A veces, la vida nos juega una mala pasada. Nos hace probar el dulce néctar del amor, para luego arrebatárnoslo como si fuera una burla. Ésta historia le pertenece a ellos, aquéllas dos almas condenadas a amarse eternamente, Ace e Isabella.
—¿Seguirás amándome en la mañana?.
—Toda la vida, mi amor...
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Capítulo 8
Ace.
¿Qué diablos hago aquí?
Debería estar en mi casa, o en casa de mi novia, Angélica.
En cambio, estoy aquí.
En la casa de Isabella. Una chica que conocí hace apenas unos meses.
Al principio lo único que iba a hacer era traerla a su casa, como disculpa por haber sido un imbécil con ella.
Pero cuándo ví que ella estaba por bajarse del auto, algo dentro de mi me gritó que no la dejara ir.
Por eso fui imprudente y la detuve.
Todo empeoró cuándo entré a su casa.
No sé porque, pero siento que he estado aquí antes.
Éste lugar se siente muy familiar.
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Désde el primer momento en la ví, aquél día en la biblioteca, cuándo ella se arrojó a mis brazos, algo en mi interior se volvió loco.
No sabía porque.
No sabía quién era ella.
Sólo sé que en el momento en que ví sus ojos, esos preciosos ojos de color violeta, todo a mi al rededor se salió de control.
Mi novia nos había visto, así que rápidamente volví a la normalidad y miré sólo a Angélica.
Pero al ver los ojos de Isabella, llenos de lágrimas y su rostro repleto de dolor, mi corazón se rompió.
Cuándo ella se fue, intenté actuar con normalidad pero, incluso estando con mi novia, no podía dejar de pensar en la chica de la biblioteca.
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Cuándo supe que compartíamos algunas clases, de forma inconsciente comencé a buscarla.
En el momento en que la ví, mi cuerpo se movió en piloto automático.
No sabía porque pero quería, anhelaba, necesitaba estar cerca de ella.
Así comencé a frecuentar los lugares en dónde Isabella solía estar.
Hasta me hice amigo de sus amigos sólo para estar cerca de ella.
No soy idiota, sabía que ésto estaba mal, después de todo yo tengo novia.
Pero, no podía detenerme.
Al menos, así fue hasta que Angélica comenzó a notar los cambios en mi actitud.
Era lógico, claro.
Había dejado de verla. Apenas respondía sus mensajes. Y cada que estaba con ella, siempre le hablaba de lo mismo.
Le hablaba de Isabella.
Angélica me reclamó, por supuesto.
Discutimos mucho sobre el tema.
Estaba tan saturado que por culpa de mi estupidez, y de los celos de mi novia, trate mal a Isabella.
Luego de haberme comportado como un idiota, Isabella se alejó de mí.
Ya no me hablaba.
Tampoco me miraba.
No se ponía feliz al verme.
Me estaba matando.
Cuándo escuché que iban a salir antes de clases, ví la oportunidad de intentar arreglar las cosas con ella.
Se mostró reacia, lo cual era lógico.
Por suerte, el universo estuvo de mi lado, y tuvo que aceptar mi oferta de llevarla a casa ya que había comenzado a llover.
Y ahora, estoy aquí.
En su casa.
Una casa que particularmente siento como propia.
Caminé hacia la cocina, y la ví allí, cortando las frutas para el licuado.
Ella estaba de espaldas a mí.
Me apoyé en el marco de la puerta, simplemente observándola.
De alguna forma, ésta escena se sentía tan familiar.
Tengo la sensación de que he soñado con ésto.
Soñé con ésta casa.
Soñé con ella.
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La mujer de mis sueños.
—¿Necesitas ayuda? –Pregunté acercándome a ella–.
—Ah, no, estoy bien. –Respondió, poniendo en marcha la licuadora–.
Todo ésto era tan jodidamente familiar.
Tenía la necesidad, el deseo de abrazarla por la cintura, cómo lo hice en mis sueños.
Pero no podía.
No podía hacer eso.
Yo tengo novia, una novia a quien amo.
Una novia que confía en mí.
Una novia de quién me olvido en el momento en el que Isabella aparece.
Veo cómo Isabella sirve la bebida en dos vasos, y luego comenzó a preparar todo para el sándwich de jamón que prometió.
—¿Cómo sabías que me gustaba el jamón? –Indagué–.
—Mm... ¿Adiviné? –Dijo ella con una sonrisa–.
—Mentirosa. –Solté, revolviéndo su cabello, haciéndola reír–.
Por alguna razón, su risa me daba paz.
Su sola presencia me daba paz.
No sé mucho de ella.
Sólo sé su nombre.
Isabella Davinia.
Sé que es muy sensible, siempre se emociona muy rápido y termina llorando.
Es todo lo que sé de ella.
No la conozco.
Pero hay algo que sé con certeza.
Sabía que Isabella Davinia existía, desde hace mucho antes de conocerla en persona.
¿Cómo lo sé? Porque siempre he soñado con ella.
He soñado eternamente con la mujer de los ojos violetas.
Y lo confirmé el día que apareció en la biblioteca.
De algo estoy seguro.
No sé quién eres, Isabella Davinia, pero sé que eres importante para mí.