En un barrio marginado de la ciudad, Valentina, una chica de 17 años con una vida marcada por la pobreza y la lucha, sueña con un futuro mejor. Su vida cambia drásticamente cuando conoce a Alejandro, un ingeniero de 47 años que, a pesar de su éxito profesional, lleva una vida solitaria y atormentada por el pasado. La atracción entre ellos es innegable, y aunque saben que su amor es imposible, se sumergen en una relación secreta llena de pasión y ternura. ¿como terminara esta historia?
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Capítulo 13: Cosechando Promesas
La feria fue un éxito rotundo. Los vecinos trabajaron unidos, y la fábrica se llenó de vida, colores y risas. Las personas de comunidades cercanas acudieron al evento, atraídas por la idea de colaborar en un proyecto que iba más allá de los límites del barrio. Durante horas, Valentina y Alejandro caminaron entre los puestos, coordinando la logística, charlando con los visitantes y agradeciendo a quienes habían donado su tiempo y esfuerzo. Era la primera vez en mucho tiempo que Valentina veía a Alejandro sonreír con genuina esperanza.
Al finalizar el día, después de haber contado los ingresos de la feria y las donaciones, el optimismo volvió a teñir sus palabras. “Hemos recaudado casi todo lo que necesitamos,” dijo Alejandro, su voz emocionada mientras repasaban las cifras en la pequeña oficina de la fábrica. “Todavía faltan algunos fondos, pero creo que podemos lograrlo.”
Valentina se permitió sonreír, sintiendo una mezcla de alivio y esperanza. “Podemos llegar a la meta. Quizá si hablamos con más personas, o si encontramos a alguien dispuesto a invertir en el proyecto…”
Alejandro asintió, por primera vez en días mostrando un brillo de optimismo en la mirada. “Haré algunas llamadas a conocidos en la ciudad. Quizá haya alguien interesado en respaldar una iniciativa como esta.”
Pero, al día siguiente, la esperanza que habían logrado acumular se vio empañada por una noticia que llegó a través de un correo electrónico. Alejandro lo leyó primero, y su expresión se volvió sombría de inmediato. Valentina, al verlo, supo que algo no andaba bien. “¿Qué sucede, Alejandro?”
Él le mostró la pantalla del ordenador, donde un mensaje formal anunciaba la decisión de la empresa propietaria de la fábrica de proceder con el desalojo, ignorando cualquier intento de negociación. A pesar del éxito de la feria, el tiempo no estaba de su lado.
Valentina sintió que su pecho se contraía, como si un puño invisible le aplastara el corazón. “¿No hay nada más que podamos hacer? ¿No tienen que aceptar el pago si lo conseguimos a tiempo?”
Alejandro negó con la cabeza, frustrado. “Ellos tienen la ley de su parte, y las intenciones de la empresa son claras: quieren recuperar la propiedad para venderla a una constructora, probablemente para demoler la fábrica y levantar un complejo de departamentos.”
La noticia cayó sobre ellos como un balde de agua fría, y aunque intentaron mantenerse firmes, las dudas comenzaron a instalarse en sus corazones. Sin embargo, Valentina no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. “Todavía nos queda tiempo antes de que puedan proceder con el desalojo, ¿verdad? Entonces, sigamos luchando. Si necesitamos recaudar más, lo haremos.”
Alejandro la miró, sorprendido por la determinación que brillaba en sus ojos. Por un instante, sintió que tal vez, solo tal vez, podían salir adelante. Pero los días que siguieron estuvieron llenos de tensión, con llamadas infructuosas a posibles inversores y encuentros con abogados que explicaban las pocas posibilidades legales que tenían.
El día antes de que el plazo terminara, Valentina y Alejandro se reunieron con algunos vecinos en la fábrica para darles la noticia. La reunión fue difícil, marcada por el desaliento y la tristeza. Muchos de los presentes tenían lágrimas en los ojos mientras escuchaban a Alejandro explicar la situación.
“No nos queda mucho tiempo,” dijo Alejandro, su voz cansada. “Sé que todos han trabajado duro, y lamento que no hayamos conseguido lo necesario para salvar la fábrica.”
Valentina, que estaba a su lado, sintió cómo la tristeza y la frustración se arremolinaban en su interior, pero decidió tomar la palabra. “Esto no es el final. Lo que hemos construido aquí no se limita a estas paredes. Nos hemos unido como comunidad, hemos aprendido a trabajar juntos y a luchar por un objetivo. Pase lo que pase mañana, no permitamos que eso desaparezca.”
Los vecinos asintieron con pesar, pero el ambiente seguía impregnado de incertidumbre y resignación. La realidad era dura, y aunque todos querían creer que había esperanza, sabían que el futuro de la fábrica estaba fuera de sus manos.
Aquella noche, mientras Valentina y Alejandro recogían los últimos papeles en la oficina, el silencio entre ellos era casi insoportable. Valentina sentía que había tanto por decir, tanto que se había quedado en el aire entre ambos. Pero también sabía que cualquier palabra podría ser el detonante de emociones que, en ese momento, no podrían controlar.
“Valentina,” dijo Alejandro de pronto, rompiendo el silencio. “Siento haberte fallado. Siento que te arrastré a todo esto, que te hice creer que podíamos lograrlo.”
Ella lo miró con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. “No me fallaste, Alejandro. Yo elegí estar aquí, elegí creer en esto. Y, aunque todo esto termine mal, no me arrepiento de haber luchado contigo. Lo que hemos vivido, lo que hemos creado, eso nadie puede quitárnoslo.”
Alejandro la miró, y por un instante, pareció encontrar en sus palabras la fortaleza que tanto le faltaba. Se acercó a ella, tomando su rostro entre sus manos, y Valentina sintió la calidez de su contacto, la vulnerabilidad de ese momento. “Gracias por ser la razón por la que no me rendí antes,” susurró él, con una tristeza que parecía infinita.
Valentina asintió, sintiendo que su propia tristeza se mezclaba con la de Alejandro, que en ese instante parecían entenderse más que nunca. Se abrazaron bajo la luz tenue de la oficina, rodeados por el eco de lo que habían construido juntos, y sintieron que, aunque la tormenta los rodeaba, al menos no estaban solos.
Al día siguiente, se despertaron antes del amanecer. Alejandro insistió en llevarla a su casa antes de enfrentar lo que sería el último día en la fábrica, pero Valentina se negó. “Estaré contigo hasta el final,” le dijo con firmeza, y juntos se dirigieron a la fábrica para recibir a los vecinos que quisieron acompañarlos en ese momento.
La mañana fue extrañamente tranquila. Los vecinos llegaron con termos de café y bandejas de comida, y entre todos compartieron historias y recuerdos de lo que había sido ese lugar. Algunos lloraban en silencio, otros intentaban mantener la esperanza hasta el último momento.
Finalmente, cuando los representantes de la empresa llegaron con la orden de desalojo, no hubo gritos ni enfrentamientos. Alejandro firmó los papeles con la mano temblorosa, y Valentina lo observó, sintiendo que un peso invisible caía sobre ambos.
“Esto no es justo,” murmuró uno de los vecinos, con los ojos enrojecidos por la tristeza.
“No, no lo es,” respondió Valentina, apretando los labios. Pero sabía que no podían hacer más.
Cuando los representantes de la empresa comenzaron a inspeccionar la fábrica, Valentina tomó la mano de Alejandro una vez más. “Lo intentamos. Hicimos todo lo que pudimos.”
Él asintió, y en ese momento, aunque la tristeza y el dolor los envolvían, también sintieron que no estaban completamente derrotados. Las semillas que habían plantado, las relaciones que habían forjado, aún quedaban allí. La fábrica podía ser tomada, pero la unión que había nacido en ese lugar era algo que no podían arrebatarles.
Cuando el sol se ocultó y las puertas de la fábrica se cerraron por última vez para ellos, Valentina y Alejandro se alejaron juntos, sin saber qué les depararía el futuro. Pero mientras caminaban por las calles del barrio que tanto habían luchado por mejorar, sabían que la historia no había terminado. Las grietas estaban ahí, sí, pero la esperanza de un nuevo comienzo seguía latente, aguardando el momento de resurgir.