En un pequeño pueblo rodeado de montañas, Ana, una joven arqueóloga, regresa a su hogar tras años de estudios en la ciudad. Al descubrir un antiguo diario en el desván de su abuela, se ve envuelta en una misteriosa historia familiar que se remonta a la época de la guerra civil. A medida que desentierra secretos enterrados y enfrenta los ecos de decisiones pasadas, Ana se da cuenta de que el pasado no solo define quiénes somos, sino que también tiene el poder de cambiar nuestro futuro. La novela entrelaza el amor, la traición y la búsqueda de identidad en un relato conmovedor donde cada página revela más sobre los secretos que han permanecido ocultos durante generaciones.
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Capítulo 14: Sombras del Pasado
Ana pasó horas sumergida en el diario de su bisabuela, cada página revelando un fragmento de un amor prohibido y una vida marcada por decisiones dolorosas. Las palabras escritas a mano eran un susurro del pasado, y cada línea la transportaba a una época en la que el amor podía ser tanto un refugio como una condena.
Una tarde, mientras leía, se detuvo en una entrada que le llamó especialmente la atención. Describía un encuentro clandestino entre su bisabuela y Mateo en un viejo puente de piedra que cruzaba un río cerca de su hogar. La descripción era vívida: el crepitar de las hojas bajo sus pies, el murmullo del agua y la luz del atardecer que bañaba todo en un dorado suave. Ana podía casi imaginarse el lugar, y una idea le surgió con fuerza: **debía visitar ese puente.**
Con el diario bajo el brazo, se dirigió a la biblioteca local. El anciano bibliotecario, Don Ramón, la conocía bien y le ofreció su ayuda.
—¿Qué buscas, Ana? —preguntó, alzando las cejas con curiosidad.
—Un viejo puente de piedra cerca de aquí. Me parece que podría ser importante para mi familia —respondió, su voz llena de determinación.
Don Ramón la miró con interés, y tras unos momentos de reflexión, se dirigió a una estantería en la parte trasera de la biblioteca. Regresó con un libro de historia local, abriéndolo en una página amarilla y desgastada.
—Aquí está —dijo—. El puente de San Rafael. Se construyó hace más de un siglo y ha sido testigo de muchas historias. Muchos jóvenes se han encontrado allí, al igual que tu bisabuela y Mateo.
Ana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La conexión con su bisabuela se hacía más fuerte con cada descubrimiento.
—¿Sabe dónde se encuentra? —preguntó, ansiosa.
—Está a unos diez kilómetros al norte, junto al río de la ciudad. Deberías poder encontrarlo fácilmente si sigues el sendero —le indicó Don Ramón con una sonrisa.
Ana se despidió y se dirigió hacia el lugar señalado. Con el sol comenzando a ponerse, el aire fresco le daba energía y claridad. Al llegar al puente, sintió un nudo en el estómago.
El puente de San Rafael era un arco de piedra sólida, cubierto de musgo y flores silvestres. El agua del río fluía por debajo, creando un suave murmullo que parecía contar sus propias historias. Ana se acercó, tocando la fría superficie de la piedra. Cerró los ojos, intentando imaginar a su bisabuela y a Mateo en ese mismo lugar, compartiendo sus sueños y anhelos.
Unos pasos detrás de ella la hicieron abrir los ojos. Era una pareja de ancianos que paseaba de la mano, con miradas llenas de amor. Ana se sintió un poco incómoda al ser una extraña en un momento tan íntimo, pero los ancianos sonrieron y la saludaron.
—Es un lugar hermoso, ¿verdad? —dijo la mujer, observando el puente.
—Sí, lo es. Estoy aquí por una historia familiar. Mi bisabuela se encontró aquí con alguien que amaba —respondió Ana, sin poder evitar compartir un poco de su historia.
Los ojos del hombre se iluminaron.
—Mi esposa y yo también tenemos recuerdos aquí. Este puente fue testigo de nuestro amor hace más de cincuenta años —dijo, con nostalgia en su voz—. Nos prometimos que, pase lo que pase, siempre volveríamos a este lugar.
Ana sonrió, sintiendo que el amor realmente podía trascender el tiempo y las dificultades.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó, intrigada.
La mujer comenzó a narrar su historia, y Ana se dejó llevar por las palabras, sintiendo que cada anécdota resonaba en su propia búsqueda de amor y verdad. Con cada risa y cada lágrima, se dio cuenta de que el amor, a pesar de las sombras del pasado, siempre tenía una forma de renacer.
Después de que la pareja se despidió y se alejó, Ana se sentó en el borde del puente, sumergida en sus pensamientos. Mirando el río, recordó las palabras de su abuela sobre la vida de su bisabuela. Sentía que estaba a un paso de desentrañar el misterio que había marcado a su familia.
Decidió que debía volver a casa y revisar más a fondo el diario. Quizás había más pistas que la llevaran a comprender por qué el amor de su bisabuela había terminado en tragedia. Justo cuando iba a levantarse, una hoja de papel, arrugada y mojada, flotó a su lado, llevada por la corriente del río.
Con curiosidad, Ana la recogió y vio que era una carta. Con manos temblorosas, la abrió. La caligrafía era hermosa, pero el contenido la dejó paralizada. Era una carta de amor de Mateo, dirigida a su bisabuela, llena de promesas y sueños de un futuro juntos.
“Si el destino nos separa, recuerda que siempre estaré contigo, en cada latido de tu corazón…”
Ana sintió que el tiempo se detuvo. Las palabras de Mateo eran un eco de sus propios sentimientos, una conexión que trascendía generaciones. La emoción la invadió; había encontrado un vínculo no solo con su bisabuela, sino también con el amor que aún vivía en ella.
Con el corazón latiendo fuertemente, Ana supo que su búsqueda apenas comenzaba. La historia de su bisabuela y Mateo aún tenía mucho que revelar, y estaba decidida a descubrir cada secreto, cada sombra, hasta que la verdad brillara por sí misma. Se levantó con determinación, guardando la carta en su bolso, lista para enfrentar lo que viniera a continuación en su viaje por el legado familiar.