En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.
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Capítulo 5: El Pacto de la Oscuridad
El sol naciente trajo algo de calidez al rostro de Clara mientras permanecía tumbada en la hierba, con el diario apretado entre las manos. A su alrededor, el pueblo de San Everardo comenzaba a despertarse, pero para ella, el mundo seguía teñido de sombras y secretos. La silueta del bosque, que ahora se alzaba tras ella, parecía mirarla con ojos inmutables, como si aún guardara el aliento, esperando a que Clara tomara su siguiente paso.
Se levantó con dificultad, sus piernas temblorosas, y decidió regresar a la casa de la anciana. Necesitaba confrontarla, entender por qué la había dejado entrar en aquel bosque sin contarle toda la verdad. Con el diario bajo el brazo, se dirigió a la plaza y se detuvo frente a la puerta de madera de la casa, que se veía más antigua y desgastada bajo la luz del día.
Clara golpeó con fuerza, y después de unos segundos, la anciana abrió la puerta, con una expresión que mezclaba sorpresa y resignación.
—Has vuelto —dijo la anciana, con voz temblorosa. Sus ojos recorrieron el rostro pálido de Clara, notando el miedo reflejado en su mirada.
—¿Por qué no me dijiste que mi hermana era parte de un sacrificio? —espetó Clara, mostrando el diario—. ¡Sabías que ella no desapareció por accidente! ¡La sombra la reclamó, como ha hecho con otros antes que ella!
La anciana se apoyó en el marco de la puerta, sus hombros caídos por la carga de una verdad que había guardado durante demasiado tiempo.
—No es tan simple, niña. La sombra… nos ha protegido durante generaciones, pero a un precio terrible. Cada cierto tiempo, toma a uno de nosotros. Nadie sabe por qué elige a unos y no a otros. Intenté advertirte, pero el miedo es un arma poderosa, y la sombra sabe cómo usarlo.
Clara sintió la rabia arder en su pecho, y una parte de ella deseaba culpar a la anciana y a todos los habitantes del pueblo que habían guardado silencio. Pero sabía que la verdad iba más allá de las culpas individuales. Ella misma lo había visto en las visiones del bosque: San Everardo estaba atrapado en un ciclo de muerte y miedo, y si no lo rompía, alguien más sería el próximo.
—No dejaré que la sombra tome a nadie más —afirmó Clara, su voz cargada de determinación—. Necesito saber cómo detenerla. Tú sabes cómo hacerlo, ¿verdad?
La anciana bajó la mirada, y Clara vio lágrimas asomando en los ojos marchitos de la mujer. Con un suspiro, la anciana la invitó a entrar en la casa y la condujo hasta una pequeña habitación en la parte trasera, donde las paredes estaban cubiertas de antiguos mapas y símbolos dibujados a mano.
Sobre una mesa, había un libro de cuero similar al diario que Clara había encontrado, pero mucho más grande y antiguo. La anciana abrió el libro con manos temblorosas y señaló una página amarillenta, que mostraba un dibujo de la sombra: una figura oscura con tentáculos que se extendían hacia los árboles del bosque.
—Este libro es más antiguo que el pueblo mismo —explicó la anciana—. Habla de un pacto entre los primeros habitantes de San Everardo y una entidad que habitaba en el bosque. Un ser que prometió mantener a raya a las fuerzas que acechaban en la oscuridad, a cambio de ofrendas humanas. Ellos aceptaron, creyendo que el precio era pequeño para proteger a sus familias.
Clara sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras de la anciana.
—Pero no era un pacto justo —continuó la anciana, su voz temblando—. La entidad… la sombra, como la llamamos ahora, se volvió cada vez más poderosa y exigente. Se alimenta del miedo, de la desesperación de los que pierde. Y ahora, después de tantos años, es demasiado fuerte para ser derrotada solo con rituales. Necesita un sacrificio voluntario... o alguien que se enfrente a ella directamente, en su propio dominio.
Clara sintió un escalofrío recorrerle la columna. El diario de su hermana temblaba en sus manos, y supo en ese momento que la respuesta no estaría solo en los libros antiguos, sino en lo que su hermana había dejado atrás. Sofía había sido llevada, pero Clara podría ser la última pieza que faltaba para terminar con el ciclo.
—¿Cómo entro en su dominio? —preguntó, su voz apenas un susurro.
La anciana la miró, con los ojos llenos de una pena infinita.
—No hay un camino seguro. Solo puedes entrar cuando la sombra te invite... cuando vea en ti algo que desee más que cualquier otra cosa. Pero debes tener cuidado, niña. Si entras en su mundo, la sombra te ofrecerá lo que más anhelas. Si aceptas... jamás regresarás.
Clara asintió, y en su mente solo había un pensamiento: ver a Sofía de nuevo, aunque fuera una última vez. La anciana le entregó un pequeño amuleto de piedra oscura, con una inscripción que parecía cambiar de forma cada vez que lo miraba.
—Esto te protegerá durante un tiempo, lo suficiente para encontrarla y enfrentar a la sombra —dijo la anciana, colocando el amuleto en sus manos—. Pero solo si tienes el valor de resistir a sus tentaciones.
Clara se aferró al amuleto con fuerza y salió de la casa sin decir una palabra más. Sabía que el tiempo era limitado, y que el próximo encuentro con la sombra sería definitivo. El sol ya estaba alto en el cielo, pero el día le pareció tan frío como la noche. El bosque la esperaba, y la sombra también.
De vuelta en la frontera del bosque, Clara sostuvo el amuleto entre sus manos y murmuró una plegaria improvisada, pidiendo fuerzas para lo que estaba por venir. Se adentró de nuevo en la espesura, sintiendo que la temperatura bajaba con cada paso, y la niebla se cerraba sobre ella como un manto opresivo.
Y entonces, mientras cruzaba el umbral hacia la oscuridad, escuchó la voz de la sombra, más clara que nunca:
*"Clara... esta vez, es tu turno."*
El aire se hizo denso a su alrededor, y el bosque desapareció de su vista, dejando un paisaje de sombras líquidas que se retorcían a su alrededor. Clara comprendió que había cruzado a un lugar más allá de la realidad, donde las reglas del mundo no se aplicaban. Frente a ella, la figura de la sombra se alzaba, más grande y oscura que nunca, sus ojos rojos ardiendo como brasas.
La sombra extendió una mano, y Clara sintió un tirón en su pecho, como si algo dentro de ella quisiera responder a la llamada. Y junto a la sombra, como un espejismo, apareció la imagen de Sofía, su rostro pálido y triste.
—Ven, Clara... —murmuró Sofía, con la voz teñida de una melancolía que rompía el corazón—. Podemos estar juntas de nuevo. Solo tienes que decir que sí.
Clara sintió las lágrimas correr por su rostro. Estar con Sofía de nuevo era lo que más deseaba, el anhelo que la había llevado hasta este punto. Pero algo en la forma en que Sofía la miraba, en la sonrisa rota de su rostro, le hizo dudar. Recordó las palabras de la anciana: la sombra usará lo que más deseas para atraparte.
Con un grito de desesperación, Clara arrojó el amuleto al suelo, donde se rompió en mil pedazos, liberando una luz que se extendió por el paisaje de sombras. La sombra rugió de ira, retrocediendo ante el destello, y Clara sintió que el frío que la envolvía comenzaba a desaparecer.
—¡No! —gritó, avanzando hacia la sombra—. No aceptaré tu mentira. No me quedaré atrapada aquí contigo.
La sombra se retorció, tratando de aferrarse a Clara, pero la luz del amuleto seguía extendiéndose, debilitándola. Y en ese momento de vulnerabilidad, Clara vio una chispa de esperanza: la sombra no era invencible. Tal vez, solo tal vez, había una forma de romper el pacto y liberar a su hermana... aunque el precio pudiera ser más alto de lo que había imaginado.