Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 16. Casualidades
Lisel caminaba en soledad, buscando un respiro en la tranquilidad del bosque.
Ansiaba un momento de paz, lejos de los comentarios hirientes de Margaret y las miradas críticas de las demás nobles. Mientras se perdía en sus pensamientos, el sonido de hojas crujientes bajo sus pies y el murmullo distante de un arroyo serenaban su espíritu.
De repente, una voz rompió la calma que la rodeaba.
—Hola, lady Lisel.
La voz resonó detrás de ella, profunda y serena.
Era Alaric, ataviado con un traje de caza que realzaba su imponente figura.
El elegante atuendo, de un gris profundo, estaba adornado con sutiles detalles en cuero que contrastaban con sus pantalones color crema. Su camisa blanca, ligeramente desabotonada en la parte superior, resaltaba su musculatura reluciente bajo el sol de la tarde.
En su mano, sujetaba las riendas de un caballo de imponente estatura, de pelaje negro azabache y crin brillante, que conjuntaba perfectamente con el cabello negro del duque que caminaba a su lado con paso seguro hacia ella.
—Duque Bertram —Lisel se sorprendió, saludándolo con una leve inclinación de cabeza, aún consciente de la presencia arrolladora del duque.
—¿Disfrutando el paisaje? —preguntó Alaric, con su voz cargada de un matiz irónico, mientras observaba a Lisel con sus profundos ojos grises en una mirada aguda y calculadora.
—Sí, es un cambio agradable —respondió ella, intentando mantener la compostura ante su inesperado encuentro.
—Curioso —continuó Alaric, con un tono ligeramente burlón pero manteniendo el rostro serio de siempre.
—Pensé que preferirías las sombras de los callejones a la luz del sol.
Lisel no pudo evitar un suspiro frustrado, consciente de que Alaric disfrutaba provocándola.
—A veces, incluso una sombra necesita sentir el sol —replicó con un toque de sarcasmo, sorprendiéndose a sí misma por entrar en su juego.
—Ah, veo que has aprendido a responder. Me pregunto si recientemente has aprendido algo más que agudeza verbal.
—Tal vez —Lisel levantó una ceja, desafiante —pero no creo que sea de vuestro interés conocer tal detalle.
El duque la miró con ojos interesados pero sin sonrisa perceptible, como si disfrutara de la repentina osadía de Lisel.
Lisel se percató de una expresión irónica reflejada en los ojos grises de Alaric. Era una mirada que decía mucho sin necesidad de palabras, una ironía palpable sin una sola sonrisa.
Lisel tardíamente se percató de que él estaba deliberadamente haciendo alusión a su encuentro sexual, sin necesidad de mencionarlo explícitamente, sus mejillas se encendieron y la vergüenza la inundó por completo.
—No pensaba que al Duque del Norte le interesaran estos eventos sociales —comentó, tratando de cambiar de tema abruptamente.
—Usted ha estado en la sombra bastante tiempo.
—Parece que sabes mucho de mí —replicó, su tono impregnado de sarcasmo.
Lisel se sonrojó, apresurándose a aclarar con un tono un poco más elevado de lo habitual.
—¡No! No es eso, no me importa en absoluto —exclamó nerviosa.
—Es algo que todo el mundo en la capital sabe. Usted no ha aparecido en eventos sociales antes.
Alaric, con su seriedad característica, asintió levemente.
—Para todo hay una primera vez —dijo, mirándola directamente a los ojos.
—Primo.
El príncipe Teodor irrumpió inesperadamente en la escena con un tono que coqueteaba entre la burla y el desdén.
Lisel se sobresaltó al ver al príncipe Teodor aparecer de repente.
Su amplia sonrisa, aunque encantadora a primera vista, llevaba una inquietante perturbación subyacente.
Sus ojos grises, un rasgo distintivo de la familia real, heredado por generaciones, brillaban con astucia, contrastando con su afilado rostro y pelo liso, que caía un poco por encima de sus hombros en un tono rubio casi plateado.
Aunque sonreía durante el saludo, Lisel no pudo evitar sentir que había algo perturbador en su expresión, casi psicópata, lo que le provocó un escalofrío interno.
Mientras lo observaba, un pensamiento cruzó su mente, como si la situación no pudiera empeorar.
"¿En serio? ¿Cómo es que siempre tengo que sobrevivir a estos incómodos encuentros?" pensó, intentando mantener la compostura.
—Príncipe —respondió Alaric, su voz tranquila y su mirada fría contrastando con la actitud más efusiva de Teodor.
—Me sorprende encontraros aquí. Lady Lisel, siempre es un placer verla.
Dijo mientras besaba la mano de la dama con su mirada grisácea deslizándose brevemente sobre Lisel con un brillo posesivo.
Lisel, sintiéndose incómoda bajo la mirada del príncipe, respondió con una reverencia nerviosa pero educada. El príncipe Teodor noto sus nervios y soltó una carcajada que a Lisel le sonó forzada.
—Ciertamente es una sorpresa saber que se llevan tan bien —su tono dejaba entrever un mensaje subliminal.
Alaric, observando la escena, esbozó una expresión irónica. Parecía disfrutar sutilmente de la frustración del príncipe.
—Oh, fue una casualidad, Alteza —respondió Lisel, esforzándose por sonar despreocupada mientras su mente se inundaba de temores sobre las posibles represalias del príncipe y Margaret.
Imaginaba escenarios en los que ambos la reprendían severamente por su interacción con el Duque del Norte, cada uno más aterrador que el anterior.
—Ciertamente, Príncipe. La vida está llena de inesperadas casualidades —replicó Alaric, su voz emanando una serenidad que contrastaba con la tensión apenas contenida en la mirada del príncipe.
Teodor lanzó una mirada cargada de ira reprimida a su primo, antes de dirigir su atención por completo hacia Lisel.
—Entonces, Lady Lisel, ¿está disfrutando de la cacería? —insistió el príncipe Teodor, su tono amable pero con un matiz inquisitivo.
Lisel, nerviosa pero intentando mostrar firmeza, respondió:
—Sí, es... bastante interesante, Alteza.
Teodor se acercó un poco más con su sonrisa ampliándose.
—Me alegra oírlo. Espero que podamos... compartir más encuentros en el futuro cercano.
Ella, tartamudeando ligeramente, evadió prolongar la conversación.
—Claro, Alteza.
Alaric observaba la interacción con una mirada fría, pero con un ligero brillo de diversión en sus ojos grises al notar el esfuerzo de Lisel por mantener la cortesía.
—Lady Lisel, ¿cuál es su animal favorito? —preguntó el príncipe Teodor con una sonrisa engreída.
—Quiero cazar algo especial para ti como regalo.
Lisel, consciente de que debía responder para evitar más insistencia, se quedó pensativa un momento. Con una mezcla de ingenio y desdén apenas disimulado.
—Un cerdo, Alteza.
Alaric, al escuchar su respuesta, no pudo evitar una risa interna. En su mente, sabía que Lisel se refería sutilmente al príncipe con esa elección.
Teodor, ajeno al significado oculto de la petición de Lisel, pareció ligeramente desconcertado.
—Un cerdo no es precisamente un animal elegante, ni un desafío en la caza. En su lugar, le conseguiré el jabalí más grande del bosque. Será un presente digno para usted.
Lisel asintió, esforzándose por mantener la seriedad mientras Alaric observaba la escena con un brillo de diversión, claramente consciente del doble sentido en las palabras de Lisel.
El príncipe Teodor, sin embargo, parecía ajeno a la burla velada, sumergido en su propio mundo de arrogancia.
Fue en ese instante cuando Teodor, al percibir la mirada irónica de Alaric, volteó hacia él con una mirada cargada de un rencor apenas disimulado.
Por un momento, el aire se llenó de tensión no expresada, una danza sutil de miradas y sonrisas forzadas.
—Primo, ¿no te había otorgado mi padre el honor de supervisar esta cacería? —intervino Teodor, con un tono neutral pero cargado de intención a que se alejara de ellos.
Alaric giró su cabeza hacia el príncipe.
—Estoy seguro de que los cazadores pueden manejarse sin mí por un momento.
Lisel aprovechó la oportunidad para distanciarse sutilmente del príncipe.
—Disculpen, debo... revisar algo con Marga... con mi madre.
Antes de que pudiera alejarse, Teodor añadió.
—No se aleje demasiado, lady Lisel. La cacería aún no ha terminado.
Lisel asintió rápidamente y se retiró, sintiendo el peso de las palabras del príncipe y la intensidad de la mirada de Alaric en su espalda.