Jalil Hazbun fue el príncipe más codiciado del desierto: un heredero mujeriego, arrogante y acostumbrado a obtenerlo todo sin esfuerzo. Su vida transcurría entre lujos y modelos europeas… hasta que conoció a Zahra Hawthorne, una hermosa modelo británica marcada por un linaje. Hija de una ex–princesa de Marambit que renunció al trono por amor, Zahra creció lejos de palacios, observando cómo su tía Aziza e Isra, su prima, ocupaban el lugar que podría haber sido suyo. Entre cariño y celos silenciosos, ansió siempre recuperar ese poder perdido.
Cuando descubre que Jalil es heredero de Raleigh, decide seducirlo. Lo consigue… pero también termina enamorándose. Forzado por la situación en su país, la corona presiona y el príncipe se casa con ella contra su voluntad. Jalil la desprecia, la acusa de manipularlo y, tras la pérdida de su embarazo, la abandona.
Cinco años después, degradado y exiliado en Argentina, Jalil vuelve a encontrarla. Zahra...
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El regreso del monstruo.
La irrupción de Amira sin anunciarse sobresalto al asistente de Mariana.
— Retírense ordenó Mariana.
Amira miró a su hija desde su punto de vista reina o no su hija habia cruzado todo límite razonable.
— ¿Cómo te has atrevido a congelar mis cuentas?, exclamó Amira.
— Sus gastos los cubre el palacio, supongo que si vino a reclamar es porque no pudo transferirle dinero a su hijo, cuando le pedí que no lo hiciera.
— Es mi dinero, tu no puedes esperar que una madre deje a su hijo pasar hambre.
—Es dinero del país y si mi hermano se dedica a trabajar para la familia cobrará un sueldo como lo hace Malek por administrar los negocios de la familia, así que no morirá de hambre, obviamente no le alcanzara para pagar sus juergas pero sí para comer. Tampoco soy tan salvaje exclamó Mariana.
Amira no podía creer lo que escuchaba.— ¿Ahora espías mis conversaciones?. Definitivamente, te estás extralimitando en tus funciones grito Amira.
— No espió sus conversaciones, si las de Jalil. Y ya le aviso que también congele las cuentas de Constanza y Rosse, si sus hijas quieren solapar a su hijo no será con dinero de Raleigh lo haran con dinero de sus esposos.
— No te crie así.
— Tiene razón, usted no me crio, lo hicieron las empleadas y mi abuela le reprocho Mariana.
—¿ De eso se trata?, pregunto Amira.
— No, pero es la verdad. Usted siempre estaba iniciando alguna causa en la región, motivo por el cual no comprendo cómo puede avalar el comportamiento de mi hermano. Y no se trata de que este de mujeriego, ese es el menor de sus pecados. Si hubiera visto lo que yo vi, comprendería mi postura.
— Una madre acepta a sus hijos con lo bueno y con lo malo, tu eres madre.
— Jamás en esta vida consentiré que mis hijos arrastren el legado de sus abuelos.— Khalil ingreso en ese momento, por Constanza sabia lo que había ocurrido.
— ¿Se puede saber que está pasando?, pregunto Khalil.
— Congele las cuentas de mamá y mis hermanas, aquí su esposa quería enviarle dinero al pobre niño indefenso.
— ¡Mariana!, exclamó Khalil.
—No padre. Ya se lo advertí a Malek, de esta casa no saldrá más qué el dinero que Jalil se gane y como por lo visto no puedo contar con el apoyo de la familia, por las malas será. — Mariana abrió sus cajón y sacó una tablet, ingreso la clave y se la entregó a Amira y los dejo solos.
Amira y Khalil miraron la escena que Mariana había encontrado el video había sido filmado por un custodio...
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Zahra no lo podía creer, entre sombras y el humo tenue del asador estaba él.
Los ojos ámbar y ese porte rígido.
La expresión que siempre había sido imposible de leer…
Por un instante no respiró, no porque fuera hermoso.
No porque lo hubiera extrañado.
Sino porque era Jalil.
El hombre que la había destrozado sin golpearla .
El hombre que había convertido su vida en un desierto de silencio,y control.
El hombre del que se separo con el alma hecha trizas… estaba de regreso.
Zahra sintió cómo se le tensaban los hombros, cómo el estómago se le hundía. Había pasado años preparándose para la posibilidad de encontrarlo. Y aun así, ese segundo la redujo a la Zahra de Raleigh; la que evitaba espejos, la que caminaba con cuidado para no molestar, la que aprendió a respirar sin hacer ruido.
Jalil no apartó la mirada.
No había sorpresa en él, solo la observaba.
Ella parpadeó, clavando las uñas en la palma para obligarse a reaccionar.
Nadie en la fonda sabía quién era él.
Nadie sabía la historia.
Nadie sabía el peligro, y Andy...
Andy estaba en la sala mirando dibujos animados.
Tragó saliva, forzó una sonrisa profesional. Caminó hacia la barra con pasos medidos. El sonido de su propia respiración le molestaba.
Jalil siguió cada movimiento, ella lo notaba, lo sentia en la piel.
Fausto se acercó a ella, ajeno a todo.
—Zahra, el caballero de la mesa del fondo pidió cordero y este vino. ¿Querés que lo anote?
Ella sintió un latigazo. Caballero.
Si supiera.
—Sí —dijo, con la voz más firme de lo que sentía—. Yo me ocupo de llevarle el vino.
Fausto asintió sin notar nada.
Zahra tomó la botella, respiró hondo, contuvo el temblor en los dedos.
Tenía que enfrentarlo, seis años después, el monstruo estaba de regreso, mirandola como si tuviera derecho.
El aire se volvió más denso.
El murmullo del local, distante.
Ella avanzó con la botella en la mano.
Y Jalil, al verla acercarse, se inclinó hacia adelante muy levemente.
No era un gesto amistoso.
Era la postura de un depredador que reconoce a una presa conocida.
Zahra se detuvo frente a la mesa.
Su voz salió baja, fría, distante.
—Buenas noches. ¿Necesita algo más?
Jalil ladeó apenas la cabeza.
La estaba estudiando… como siempre hacía.
Y entonces habló, con esa voz que ella había jurado no volver a escuchar jamás.
Jalil no respondió enseguida.
Fue despacio, como si disfrutara del impacto.
Sacó algo de su regazo, Zahra reconoció enseguida la bufanda.
Lo dejó caer sobre la mesa con un gesto breve.
—La dejaste olvidada en mi casa —dijo Jalil, sin emociones —. Pensé que querrías recuperarla.
Zahra sintió un pinchazo detrás del estómago. La bufanda era algo insignificante comparado al gran problema que tenia delante. Él había entrado en su vida sin permiso, otra vez.
—No sabia que era tu casa —respondió ella, sin levantar la voz—. Pero estaba mintiendo, lo sabia siempre había sabido que esa propiedad pertenecía a Constanza Montero, la tia abuela de Jalil.
—¿Ah, sí? —Jalil apoyó un codo sobre la mesa, examinándola con un interés helado—. Qué curioso, que ambos coincidiéramos aquí.
Zahra cerró la mano junto a su cuerpo, tratando de no tensarse.
No podía darle ese triunfo.
—Olvidé la bufanda cuando fui por fruta
—Eso me dijeron. —Jalil deslizó la tela un poco más cerca de ella.
La frase se le clavó como un dardo.
Él no sabía nada.
Pero su tono, su insinuación, era exactamente el Jalil que ella recordaba.
El hombre que nunca preguntaba directamente, pero siempre sabia todo.
El que siempre hacía sentir culpable aunque no lo fuera.
—Estoy trabajando —dijo Zahra, recuperando la frialdad—. Si no necesita nada más, me retiro.
Jalil la sostuvo con los ojos.
Ese silencio suyo, lleno de acusaciones no dichas, le heló la espalda como hacía años no pasaba.
—Sí, Zahra. Necesito algo más —murmuró—.
Necesito que hablemos.
Ella tragó, invisible para todos excepto él.
—No tengo nada que decirte.
—Pues yo sí. Y créeme… no vine a este lugar para comer cordero.
El mundo alrededor siguió con risas, copas, turistas fascinados.
Nadie vio cómo Zahra exhaló despacio, mientras el pasado se los devoraba...
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Cuando Zahra escucho su orden de quitarse la ropa se nego.
— No quiero, tu no puedes obligarme exclamó Zahra.
— ¿ Obligarte?, eres mi esposa y nos acabamos de casar. Es lo que querías
— Yo no quería esto.
— ¿ Es que otra mando a llamar a su tcómo pregunto Jalil.
— Te has vuelto loco, ¿ como puedes pensar algo así?.
Jalil señalo el diario.— Eres una mentirosa.
— ¿ De donde lo sacaste?.
— ¿ Acaso importa?, me lo obsequiaron.
Jalil se acercó a ella y la beso.
No la tocó con delicadeza, tampoco con violencia; pero sí con esa urgencia áspera que decía más que cualquier palabra.
La necesidad de cumplir un deber.
Cuando todo terminó, Zahra respiró hondo, intentando recomponer el temblor interno.
Jalil se levantó primero, buscando la camisa que había dejado caer.
Su expresión no cambió; era esa máscara de mármol.
—Este es tu sector—dijo finalmente, sin mirarla—. No tienes permitido entrar a mi sector salvo que te llame.
El salvo que te llame cayó como un balde de agua fria.
Un recordatorio frío de lo que era para él: una obligación y un adorno.
Zahra apretó las sábanas entre los dedos.
—Jalil… —se atrevió a decir, sin saber siquiera qué quería expresar.
Él no dejó que terminara.
—No empieces. —Se abrochó el último botón, siempre de espaldas—. No finjas que te interesa, a ti solo te interesa la vida que tendrás aquí. Sabes que esto es lo que tú buscaste.
Zahra sintió la quemadura detrás de los ojos, pero se obligó a mantener la voz estable:
—Yo nunca quise que esto fuera así.
Él rió bajo.
—Te dije que no te confundas.
—Caminó hacia la puerta—. Y recuerda lo que te dije; no esperes nada de mí.
La puerta se abrió y cerró de golpe.
Zahra se quedó sola era su noche de bodas… y ella estaba sola en una habitación vacia, en un país que no era el suyo, con un hombre que la despreciaba.
Durante dias no lo volvió a ver, por los empleados y noticias sabia que estaba atendiendo diferentes asuntos. Su padre seguía en coma y el ejército perseguía a los criminales qué lo habían atacado.
Un guardia le llevó un papel con horarios; clases de protocolo, clases de idioma, clases de historia del país.
Zahra se movía como un fantasma dentro del palacio
En la mesa larga de la cena, que nunca se usaba.
En los jardines internos donde nadie caminaba.
En los pasillos donde la luz tardaba demasiado en encender.
A veces escuchaba movimiento en el ala norte—voces militares, pasos rápidos—pero nunca a él.
La octava noche, cenó sola como las anteriores.
Al cumplirse dos semanas, Zahra dejó de esperar, era obvio que a su esposo ella no le importaba, se había negado cumplido tres semanas de la boda.
La mañana era tibia y extrañamente luminosa.
Zahra corría en la cinta, intentando disipar con ejercicio la sensación de encierro que la acompañaba desde la boda.
En la pantalla del televisor, el noticiero internacional variaba entre discursos diplomáticos y eventos sociales.
Ella no prestaba atención.
Hasta que escuchó un nombre.
—El príncipe Jalil Hazbun de Raleigh asistió anoche a una gala benéfica de Londres…
Zahra frenó en seco.
La cinta siguió bajo sus pies hasta
que casi perdió el equilibrio.
La imagen apareció nítida;
Jalil con un traje negro impecable, entrando en un salón lleno de luces.
A su lado, modelos, actrices…
Kendra, incluso, tomada de su brazo con una sonrisa .
Zahra apoyó una mano sobre el panel de la máquina.
El mismo frío que tenía en su vida desde hacia tres semanas
Un periodista siguió hablando.
—El príncipe fue visto acompañado por varias celebridades durante la noche. Una de ellas…
Zahra bajó el volumen.
No necesitaba escucharlo.
Su esposo —el hombre que ni siquiera dormía en la misma ala que ella— estaba en Londres.
En una fiesta con mujeres.
Mientras ella seguía atrapada en un palacio.
Respiró despacio, no lloró ni grito
Solo entendió algo con una claridad absoluta.
Jalil aunque estuviera casado con ella.
Jamás la consideraria su esposa. Solo era una prisionera con título.
La imagen había sido suficiente.
Ese brazo, esa seguridad de Kendra,
esa vida en la que ella no existía fueron suficiente.
Zahra bajó de la cinta, todavía con la respiración alterada. Caminó hacia la suite y cerró la puerta detrás de sí.
Se quedó quieta un instante.
—No voy a seguir aquí —susurró.
Fue hacia el vestidor. Tomó la valija rígida, esa que había llegado casi sin ropa porque la boda había sido una urgencia.
La abrió y comenzó a guardar lo poco que le pertenecía: dos vestidos, un pantalón, un par de zapatos, su neceser.
Nada más.
Era irónico;el palacio tenía pasillos interminables, salas llenas de tesoros, vitrinas de cristal pero su vida ahí cabía en una valija pequeña.
Guardó el pasaporte.
Guardó la agenda negra, la misma que él le había tirado a los pies la noche de bodas.
Después tomó aire y se miró al espejo.
No vio a la esposa abandonada
Vio a Zahra Hawthorne
La modelo que había llenado portadas.
La mujer que habia conseguido que su rostro fuera conocido en todo Europa y Estados Unidos.
Abrió la puerta.Los guardias del pasillo se irguieron, sorprendidos al verla con la valija.
—Voy al aeropuerto —informó, con una firmeza que no estaban acostumbrados a escucharle.— Quiero al chofer aquí.
Los hombres se miraron entre sí.
Uno comenzó a hablar.
—Su Alteza dio instrucciones de que
—¿Está aquí? —preguntó Zahra, mirándolo directo, por primera vez sin miedo.
Los guardias guardaron silencio.
—Entonces no puede dar instrucciones. —La voz de Zahra fue tan afilada que ninguno se atrevió a replicar—. Háganse a un lado o los acusare con el rey...