Emma lo tenía todo: un buen trabajo, amigas incondicionales y al hombre que creía perfecto. Durante tres años soñó con el día en que Stefan le pediría matrimonio, convencida de que juntos estaban destinados a construir una vida. Pero la noche en que esperaba conocer a su futuro suegro, el mundo de Emma se derrumba con una sola frase: “Ya no quiero estar contigo.”
Desolada, rota y humillada, intenta recomponer los pedazos de su corazón… hasta que una publicación en redes sociales revela la verdad: Stefan no solo la abandonó, también le ha sido infiel, y ahora celebra un compromiso con otra mujer.
La tristeza pronto se convierte en rabia. Y en medio del dolor, Emma descubre la pieza clave para su venganza: el padre de Stefan.
Si logra conquistarlo, no solo destrozará al hombre que le rompió el corazón, también se convertirá en la mujer que jamás pensó ser: su madrastra.
Un juego peligroso comienza. Entre el deseo, la traición y la sed de venganza, Emma aprenderá que el amor y el odio
NovelToon tiene autorización de Lilith James para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 18
Robert
El humo del club me arde en los ojos, pero nada me molesta más que verla tambalearse en medio de esa multitud. El vestido rojo la envuelve como un incendio, y hay un imbécil junto a ella teniendo el atrevimiento de ponerle las manos encima. No pienso tolerarlo.
La veo abandonar la multitud y la sigo, acelerando el paso cuando la veo querer tomar una copa, la cual arrebato de su mano antes de que la lleve a sus labios.
—¡Oye!— Me reclama, completamente borracha. —Eso es mío.
—Sí— Respondo, clavando mi mirada en la suya. —Es tuyo. Pero tú eres mía.
Su sorpresa es instantánea, pero no me detengo. Paso un brazo firme alrededor de su cintura y la obligo a venir junto a mi. No pienso dejarla aquí, perdida entre desconocidos y alcohol barato.
—Vamos— Mi tono no admite réplica.
Ella se resiste, arrastrando los pies como una niña caprichosa.
—¡No quiero!— Protesta, empujándome débilmente. —Quiero quedarme.
Me inclino hacia su oído para que me escuche, con una paciencia que apenas si me queda.
—Estás al borde de un coma etílico.
Ella refunfuña y me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Acaso me estuviste vigilando toda la noche?
Aprieto la mandíbula.
—No necesito vigilarte para saberlo. Con verte me basta.
Justo entonces, aparecen las que supongo son sus amigas, tambaleándose entre risas y perfume fuerte. Se colocan frente a mí como si fueran un ejército improvisado.
—¡Ey!— Gruñe la de vestido plateado, poniéndose frente a mí con los brazos abiertos. —Si intentas hacerle algo a nuestra amiga, te las vas a ver con nosotras.
—¿Quién se supone que eres?— Añade otra, con voz alta para sobreponerse a la música.
Me late la sien con un dolor punzante. Esto es exactamente lo que siento: como si estuviera rodeado de adolescentes rebeldes. No aparto mis ojos de Emma, que luce perdida, hermosa, y peligrosamente vulnerable.
Crucé un océano por ella. Intercepté su teléfono sin esfuerzo, la busqué sin descanso y lo primero que veo al llegar es a esa mujer bailando alegremente con un cualquiera, como si todo lo nuestro no significara nada. La rabia me consume, pero también la desesperación.
—Emma— Digo, pronunciando su nombre con una advertencia.
La morena se planta más cerca, desafiante.
—Por muy papucho que estés, y por muy borracha que esté yo… aún puedo defender a mi amiga.
Mi paciencia se rompe. Paso una mano por mi rostro y me doy media vuelta. No pienso perder tiempo discutiendo con un grupo de fierecillas ebrias. No tengo porque estar lideando con esto.
Antes de dar un paso, unas manos pequeñas me sujetan el brazo con fuerza. Giro la cabeza y ahí está ella, Emma, en puntillas, con los ojos brillantes y nublados por el alcohol. Y de pronto, sin aviso, posa sus labios sobre los míos.
Me quedo rígido, sin poder procesarlo. Sus amigas se quedan boquiabiertas y ella, en su terquedad borracha, me besa como si no existiera nadie más.
Su boca sabe a alcohol y por un instante la idea de perderme en ese beso me quema la sangre. Pero no. No puedo. Con un gruñido bajo la tomo de los hombros y la aparto con firmeza, lo bastante fuerte para que entienda que no pienso aprovecharme de su estado.
—Maldita sea, Emma…— Murmuro entre dientes, apartando mi mirada de sus labios húmedos. —No tienes idea de lo fácil que sería devorarte ahora mismo.
El vestido rojo se aferra a su cuerpo como una provocación. Todo en mí ruge por arrancárselo de un tirón, por hacerla mía, pero lo único que puedo pensar es en meterla bajo una ducha helada y después dejarla dormir hasta que despierte siendo ella otra vez.
Ella, en cambio, sonríe como si el mundo girara en cámara lenta. Se da la vuelta hacia sus amigas tambaleandose un poco y anuncia con voz chillona:
—Chicas, él es Robert. Un viejo zorro que está más bueno que el pan… y al que creí que podía manejar, pero que me está haciendo perder los estribos de a poco.
Las tres la miran boquiabiertas, como si no hubieran entendido una sola palabra. Yo respiro hondo y me adelanto, marcando cada sílaba con dureza.
—Como pueden ver, me conoce y me la voy a llevar a descansar.
Dudan, sus ojos van de ella a mí con desconfianza. La del vestido plateado abre la boca, desafiante todavía.
—¿Emma, quieres irte con él?
Emma asiente con entusiasmo, aunque casi se tropieza al hacerlo.
—Sí… claro que sí— Balbucea, riendo sola.
Eso basta. Sus amigas no parecen convencidas, pero aceptan. La del vestido azul oscuro me extiende su bolso con gesto resignado.
—Ten. Que al menos no pierda sus cosas.
Lo tomo sin más. Me inclino un poco para rodear la cintura de Emma con un brazo y sacarla de allí. Sus pasos son torpes, inseguros, y siento la presión de su peso cada vez que se tambalea.
El aire frío de la madrugada corta el calor del club cuando la guío hasta el Lexus plateado estacionado en la acera. Ella ríe bajito, tambaleándose en cada paso, y yo aprieto más fuerte mi brazo en torno a su cintura para que no caiga.
—Vamos, muñeca— Gruño con impaciencia. —Un paso más.
Abro la puerta del copiloto y la siento en el asiento de cuero, inclinándome sobre ella para abrocharle el cinturón. El aroma de su perfume, mezclado con el alcohol y su piel, me golpea de lleno. Cierro los ojos un segundo, demasiado cerca de su cuello, demasiado consciente de lo fácil que sería perder la cabeza.
Cierro la puerta y rodeo el coche para ponerme al volante. En cuanto arranco y nos alejamos del club, su voz suave y arrastrada rompe el silencio.
—Robert…— Dice con un tono que es más suspiro que palabra.
—¿Qué?— Respondo, sin apartar la vista del camino.
Ella ríe con picardía, ladeando la cabeza hacia mí.
—Eres tan serio… tan mandón… y aun así… mmm, estás para comerte.
Muerdo el interior de mi mejilla, porque su risa, su mirada, la forma en que su vestido se ha subido mostrando más piel de la que debería, se convierte en pólvora para mí.
—Emma, estás borracha— Le digo con voz baja, como si al recordárselo me lo recordara a mí mismo también.
Ella no parece escuchar. Su mano pequeña se apoya en mi muslo, apenas un roce, pero suficiente para que mis dedos se tensen sobre el volante.
—Mira qué fuerte estás…— Susurra. —Seguro debajo de esa camisa… estás hecho un pecado.
Mi respiración se agita, la sangre golpea en mis sienes. La aparto suavemente, tomando su mano y dejándola sobre su regazo.
—No juegues conmigo, Emma. No esta noche.
Pero ella insiste, inclinándose hacia mí, su cabello rozando mi brazo mientras deja escapar una risa baja.
—¿Y si no estoy jugando?
Mis nudillos se vuelven blancos al apretar el volante. Maldita sea, si tan solo supiera lo cerca que estoy de detener el coche en mitad de la calle y enseñarle lo que pasa cuando provoca a un hombre como yo. Pero en su estado, lo único que puedo hacer es tragarme el fuego que me está consumiendo y concentrarme en llevarla al maldito hotel antes de perder la cordura.
—Emma…— Su nombre escapa de mis labios en un gruñido áspero.
Ella sonríe, victoriosa, sin sospechar lo difícil que me está resultando no ceder.