Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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Por fin casado.
Con la decisión tomada, Cristóbal veía el matrimonio como una forma de enmendar el daño causado y, al mismo tiempo protegerse de posibles repercusiones futuras si la chica llegara a morir.
Los preparativos de la boda comenzaron de inmediato. Henry se encargo de los aspectos legales, asegurándose de que todo estuviera en orden. Leonora, por su parte, se ocupó de los pequeños detalles, que todo fuera discreto, pues la ceremonia se llevaría a cabo en la clínica, no quería un nuevo escandalo para su hijo.
El silencio en la habitación de la clínica era denso, solo interrumpido por el sonido de los monitores el vocacional murmullo del personal médico que pasaba por el pasillo. La luz tenue iluminaba los rostros de los pocos presentes, Cristóbal Devereaux, de pie junto a la cama observaba fijamente a la joven dormida vestida con un vestido blanco sencillo. Su expresión era impenetrable, como si todo esto fuera solo otro trató de negocios, un contrato más que firmar.
-- Pero no lo era. --
Pero este no era un acuerdo corporativo ni una fusión multimillonaria. Era su boda.
El apenas conocía a esa mujer con la que estaba apunto de casarse. El juez, un hombre mayor con lentes gruesos y una mirada inquisitiva, se aclaró la garganta y revisó los documentos frente a él.
-- Señor Devereaux -- Dijo con voz firme -- Antes de continuar con esta ceremonia, debo hacerle una pregunta. -
Cristóbal alzo la vista, encontrándose con la mirada del juez.
-- Diga. --
-- ¿Está seguro de lo que va hacer? --
Un silencio incómodo cayó sobre la habitación. Henry Lancaster el fiel asistente de Cristóbal, observaba la escena en silencio. Leonora Devereaux, con su porte elegante, se mantendría en un rincón de la habitación,ha su lado, estaba María la madre de Lucía, ambas mujeres solo cruzaron miradas. Pero ninguna de ellas se atrevió a pronunciar ni una sola palabra. En cambio Leonora estudiaba cada detalle con una expresión imperturbable.
Cristóbal sintió el peso de la pregunta, el juez pregunto nuevamente.
-- ¿Está seguro? --
Pero nunca en su vida había necesitado certeza, para tomar decisiones.
-- Lo estoy -- respondió con una frialdad que no admitía dudas. --
El juez lo observó por un instante más, como si intentara ver más allá de su expresión rígida, buscando rastros de incertidumbre.
Finalmente, asintió y giro la vista hacía la mujer que está en la cama, que aún continuaba dormida, todo estaba listo, para llevar acabo aquella ceremonia, aunque fuera en esas condiciones. El juez dejo escapar un leve suspiro antes de continuar.
Cristobal apenas prestó atención a las palabras del juez mientras recitaba los votos. Su mente estaba en otra parte, repasando los eventos que lo habían llevado hasta ahí.
-- El accidente. --
La aparición repentina de su madre, la sugerencia de su asistente. Que debía casarse con esa mujer, así tendría el control sobre lo que pudiera pasar en un futuro.
No era amor, pero sí una estrategia. Y el siempre jugaba, para ganar.
Cuando el juez terminó de recitar las palabras tradicionales, se giro hacia Cristóbal.
-- Señor Devereaux, ¿acepta a esta mujer como su esposa, para cuidarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe? --
Cristóbal dirigió la mirada hacia la cama donde esta su futura esposa por un momento antes de responder con firmeza:
-- Si acepto. --
El juez voltio a ver a la chica dormida. El juez con la ayuda, de Henry tomo el dedo de la chica, para poner su huella sobre la acta, después Henry dio algunos pasos hacia Cristóbal.
Henry sacó una pequeña caja de terciopelo negro y se la entregó a Cristóbal. Este la abrió con calma y extrajo el anillo, un diamante discreto pero elegante.
Tomó la mano de la mujer que ahora era su esposa, y deslizo el anillo en su dedo con un gesto preciso, casi mecánico. Después Cristóbal se coloco su anillo en su dedo, con un gesto amargo como si el anillo quemara su dedo.
El juez sonrió ligeramente antes de cerrar la carpeta con los documentos firmados.
-- Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. --
Ubo un breve silencio. Cristóbal miro a la que ahora era su esposa con una expresión fría casi siniestra antes de inclinarse lentamente y depositar un beso en la frente de la chica dormida. Un gesto breve, casi simbólico, pero suficiente, para sellar el pacto que acababan de hacer. Cuando se enderezó, Leonora sonrió con satisfacción. Había logrado lo que quería.
Su hijo ya no tenia escapatoria. Cuando el juez se marcho, seguido por los testigos, Henry y María, la habitación quedó en un silencio incómodo. Leonora dio una sonrisa incrédula.
-- Bueno, ya estás casado. --
Cristóbal metió las manos en los bolsillos de su traje y la observó con la misma frialdad de siempre.
-- Este matrimonio no cambia en nada, todo seguirá como siempre. Nada va a cambiar. --
-- Bueno, entonces dime hijo, que harás con ella. La dejaras aquí en la clínica, o la llevaras a tu residencia. --
-- En un par de días será trasladada, ya Henry se está haciendo cargo de su traslado tendrá los mejores doctores y cuidados. --
Leonora camino con elegancia hacia la puerta, se detuvo sin darse la vuelta.
-- Bien, hecho Cristóbal, ya eres un hombre casado. --
Cristóbal se quedó viendo a su madre, que abrió la puerta y salió dejándolo ahí, solo con aquella mujer que esta ahí tirada en esa cama, como si estuviera durmiendo. Pero ella esta así, por su culpa.
Un par de días después, Lucía estaba saliendo de esa clínica sin que ella tuviera la menor idea, de lo que estaba pasando a su alrededor. El viaje desde la clínica hasta la residencia Devereaux. Casi era sofocante. Maria la madre de Lucía a lado de ella al otro extremo Cristóbal, este veía por la ventanilla de la limusina con una mezcla de incredulidad y aprensión. Nunca en su vida había imaginado que un día tenia que pasar por todo esto, y mucho menos casado con una mujer que le resultaba demasiado insignificante.
El permanecía impasible, con la mirada fija por la ventanilla. Su rostro, cincelado con una perfección casi irreal, era como una mascara de frialdad y control absoluto. Sin embargo Maria no podía evitar preguntarse, para así misma, si alguna vez llegaría a entender por que ese hombre, el ex jefe de su hija había decidido casarse, con ella. O es que acaso el pasado les estaba jugando una mala pasada, a las dos familias.
Lucia, de vrrdad como enamorarse de un ser tan vacio, carente de amor propio y de paso cachon, abrase, dejelo no continue ahi, uno debe saber cuando irse
Creo q no hay coherencia, entre el cerebro, boca y corazón