Pude notar que Miranda estaba cansada de tener que estar fingiendo la realidad de su inquietud. También me di cuenta del cansancio que le causaba estar en la ciudad. ¿Por qué no era capaz de decirme la verdad? ¿Qué era lo que realmente me causaba inquietud?
Supongo que, por eso, decidí que sería buena idea volver a San Francisco. ¡Ella era otra persona completamente diferente, estando allá! Pasamos el desayuno de forma muy agradable, sus ojos me observaban con ternura y me gustaba ver el movimiento de sus labios cuando masticaba. ¡Miranda es preciosa! No es la típica chica de piel blanca a la que todos quieren. Miranda es diferente, ella es la típica chica de piel canela con ojos profundos y labios perfilados con un color rubí. ¡Ella es mi amiga!
—¿Te parece bien la idea? —Me animé a preguntarle.
—Sí, un poco.
—¿Como que solo un poco? Si yo sé que tú extrañas San Francisco, era muy obvia la felicidad que irradiabas cuando solías vivir allí. ¿Apoco no extrañas tu vida en el campo?
Note una mueca en sus labios, las cejas se le curvaron de forma curiosa y nuestros ojos se conectaron de forma honesta. ¿Qué me ocultaba?
—La verdad es que sí extraño mucho San Francisco. Aunque no ha pasado mucho tiempo, sí siento un poco de nostalgia cuando pienso en lo tranquila que es la vida allá.
—¿Entonces si me llevaras allí?
Hice que mis cejas se curvaran de forma chistosa, sus labios se dibujaron en una sonrisa hermosa. ¡Quería que ella se sintiera muy animada!
Asintió.
—Sí, yo te llevaré a San Francisco. Le diré a Édgar que nos haga los preparativos para el viaje.
Al terminar de desayunar le pedí estar solo. La sonrisa de su rostro me hacía sentir bien y el estar ocultando como mi vida tendría que cambiar por una estúpida lesión; eso me hacía sentir desechable. Con ayuda de las muletas me pude impulsar hasta llegar a la piscina. Los latidos de mi corazón estaban a un ritmo normal, el clima era agradable y mi tristeza estaba queriendo apoderarse de mi entero ser.
Me quité la playera, agradecí estar en short y con una lentitud impresionante me senté en la orilla. Introduje mi pie "bueno" en el agua, la frescura me beso la piel, vi todos los vellos de mi pierna moverse como hilos que se sacudían con las ondas. Comencé a echarme agua con la mano, humedecí mi cara y algunas gotas me escurrieron por el pecho. ¡Esto era un desahogo a mi trauma con el futuro!
¡Yo tampoco me sentía bien! También le estaba ocultando mi sentir a Miranda. ¿Por qué nos estaba pasando todo esto?
*Miranda*
—¿A San Francisco? —El tono de su voz sonaba a sorpresa—. Pero te acabas de mudar de allá.
—Si ya sé, pero... Igual y eso le puede ayudar a Emilio con su recuperación. Ya sabes que la vida es más tranquila en el pueblo que en la ciudad.
—¡Bueno! Eso sí, pero no estoy del todo seguro con que esa es una buena idea. ¿Y si te pasa algo? ¿O si él se pone mal?
Édgar parecía estar demasiado preocupado por mí.
—¿Crees que Aldo busque hacerme daño en San Francisco? Estoy segura de que él no sabe de mi querido hogar. ¡No es tan listo como parece!
—Puede ser. Pero no descartes la posibilidad. Recuerda lo que pasó la última vez.
—Pues pasaron varias cosas.
—¿Y no te da miedo que se vuelvan a repetir?
Lo pensé por algunos segundos.
El tiempo se había ido volando y todo eso que habíamos vivido tan solo era un recuerdo de hace mucho tiempo. Recordé la vez que intento abusar sexualmente de mí en aquella fiesta, también me acordé de la carta que había dejado recientemente por aquí. ¡Y me acordé de aquella fiesta en la que lo conocí!
—Pues no. Aldo es un miedoso, siempre lo ha sido. No creo que sea capaz de espiarme.
—Sí, puede ser. ¿Y qué tal si ese miedoso logra meterse a tu casa?
—Tranquilo. Él ya se metió a mi casa. Me dejo una carta ayer.
Sus ojos se abrieron por completo, parecía que se le quebrarían de la sorpresa.
—¿Cómo que se metió a la casa?
Encogí mis hombros.
—Pues sí. Al parecer ahora él es mi nuevo "anónimo". ¿Recuerdas cuando solías dejarme cartas?
Medito un poco en mis palabras.
—Lo recuerdo.
—¿Crees que él esté copiando tus movimientos?
—¿Por qué razón lo haría?
—Cuando eras mi anónimo, ¿alguien te pudo reconocer?
—¿Reconocer...?
—O sea. ¿Crees que alguien haya podido descubrirte?
—Pues la verdad no. Siempre fui muy sigiloso.
Deje escapar un suspiro.
—Bueno. El caso es que Aldo apareció de nuevo y busca venganza. ¡Tiene miedo!
—¿Y tú no tienes miedo?
—La verdad no. No me da miedo de que me haga algo o que me lastime. ¡Eso me da igual! Lo que de verdad sí me da miedo y es en lo que he estado pensando últimamente, es que no quiero que lastimen a las personas que me rodean. ¡Eso si no lo puedo permitir! No me gustaría que lastimaran a mis amigos.
—¿Emilio?
—¡Exacto! A eso me refiero. Eso es lo que siento, una parte de mí así lo cree. Emilio no podrá jugar por un tiempo solo porque este estúpido hombre se cree el centro del universo. ¡Eso me duele!
Mis palabras irradiaban el enojo de mi ser.
—¿Has podido descansar bien?
—Regular.
—¿Esta situación no te deja dormir?
—La verdad no he podido dormir bien. Pero eso no importa mucho.
—¿Y tú quieres regresar a San Francisco?
—Pues no estaría mal. Quizá eso le ayude a Emilio para que pueda recuperarse más rápido y...
Me quedo pensando en las posibilidades.
—¿Y?
—El médico dijo que no podría volver a jugar pronto. Quizá dos o tres meses de recuperación. Necesita tomar unas terapias.
—Emilio sabe que...
—Sí, él ya sabe. Lo único que me preocupa es que no pueda tomar sus terapias si vamos a San Francisco.
—¿Quieres que consiga un médico que pueda ayudarnos mientras están allá?
—Si haces eso, te lo agradecería mucho.
Pareció meditar en mis palabras.
—¿Sus padres saben que quiere ir a San Francisco?
—Yo me encargaré de decirles y de explicarles todo.
—¿Quieres que yo los lleve?
—Sí, justo eso te iba a pedir. ¿Quieres acompañarnos?
Enarque mis cejas, le sonreí y en mi tono de voz estaba la picardía. ¿Coqueteó? ¡Nada de eso! Mi forma de ser con Édgar era en parte el resultado de toda la confianza que yo le tenía. Él se había convertido en un gran apoyo para mí.
—¡Si quiero ir con ustedes! Por cualquier cosa que pudiera pasar, me gustaría cuidar de ti.
—¿Cuánto tiempo estás dispuesto a cuidar de mí? Porque de una vez te digo que nos iremos a quedar al menos un mes o dos.
—¿Tanto tiempo?
Me reí.
—Claro. La recuperación de Emilio no será de la noche a la mañana. Además, el médico dijo que ese es el tiempo aproximado para que le quiten el yeso.
—De acuerdo. Entonces iré de una vez a arreglar unos pendientes de la compañía.
—Ok, está bien.
—¿Cuándo planeas viajar?
—Mañana.
—Bien. Entonces deberías empezar a empacar.
Asentí.
—¡Tú también!