El Fin Justifica Los Medios
—¡Mierda, mierda, mierda! Mi suerte es realmente terrible.
Murmuro Lisel, con un suspiro pesado, mientras sus pasos resonaban por las empedradas y sombrías calles.
A su alrededor, un laberinto de pasión y deseo se desplegaba.
El Callejón del Hambre, famoso por su oscuridad, se hundía en la parte más baja y marginal de Castelar. Era el refugio de prostitutos y prostitutas que ofrecían sus servicios a cambio de unas pocas monedas.
Algunos clientes optaban por llevar a sus acompañantes a un hostal cercano, aunque la mayoría no estaba dispuesta a pagar por una habitación. En consecuencia, las calles se llenaban de parejas, tríos y grupos en actividades sexuales al amparo de la noche.
Con una mano firme, Lisel sujetó el saco de monedas que descansaba en el bolsillo interior de su capa, destinado a pagar por un hombre y una habitación en aquel hostal.
Parejas anónimas se entrelazaban en un abrazo de lujuria, a menudo chocando contra ella accidentalmente. Lisel, aunque sorprendida y avergonzada, no podía apartar sus ojos de aquel espectáculo, tan distinto a cualquier cosa que hubiera conocido antes.
Lisel, con cada paso que daba, se adentraba más en un mundo que se sentía ajeno, peligroso, y sin embargo, necesario.
Las siluetas entrelazadas en sus pasiones parecían olvidar todo lo demás. Un espectáculo que la hacía cuestionarse la naturaleza misma del deseo y la pasión.
"¿Podría algo así hacerte olvidar incluso dónde estás parado?" se preguntaba, mientras esquivaba a duras penas los cuerpos que invadían su espacio personal.
En su intento de avanzar, Lisel sentía la opresión de su capa, una barrera de tela gruesa que la protegía del contacto directo con la carne desnuda de los otros.
Pero incluso esa protección le pareció insuficiente cuando un líquido espeso, caliente y pegajoso salpicó su mano. Desatando en ella una mezcla de alarma, vergüenza y desconcierto.
Alzó la vista para buscar al responsable, pero nadie parecía notar su presencia.
"¿Cómo he llegado a este punto?" reflexionó, sintiéndose humillada y perdida.
La mente de Lisel volvió a los días en que su vida dio un vuelco. Su padre, el Marqués Octavio Luton, yacía en coma desde hace un año. Dejando el mando de la familia en manos de su esposa: Margaret Luton.
Esa mujer, que se había infiltrado en la vida de Lisel Luton tras la muerte de su madre, traía consigo un tormento en forma de un joven llamado Carlier, proclamado hijo del Marqués y heredero de Luton.
La historia de su padre y su aceptación de Carlier como hijo y heredero se mezclaban en su mente con los abusos de Margaret.
Lisel recordaba las humillaciones, las privaciones, los golpes. Y ahora, el culmen de todo: su forzado compromiso.
Recordó la forma en que Margaret lo había anunciado, no como una opción, sino como un mandato, una orden revestida de falsa benevolencia.
—Es repugnante, indignante —se dijo Lisel, recordando el plan maestro de Margaret.
Un matrimonio forzado con el príncipe heredero del reino de Castella. Una artimaña bajo el velo de un "honor" que ocultaba una muerte segura.
Pero Lisel Luton no estaba dispuesta a rendirse. "Haré cualquier cosa para evitar este destino", se prometió, sintiendo un atisbo de valor surgir en su interior.
Aunque eso significara entregar su inocencia a un desconocido en el Callejón del Hambre. La zona más baja de toda la capital de Castella, Castelar.
La idea la llenaba de desánimo, pero su resolución era firme.
Caminaba disfrazada, con una capucha oscura cubriendo su identidad. La cabeza le picaba bajo la frondosa peluca oscura. Buscaba a un hombre, cualquier hombre, a poder ser guapo y amable, que pudiera salvarla de su condena dándole esa noche.
Fue entonces cuando una figura encapuchada, observándola desde la distancia, decidió acercarse.
—Estás demasiado roja ¿qué haces en este lugar? —preguntó el hombre con una voz grave que sacó a Lisel de su ensimismamiento.
Ella se acercó, tratando de discernir su rostro bajo la capucha de él. "Debe querer mantener su anonimato", pensó, sin darse cuenta de que ella misma buscaba lo mismo.
En la oscuridad, solo pudo distinguir sus brillantes ojos grises y un aire de nobleza que lo rodeaba.
—Quizás solo tengo calor —intentó responder con coquetería, aunque su voz temblorosa traicionaba sus nervios. "Si este hombre se aleja, mi plan se desmorona", pensó, forzándose a ser más audaz. —¿Puedes ayudarme con eso?
El hombre la miró con incredulidad, pero sonrió y, para su sorpresa, la levantó en brazos, alejándola del caos del callejón.
—¿Dónde me llevas? —gritó Lisel, sobresaltada por la inesperada cercanía.
—Realmente quieres hacerlo en esa sucia calle llena de gente — respondió él con un tono de voz que mezclaba arrogancia y un toque de superioridad.
En un instante, se encontraron dentro de una posada cercana, lejos del alboroto del Callejón del Hambre. Con delicadeza pero firmeza, el hombre la depositó sobre la cama.
Sin mediar palabra, comenzó a besarla. Sumergiéndola en un torbellino de sensaciones desconocidas. Lisel se sintió abrumada, con su rostro ardiendo de vergüenza y su cuerpo tensándose bajo la intensidad de las caricias.
El hombre, con sus fuertes manos, le retiró la capa a Lisel, dejando al descubierto sus hombros y un vestido gris, modesto pero elegido con cuidado para hacerse pasar por una plebeya sin parecer vulgar.
Al acariciar su cabello, él se detuvo de repente con una expresión de sorpresa.
—Ya decía yo que algo se sentía extraño.
Con un gesto rápido, le retiró la peluca, revelando el cabello castaño claro de Lisel, meticulosamente recogido.
Las manos del hombre se movían con destreza, deshaciendo la trenza que mantenía recogido su cabello.
Con cada hebra que soltaba, su pelo dorado, ondulado y rebelde, se desprendía, cayendo suavemente alrededor de su rostro y sobre su pecho en una cascada brillante.
Aunque el hombre no esbozaba una sonrisa, sus ojos mostraban una clara satisfacción, como si al desvelar la auténtica apariencia de Lisel hubiera desentrañado un enigma.
Sus miradas se encontraron intensamente. Los ojos grises del hombre chocaron con los verdes de ella. Lisel, sintiéndose avergonzada, bajó la mirada.
—Relájate un poco —susurró él, notando su tensión.
—Yo... yo... lo intento —balbuceó Lisel, sus palabras entrecortadas por la nerviosidad.
—Inténtalo mejor —insistió él, con voz baja pero imponente.
Mientras la mano del hombre se deslizaba audazmente por la pierna de Lisel, subiendo su falda con una lentitud que exacerbaba la tensión, él susurró con una voz cargada de promesa.
—Voy a hacerte sentir bien.
Lisel, con un gemido sorprendido, respondió en un susurro tembloroso.
—Yo... no sé si...
Entonces los dedos del hombre, firmes y hábiles, exploraron su entrepierna, enviando ondas de un placer desconocido a través de su cuerpo. Él, con un hambre pasional, recorría su cuello con besos intensos y mordiscos provocativos, arrancándole jadeos que llenaban la habitación.
—¡Espera! — grito Lisel.
—Estoy siendo muy paciente —murmuró él, su aliento caliente contra la piel de su cuello.
Lisel, superada por la intensidad del momento, apenas podía formular palabras.
—Esto es... nuevo para mí.
La expresión del atractivo hombre se tornó compleja ante las palabras de Lisel. Sin embargo, rápidamente cambió a una de satisfacción ante su inocencia, aumentando la intensidad de sus caricias. Sumergiendola aún más en la vorágine de nuevas sensaciones.
—Déjate llevar por mí, prometo que no te arrepentirás —murmuró con su voz teñida de una confianza cautivadora que resonaba en la intimidad de la habitación.
La noche se convirtió en una danza de descubrimiento y pasión, con Lisel entregándose a las sensaciones que la embargaban. Entre susurros y toques, la tensión inicial de Lisel se transformaba en en una curiosidad apasionada.
—¿Te gusta? —preguntó él, sus palabras rozando su oído mientras continuaba explorando sus pechos.
Lisel, superando su nerviosismo inicial, se permitió responder con toda la honestidad que le era posible.
—Creo que sí.
—¿Lo crees? Eres muy exigente. Tendré que esforzarme a fondo.
Entonces, con un movimiento fluido y sin perder el contacto, el hombre deslizó una mano a lo largo del cuerpo de Lisel. Sus dedos recorrieron su piel, desde el pecho hasta la entrepierna, trazando un camino ardiente que borraba cualquier rastro de timidez.
Con habilidad, él despojó a Lisel de la última prenda que la cubría, allanando el camino para un encuentro más íntimo.
El dolor se mezclaba con el placer bajo las diestras caricias de aquel hombre misterioso.
Por primera vez en mucho tiempo las preocupaciones de Lisel, por la casa Luton, su familia y sus riesgos en Castelar, parecían desvanecerse, relegadas a un segundo plano.
Solo él podía preocuparla en aquel momento.
Él y sus afilados ojos grises que la miraban como si fueran a devorarla.
Tras besos y caricias, Lisel relajó su cuerpo e, inconscientemente, posó su mano en el brazo de él. La pequeñez de su mano contrastaba con el músculo que tocaba, evidenciando su fortaleza. Él, notando el contacto, le dijo con picardía:
—¿Quieres más?
Al quitarse la camisa, dejó al descubierto un torso fortalecido y musculoso que resaltaban sobre su piel blanca.
Lisel, por un momento, olvidó cómo respirar ante la visión de él.
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Comments
Zaidymar 🌠
Hasta a mí ya me dió apnea con ese semental
2024-10-03
0
Graciela Sánchez
Me esta gustando
2024-07-09
1
Gladys Zapata
uyyy ésto se está poniendo caliente, caliente, caliente
2024-06-27
5