Lissa Rosette una joven doctora del siglo XXI cae en coma después de salvar a una niña de ser atropella por un camión. Sin saberlo queda atrapa en una de las mejores novelas de harén inverso y erotismo escrita por su autora favorita. Ahora Lissa es Eyra una extra que muere cuando el príncipe heredero del reino de Eldoria se aburre de ella, al fijar sus ojos en la dulce protagonista. Pero ahora Lissa siendo Eyra cambiará su destino, se vengara del príncipe que jugo con ella como si fuera un objeto y de la protagonista que no le importo arruinar las vidas de las demás para su lograr sus objetivos. Todo esto antes de que la maldición que posee el cuerpo de Eyra la mate. ¿Lograra Lissa cumplir sus objetivos?
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Capítulo 23
La mañana aún estaba fresca cuando Eyra caminaba por el laberinto del jardín trasero del palacio. Las paredes de setos altos y perfectamente recortados se alzaban a su alrededor, y el silencio solo era interrumpido por el canto lejano de los pájaros. El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las hojas, tiñendo el camino de tonos dorados.
En su mano, Eyra sostenía la nota que Oliver le había hecho llegar la noche anterior. “Centro del laberinto. Al amanecer.” Era todo lo que decía. Y como siempre, él sabía cómo despertar su curiosidad.
Al llegar al centro, encontró la fuente de mármol blanco, tallada con figuras de lirios y serpientes entrelazadas. El agua caía con suavidad, reflejando la luz del sol como si fuera cristal líquido. Junto a la fuente, de pie y con una sonrisa en los labios, estaba Oliver Greenwood.
—Dime, naranjita —dijo con tono juguetón—, ¿qué travesuras andas tramando por el palacio?
Eyra se acercó, quedando frente a él. Alzó la vista para mirarlo a los ojos, ya que el pelirrojo era varios centímetros más alto.
—Una muy divertida —respondió con una sonrisa enigmática—. Dime, Greenwood, ¿no te has metido en ningún problema en mi ausencia?
—Solo me gusta meterme en problemas cuando sé que cierta chica va a estar ahí para salvarme… regañarme… y luego pegarme.
Eyra negó con la cabeza, divertida, y le dio un breve abrazo. Oliver lo correspondió con calidez. Al separarse, él acomodó un mechón de su cabello tras la oreja, con un gesto suave. Luego, susurrando cerca de sus labios, preguntó:
—¿No piensas contarme qué haces en el palacio?
Eyra no respondió con palabras. En cambio, le entregó los documentos que Rosalind había conseguido en la mansión Rosenthal. Oliver los leyó con atención, su expresión tornándose seria. Eyra lo observaba fijamente.
—¿Aún sigues siendo mi perro fiel?
Oliver alzó la mirada, y sin dudar, asintió.
—Mataría por ti si así me lo pidieras.
Eyra sonrió con malicia.
—Entonces, mi cachorrito… tengo un encargo para ti.
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Más tarde, Oliver se dirigía a la salida del palacio. Había venido con su padre, el marqués Greenwood, quien atendía asuntos de la corte con el rey. Mientras caminaba por el pasillo principal, una joven de cabellos morados tropezó con él. El impacto la hizo caer al suelo, quejándose del dolor.
La chica lo miró, esperando que la ayudara a levantarse. Pero Oliver la observó con frialdad.
Sunna Hawthorne se puso de pie rápidamente, haciendo una reverencia. Los dos primeros botones de su uniforme estaban abiertos, dejando ver parte de su escote. Con voz suave y tímida, se disculpó:
—Perdón, señor… fue culpa mía. Ambos íbamos distraídos…
Oliver no la dejó terminar.
—Yo no tengo la culpa de que seas una ofrecida que tropieza con los nobles fingiendo inocencia para acercarse a ellos.
Sunna se quedó paralizada, sorprendida por la dureza de sus palabras. Oliver no se detuvo. Siguió su camino con expresión seria.
Al llegar a la entrada principal, subió al carruaje. Se quitó el saco que llevaba puesto con cara de asco, lo entregó al cochero y dijo:
—Te lo regalo. No quiero tener nada que esa chica haya tocado.
El pelirrojo se acomodó en el asiento, mirando por la ventana con gesto pensativo. La presencia de Sunna le resultaba desagradable. Falsa. Y aunque no sabía aún qué papel jugaba en todo esto… tenía claro que no quería tenerla cerca.
El sol ya se alzaba alto en el cielo cuando, cerca del mediodía, un elegante carruaje blanco con detalles dorados cruzó las puertas del palacio de Eldoria. En sus costados brillaba el escudo imperial de Alderidge: un fénix de alas extendidas rodeado por laureles y espadas cruzadas. Detrás del carruaje, un pequeño escuadrón de diez jinetes montados a caballo lo escoltaba con precisión militar, sus armaduras relucientes y sus estandartes ondeando con orgullo.
Enseguida, el mayordomo del palacio salió a recibirlos, acompañado por dos asistentes. Se detuvo al pie de la escalinata principal, justo cuando el carruaje se detenía con suavidad.
La puerta se abrió, y descendió un joven alto, de rasgos finos, cabello negro como la noche y unos imponentes ojos verdes que parecían atravesar el aire. Su porte era impecable, su expresión serena, pero firme. Sin decir palabra, extendió la mano hacia el interior del carruaje.
Una joven la tomó con elegancia y descendió con la misma gracia. Era como su reflejo femenino: cabello negro, ojos verdes, piel clara, y una belleza que no buscaba atención, pero la exigía. Su vestido era sobrio, pero cada detalle hablaba de su linaje.
El mayordomo hizo una reverencia profunda ante ambos.
—Bienvenidos al palacio de Eldoria. Sus habitaciones están preparadas en el ala este, junto a los jardines imperiales. Será un honor atenderles durante la Semana de los Lazos.
Los hermanos asintieron con cortesía, y el séquito comenzó a moverse. Los jinetes desmontaron y se dirigieron a los establos, mientras los invitados eran guiados al interior del palacio.
Ya en la tarde, Eyra caminaba por los pasillos del ala norte, y no podía evitar escuchar los murmullos de las doncellas. En cada rincón, en cada sala de servicio, se repetía el mismo tema:
—¿Viste al joven del carruaje blanco?
—Dicen que es el príncipe imperial de Alderidge.
—Y su hermana… qué elegancia —susurró una de las doncellas, con los ojos brillando de emoción.
Eyra no comentó nada. Solo siguió su camino de largo, pensativa. Se suponía que el príncipe heredero del Imperio de Alderidge no aparecería hasta la celebración del décimo octavo cumpleaños de Adryel, que sería en unos meses. Muchos detalles de la novela original estaban cambiando. Eyra se preguntaba si eso se debía a que ella no era el alma original de este cuerpo. Sí… tal vez se debía a eso.
La pelinaranja continuó su camino rumbo a la biblioteca real del palacio. Quería averiguar si en alguno de los tomos antiguos aparecía información sobre la figura de aquella estatua que había visto en el templo subterráneo. La imagen de la mujer de piedra negra, con rubíes por ojos y serpientes mordiéndose entre sí, no dejaba de rondarle la mente.
Mientras tanto, el príncipe imperial de Alderidge se encontraba en el área de empleados, verificando que sus escoltas hubieran sido alojados y atendidos correctamente. Estaba terminando de hablar con el capitán Thalren cuando, a lo lejos, vio a una joven sirvienta de espaldas, de cabellos morados. El pelinegro la observó fijamente. Algo en su postura, en su energía, lo hizo detenerse.
Después de despedirse del capitán, se dirigió hacia la joven, que hablaba animadamente con otras sirvientas. Al notar su presencia, las demás hicieron una reverencia. Sunna, que estaba de espaldas, se giró y se quedó paralizada por unos segundos, admirando la belleza del pelinegro. Él, al observar el color de sus ojos, negó con la cabeza. No era quien buscaba.
Las otras sirvientas tocaron a Sunna discretamente para que saliera de su ensoñación. Ella reaccionó, se disculpó con una torpe reverencia. El príncipe no dijo nada. Simplemente siguió su camino, rumbo al ala este del palacio.
Pero se detuvo.
A unos metros, escuchó una discusión. Un rubio de espaldas hablaba con lo que parecía ser una sirvienta, por el tono condescendiente que usaba. El príncipe imperial pensó en seguir su camino, pero se quedó paralizado al ver a la chica con la que Alexander discutía.
—Ya le dije, Alteza, que me dejara en paz. Pensé que con lo ocurrido la última vez lo había dejado bien claro —dijo Eyra, mirándolo fijamente. Alexander sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Deja de hacerte la difícil. Ambos sabemos que si no me das lo que quiero… esto podría terminar muy mal para ti.
Alexander la agarró del brazo, ejerciendo presión, intentando acercarla a su cuerpo. Eyra ni se inmutó. Solo suspiró. Ese tonto príncipe estaba tentando a la suerte. Y más aún al levantar la mano para intentar golpearla.
Pero no llegó a hacerlo.
Una mano firme detuvo el golpe en el aire.
Alexander, enfurecido, levantó la mirada dispuesto a golpear al intruso… pero se quedó quieto al ver la expresión fría de unos imponentes ojos verdes que lo miraban como si ya estuviera muerto.
—No sabía que el príncipe heredero de Eldoria tenía el mal hábito de acosar e intimidar a las mujeres —dijo el pelinegro con voz helada.
—No sé quién eres, pero deberías intentar no meterte donde no te llaman —replicó Alexander, intentando sonar amenazante.
El pelinegro soltó una risa suave.
—No le veo la gracia. ¿Acaso soy un bufón para que rías?
—En estos momentos estás actuando como uno. Y no como el próximo gobernante de este reino —respondió, apretando con fuerza la muñeca de Alexander, quien soltó un quejido—. Ahora suelta a la señorita, si no quieres acabar mal. Digamos que ya has llamado bastante la atención.
Alexander iba a protestar, pero al sentir que la presión aumentaba, soltó a Eyra. Se sobó la muñeca, que ya estaba roja y comenzaba a hincharse. Miró a su alrededor. Varias personas habían presenciado la escena. Apretó la mandíbula, fulminó al pelinegro con la mirada y se marchó, sosteniéndose la muñeca. Un poco más… y se la habría roto.
Eyra se giró hacia el pelinegro.
—Gracias por tu ayuda, pero yo podía defenderme muy bien solita de ese príncipe imbécil.
—Créame, señorita, eso ya lo sé —dijo, mirándola fijamente a los ojos—. Si intervine no fue para salvarla de ese tonto… sino para evitarle un escándalo.
Se acercó unos pasos más. Sonrió de lado.
—Es bueno volver a verte después de tantos años, pequeña centella.
La verdad fuiste cruel con Adryel, él siempre te ha amado y tú sigues de rejega y llamándolo niño /Whimper/
También queremos el chisme de qué paso con Eyra 🤔
Porqué va a regresar verdad??
todo lo tenían bien planeado y los verdaderos héroes aún luchan por su vida y la del reino 😢😔
Ross y Eyra no importa si están heridas pero deben salir vivas de ahí 😰😢 esa vieja no puede salir victoriosa o ese mundo colapsara /Grievance//Whimper/
Eyra bajo la guardia, no hizo caso a su intuición /Whimper/ pero no toda la culpa es suya, nadie esperaba este ataque, esta vez la reina fue más astuta y fue a través de otros qué organizó esto. 🤬🤬🤬