Mariza, una mujer con una extraña profesión, y que no cree en el amor, se convierte en la falsa prometida de William, un empresario dispuesto a engañar a su familia con tal de no casarse.
Por cosas del destino, sus vidas logran cruzarse y William al saber que ella es una estafadora profesional, la contrata para así poder evitar el matrimonio.
Lo que ninguno de los dos se espero es que esa decisión los llevaría a unir sus vidas para siempre.
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capítulo 17
Luego de unas cuantas rondas de tragos, con risas arrastradas por el alcohol y miradas más cómplices que nunca, William y Mariza llegaron a la mansión Friedman en plena madrugada. Tropiezos, carcajadas ahogadas y dedos sobre los labios ajenos para evitar hacer ruido, los acompañaban en cada paso hacia la escalera principal.
—Shhh... —susurró Mariza mientras empujaba suavemente a William, quien intentaba quitarse el saco sin caerse por los escalones.
—¡¿Quién diseñó estas escaleras?! ¿Un enemigo del equilibrio? —masculló él, tropezando con el primer peldaño.
—Tu tatarabuelo probablemente... y claramente no tomaba.
Ambos se rieron, apoyándose uno sobre el otro mientras subían como podían. Pero justo al llegar al descansillo del pasillo de habitaciones, se detuvieron en seco.
Frente a ellos, con un vaso de agua en la mano y cara de absoluto desconcierto, estaba Maia.
Ella había bajado por agua, pero casi se la ahoga al ver a su hermano —su impoluto, serio y gélido hermano— haciendo muecas y tonterías frente a Mariza, quien intentaba contener la risa tapándose la boca. Era como ver un unicornio bailar ballet. Irreal.
Maia parpadeó dos veces, abrió la boca para decir algo... y luego simplemente negó con la cabeza, giró sobre sus talones y volvió a su habitación en silencio. Aquello no podía procesarse sin una buena noche de sueño.
Cuando la pareja entró finalmente en su habitación, aún riendo, Mariza se dejó caer sobre la puerta mientras esta se cerraba.
—Creo que vi al fantasma de tu hermana —susurró, respirando con dificultad por la risa.
—Creo que sí era mi hermana —contestó William, soltando otra carcajada.
Ella volvió a reír, con el cuerpo temblando ligeramente mientras se impulsaba hacia atrás... pero perdió el equilibrio y cayó hacia él. William la atrapó justo a tiempo, sus brazos fuertes rodeándola con firmeza.
—Cuidado... —murmuró con voz ronca, su aliento cálido rozándole la mejilla.
Mariza se aferró a su camisa, apoyando una mano en su pecho. Sintió el latido bajo sus dedos. Lento. Firme. Tan real como la tensión que de pronto llenó el aire. Bajó la mirada, y sus dedos comenzaron a explorar con suavidad los músculos bajo la tela, acariciando con curiosidad, embriagada no solo por el alcohol, sino por la cercanía, el calor... y el deseo contenido durante días de juegos y miradas.
—¿Qué haces? —preguntó William, su voz apenas un susurro.
—Comprobando... si esto también es parte del contrato —respondió ella sin mirarlo, concentrada en sus dedos que desabotonaban el primer botón.
Él no contestó. Solo la observó. La vio alzar la vista con esos ojos brillantes por el alcohol y algo más oscuro, más profundo.
William la atrajo hacia sí con una mano en la cintura. Mariza apoyó sus labios en su cuello, suave, curiosa, y luego subió hasta su mandíbula, provocando un leve gemido en él.
Sus bocas se encontraron con urgencia contenida, una explosión de deseo que arrastró consigo todo lo demás. El contrato, la mentira, las familias, el apellido. En ese momento solo existían ellos dos, bajo la penumbra cómplice de su habitación.
William la levantó con facilidad, sus labios jamás soltándola. La depositó sobre la cama con suavidad, como si no quisiera romper el hechizo. Mariza estiró los brazos hacia él, tirando de su camisa hasta liberarlo por completo de ella.
—¿No tenias una regla contra esto en tu contrato? —preguntó él, rozando su piel con los labios.
—Si, la tengo pero... podríamos negociar —murmuró, riendo entre jadeos.
Sus cuerpos se buscaron con ansiedad dulce, caricias torpes al principio por el alcohol, pero luego más seguras, más entregadas. Ropa deslizándose fuera de lugar, besos profundos, piel contra piel. El tiempo dejó de importar. Solo existían sus respiraciones entrelazadas, sus murmullos, los suspiros ahogados entre las sábanas.
Y al final, cuando el deseo se calmó y ambos quedaron enredados en una mezcla de calor y suspiros, Mariza apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el ritmo pausado de su corazón.
—Prométeme que no me recordarás esto mañana —dijo ella, con voz soñolienta.
—Prometo intentarlo... pero no soy tan buen mentiroso como tú —respondió él, abrazándola más fuerte.
Y así, entre caricias tibias y cuerpos desnudos, la noche los envolvió por completo.
Pero lo que habían despertado... no sería tan fácil de dormir.
, no podías ser tan wey, como vas y besas a esa cucaracha mal habida