"He regresado de las profundidades del infierno, un viaje oscuro y tortuoso, para reclamar lo que me pertenece. Soy Lucía Casanova, la única heredera de una dinastía marcada por la traición y el secreto. Mis enemigos pensaron que podían arrebatarme mi legado, pero no conocen la furia que despierta en mí la injusticia. Ahora, con cada paso que doy, el eco de mi venganza resuena más fuerte. ¡El tiempo de la redención ha llegado!"
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Capitulo VIII La esperanza de un futuro mejor
Punto de vista de Sebastián
Salí a despejar mi mente un rato, Amelia está insoportable desde que Lucia regreso, ella piensa que la estoy engañando con mi ex, si supiera que Lucia me odia y está haciendo de todo para acabar con nuestro imperio.
Estaba caminando pensando en lo que pudo ser y no fue, cuando en la distancia vi a Lucia junto a Dimitri, se veían muy íntimos, una ola de celos se apoderó de mi mente, mi primera reacción fue golpear a ese imbécil quien se atrevió a tocar a mi mujer, pero controle la ira que me estaba consumiendo y me acerque a ellos, aunque me controle para no matarlos ahí mismo, no pude controlar mi lengua.
Dimitri al escuchar mis palabras se me fue encima, pero Lucia lo detuvo. “No vale la pena ensuciarse las manos con semejante basura”. No voy a negar que sus palabras me dolieron, pero la ira se puso por encima de cualquier otro sentimiento.
“¿Ahora soy una basura?, pero cuando te entregaste a mí no era lo que decías”.
“En aquel entonces seguías siendo una basura, con la diferencia de que yo no lo sabía o si lo sabía, simplemente no lo quería aceptar”. Lucia sabía muy bien como hacerme perder la paciencia.
Un silencio tenso se apoderó del ambiente, mientras las palabras de Lucia resonaban en mi cabeza como un eco hiriente. La rabia burbujeaba en mi interior, pero había algo más: una profunda decepción. "¿Así que eso piensas de mí?", dije, tratando de mantener la voz firme a pesar de la tormenta emocional que me invadía.
Dimitri, aún con la sangre caliente, intentó acercarse a mí, pero Lucia lo sostuvo con fuerza. “No te involucres, Dimitri. Esto es entre Sebastián y yo”, ordenó con un tono que no admitía discusión.
“¿Entre nosotros? ¿Desde cuándo se ha vuelto esto un juego de palabras? ¡Eres una traidora!”, le grité, sintiendo cómo cada palabra salía cargada de dolor y resentimiento. La mirada de Lucia se endureció, y por un momento, vi destellos de lo que alguna vez habíamos compartido: risas, sueños y promesas.
“Si quieres hablar de traiciones, hablemos de lo que hiciste cuando decidiste poner tu negocio por encima de nuestra relación y de mi familia, hablemos de cómo nos quitaste todo y llevaste a mis padres a su muerte; de eso quieres hablar ”, respondió ella con frialdad. Sus palabras fueron como dagas; sabía exactamente dónde golpear para hacerme daño.
“Siempre quise luchar por lo nuestro; sin embargo, la presión de mi familia fue mucho mayor, tu más que nadie sabes lo que representa se un Lombardi”, protesté, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a mezclarse con la ira. “Pero parece que tú nunca viste el infierno que estaba viviendo”.
Dimitri finalmente intervino: “Basta ya. Esto no lleva a ninguna parte. Sebastián, ¿realmente crees que seguir así te hará sentir mejor?”.
Me detuve un instante, mirándolos a ambos. La verdad era que no sabía qué hacer. El odio y el amor se entrelazaban en mi pecho como una serpiente enredada. “Quizás sea hora de que cada uno tome el camino que le corresponde”, murmuré al final, sintiendo una mezcla de liberación y tristeza.
Lucia me miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de desafío y tristeza. “Si eso es lo que quieres…”.
“Sí, es lo que quiero. Él nosotros ya no existe, ahora solo me queda recuperar lo que ustedes me quitaron, aunque nunca podré recuperar a mis padres”. Después de decir aquellas palabras Lucia tomo de la mano a Dimitri y se alejó sin mirar atrás, estaba claro que en su corazón yo ya no ocupaba ningún espacio.
Ahora tenía que defender a mi familia, está noche nuestra enemistad se había afianzado y tendría que luchar con todo contra ella.
Punto de vista de Amelia
Sebastián estaba muy extraño, últimamente no pasaba tiempo en casa y el poco tiempo que estaba parecía un fantasma. Esa actitud me estaba hartando, se supone que debe estar feliz por la llegada de su primogénito; sin embargo, parece que la noticia de mi embarazo solo le destruyó sus planes.
“¿Dónde está tu esposo?”, pregunto mi madre sacándome de mis pensamientos.
“No lo sé madre, Sebastián últimamente no me da explicaciones de sus actos”. Respondí molesta por la situación.
Celina caminó a mi alrededor con ojos agudos, era como si me culpara a mí de lo que estaba pasando. “Tienes que hacer algo, no podemos dejar que la fortuna de los Lombardi se nos escape de las manos”.
“¿Acaso piensas que no lo sé?, estoy clara de eso y no permitiré que nadie venga a quitarme lo que es mío y mucho menos la estúpida de Lucia, esa mujer solo ha venido a desestabilizar mi paz”.
Sebastián había vuelto a la casa, así que decidí hablar con él, tenía que buscar la manera de hacerlo sentir culpable por su actitud.
Camine por la casa, llamando su nombre, pero no obtuve respuesta. Finalmente, salí al jardín y lo encontré allí, solo, mirando hacia el horizonte.
“Sebastián”, dije con suavidad. Él se volvió lentamente, y sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y rabia. “Necesitamos hablar”.
“¿Sobre qué?”, respondió él, su voz fría como el acero.
“Sobre nosotros”, dije con firmeza. “Sobre nuestro futuro y este bebé que está por llegar”. La ansiedad comenzó a apoderarse de mí mientras esperaba su reacción.
“¿Qué futuro?”, replicó Sebastián con desdén. “Parece que todo se desmorona a nuestro alrededor”.
“Eso no es cierto”, insistí acercándose un poco más. “Te necesito ahora más que nunca. No podemos dejarnos llevar por los celos o el odio hacia Lucia”.
Él soltó un suspiro pesado y miró al suelo. “Es fácil para ti decirlo… Tu no tienes que lidiar con este peso”
“Pero yo estoy aquí contigo”, respondí con fervor. “Soy tu esposa y estoy esperando un hijo tuyo. No puedes dejar que ella arruine lo que hemos construido juntos”.
Sebastián levantó la mirada, y en sus ojos brillaba una chispa de conflicto interno. “Lo sé… pero mi mente está llena de dudas”.
Di un paso adelante y tomé sus manos entre las mías. “Las dudas son normales en momentos como este, pero no podemos permitir que nos consuman. Debemos luchar juntos por nuestra familia”.
Un silencio pesado se instaló entre nosotros mientras Sebastián luchaba con sus emociones. Finalmente, asintió levemente, como si comenzara a ver la luz en medio de la tormenta.
“Quizás tengas razón”, murmuró él.
“Lo haré todo por nosotros”, dije con determinación.
Mientras nos miraban fijamente, sentí una chispa de esperanza renacer en su corazón; tal vez aún había tiempo para sanar las heridas y construir un futuro juntos.
Pero antes tenía que acabar con Lucia, pues con ella en el medio nunca podríamos ser felices.