En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capítulo 22.
El restaurante donde trabajaba Victoria cambió de dueño a mediados de marzo. Don Joaquín, un hombre de unos sesenta años, fue presentado como un empresario experimentado, amable, con modales impecables y sonrisa constante.
—Quiero que todos se sientan como en casa —les dijo en su primer día—. Esta será una nueva etapa para el restaurante y necesito de ustedes para levantarlo aún más.
Al principio, Victoria lo encontró correcto, incluso cordial. Siempre saludaba, preguntaba por sus hijos, y se mostraba interesado en el trabajo del personal.
Pero con el paso de los días, esa fachada se agrietó.
Comenzaron los comentarios fuera de lugar, las miradas insistentes, los halagos disfrazados de chistes.
—Victoria, ese uniforme te queda... demasiado bien —le susurró un día mientras ella organizaba las mesas.
Ella fingió no escucharlo.
—Qué lástima que seas tan seria… deberías sonreír más, estás muy bonita y joven para andar así —dijo otra mañana, cuando ella pasaba con una bandeja de platos.
Victoria tragaba entero. Tenía tres bocas que alimentar, y no podía darse el lujo de perder el empleo. Pero cada vez se sentía más incómoda.
Un martes por la tarde, mientras limpiaba los baños al terminar su turno, ocurrió lo insoportable. Estaba sola en el baño de mujeres, trapeando el suelo, cuando escuchó la puerta abrirse.
—¿Hola? Está en limpieza… —dijo, sin girarse.
—Tranquila, soy yo —respondió la voz rasposa de don Joaquín detrás de ella.
Victoria se enderezó de golpe, con el trapeador aún en la mano.
—Este es el baño de mujeres, don Joaquín. Está en limpieza. No puede estar aquí.
—Solo vine a hablar, no te asustes —dijo él, cerrando la puerta tras de sí.
Se le acercó con una sonrisa ladeada, los ojos vidriosos y la mirada descarada.
—Mira, Victoria… me gustas mucho. Eres una mujer completa, hermosa… y tan dedicada. Si tú quisieras, yo podría ayudarte. Un dinero extra nunca cae mal, ¿no?
Victoria se quedó paralizada un instante. Luego lo miró con rabia.
—¿Me está haciendo una propuesta indecente?
—No seas así. Es solo una conversación entre adultos. Tú sabes que con tu situación, ser madre soltera de tres, yo podría darte dinero y tú me puedes darme cariñitos…
—¡No se atreva a mencionarlos! —espetó ella, apretando el trapeador con fuerza—. ¡Usted no tiene derecho! ¡Respete!
—Ay, no te pongas brava… —intentó acercarse—. No tienes que hacer nada que no quieras… solo déjate querer un poquito. Me gustaría pasarte la lengua por...
¡Splash!
Victoria le arrojó en la cara el balde con el agua sucia con la que acababa de limpiar los baños. Don Joaquín gritó de sorpresa, empapado, retrocediendo torpemente.
—¡Asqueroso! ¡Desgraciado! —gritó Victoria, el pecho agitado, temblando de furia_.
—¡Estás loca, mujer! ¡Esto va a tener consecuencias! —bramó él, goteando mugre.
—¡Las que quiera! Pero usted no me vuelve a tocar ni con la sombra. ¡Voy a exponerlo con todos!
Victoria salió del baño como un vendaval. Fue directo al comedor donde aún estaban algunos compañeros limpiando y recogiendo utensilios.
—Necesito que todos escuchen esto —dijo en voz alta, temblando pero con el rostro firme—. Don Joaquín acaba de hacerme una propuesta sexual mientras limpiaba el baño. Me encerró allí, no respetó que le dije que se saliera.
El silencio se apoderó del lugar.
Uno a uno, los compañeros de cocina y servicio se acercaron.
—¡¿Qué?! —exclamó Diana, la mesera—. Ese viejo siempre me miraba raro…
—A mí también me decía cosas —añadió Maye, la cocinera—, pero pensé que era solo grosero. Esto ya es otra cosa.
—Ese tipo está podrido —sentenció Claudia, una de las ayudantes.
Don Joaquín salió del baño hecho una furia, aún mojado, tratando de gritar sobre ellos, pero nadie lo apoyó. Todos se pusieron del lado de Victoria.
—Renuncio. Exijo mi liquidación —dijo ella con voz clara, plantándose frente a él—. No trabajo un día más en un lugar donde me faltan al respeto.
Don Joaquín solo pudo mirarla con rabia impotente. Sabía que si insistía, su reputación terminaría destruida. Victoria salió por la puerta principal con la frente en alto, sin volver la mirada.
Ya en casa, el silencio era una bendición.
Los trillizos dormían su siesta en el cuarto, Carlitos hacía tareas en la sala con lápices de colores regados sobre la mesa. Victoria se fue directo a la cocina, donde doña María terminaba de colar café.
—¿Ya llegaste? ¿Y esa cara?
Victoria se sentó, respiró hondo, y lo soltó todo.
—Renuncié.
—¿¡Qué!? ¿Qué pasó?
Le contó cada detalle: los comentarios, las miradas, el encierro, la propuesta, el balde de agua sucia. Doña María la escuchó con las manos apretadas contra el mantel.
—¡Maldito viejo cochino! ¡Asqueroso! ¡Que se pudra con su restaurante de quinta!
—Tenía que irme, Abuela María… No podía más. Ya había aguantado cosas, pero eso fue… demasiado.
—Hiciste lo correcto, hija. Uno puede aguantar pobreza, pero no humillaciones —dijo ella, con los ojos llenos de orgullo—. Dios te va a abrir otra puerta.
Victoria suspiró, cansada.
—No puedo quedarme sin trabajo… No por mucho tiempo.
—Pues justo ahora que dices eso… me acordé de algo. Lisseth me comentó hace unos días que en su trabajo están buscando otra empleada. El lugar es serio, legal, con prestaciones y todo. Pagan buenísimo. Dijo que te lo mencionara, por si te interesaba.
Victoria abrió los ojos, esperanzada.
—¿En serio?
—Sí, mi amor. Llámala. Habla con ella. Eso suena a una nueva oportunidad.
Victoria se levantó de inmediato, fue por su celular, y marcó el número de su amiga casi hermana. No podía quedarse quieta. No mientras tres pares de pies pequeños dormían en su cuarto esperando que el mundo no les faltara.
Esa noche, se acostó agotada, pero en paz. Había defendido su dignidad. Y tal vez, solo tal vez, una nueva etapa estaba por comenzar.