Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO 12
La conversación parecía querer continuar, suave y callada como la nieve. Sin embargo, antes de que ninguno de los dos pudiera decir algo más, suavidad.
—Mi señora —dijo en voz baja—, el duque solicita su presencia en el estudio. No es algo apremiante… solo desea hablar con usted cuando le sea posible.
—Entiendo —respondió la duquesa, sin prisa, sin sobresalto.
La doncella se retiró en silencio.
La duquesa volvió la mirada hacia Cleoh. La luz del invernadero iluminaba su rostro con una dulzura quieta.
—Tendré que retirarme un momento, querido —dijo con una sonrisa pequeña, cálida.
—Gracias por el té —murmuró Cleoh, correspondiendo con una leve inclinación de cabeza.
—Eres bienvenido siempre. —Su voz fue casi un susurro, como si compartiera un secreto que no debía romperse— El invernadero es un buen lugar para respirar.
Luego se marchó, dejando tras de sí el leve perfume a lavanda.
Cleoh quedó solo entre las flores.
El silencio del jardín interior no era pesado; era suave, envolvente, casi irreal. Sin embargo, bajo esa tranquilidad, algo inquietaba en su pecho.
Eloy regresaría. Antes de lo previsto.
Se levantó lentamente y salió del invernadero. Recorrió los pasillos en silencio, el eco leve de sus pasos acompañándolo. Los vitrales filtraban la luz en colores delicados sobre su cabello, como si todo lo que tocara este lugar se volviera una escena pintada.
Llegó a su habitación.
La puerta se cerró detrás de él con un susurro.
Se acercó al escritorio y abrió su cuaderno de notas. Pasó las páginas, repasando fechas, eventos, nombres. Todo estaba ordenado, cuidadosamente registrado desde que había despertado en este mundo.
Buscó y buscó. Pero no había nada —ninguna línea, ningún recuerdo, ninguna mención— que explicara el regreso anticipado de Eloy.
Nada.
En la novela, Eloy solo volvía después de que la lucha por el título de príncipe heredero se resolviera. Volvía para tomar el ducado. Para suceder a su padre. No ahora.
Cleoh apoyó el codo sobre el escritorio y se llevó los dedos a la frente.
Un pulso suave le latía tras los párpados.
—No lo recuerdo… —susurró.
El silencio de la habitación era tan profundo que incluso el susurro de su propia respiración parecía ajeno, como si no perteneciera a ese espacio. Cleoh permanecía inmóvil, con la frente apoyada sobre el dorso de su mano, cuando algo en la mesa llamó su atención.
Un destello.
Al principio tenue, semejante al reflejo lejano de la nieve sobre el vidrio. Pero luego persistente… vibrante… como si lo estuviera llamando.
Levantó la mirada.
El libro de historia que Anne le había entregado días atrás —el compendio oficial de los registros del Imperio Darcon— estaba brillando. Una luz suave, dorada, como el resplandor cálido de una lámpara intentando resistir un viento helado.
Su respiración se detuvo.
Se acercó despacio, con la misma cautela con la que se toca algo sagrado.
El libro estaba abierto en la página donde lo había dejado, y sin embargo… la página no era la misma. Allí donde no había más que papel vacío, ahora la tinta nacía sola, como si una mano invisible escribiera en tiempo real. Letra tras letra, trazo sobre trazo, formándose desde el fondo del papel, viva, palpitante, como venas que se revelaban bajo la piel de un ser que respira.
La escritura era hermosa, ordenada, ceremonial Y decía:
...“Por decreto unánime del Consejo Imperial y del Senado del Aurelian,...
...se reconoce a Su Alteza Real, Ashton de Caisent, como legítimo heredero del Trono de Darcon....
...La ceremonia de coronación será celebrada en la Ciudad Capital de Asterium,...
...en el Templo de la Llama Dorada, el día 32 del Mes del Deshielo, cuando el invierno exhale su último aliento y la primavera despierte sobre el Imperio.”...
...“Así se proclama el amanecer de un Nuevo Ciclo,...
...para que las provincias recuerden el Juramento, y el Alba no caiga.”...
El silencio volvió a asentarse, no vacío, sino denso… solemne… casi ritual.
Cleoh bajó la mirada hacia la fecha inscrita:
32 del Mes del Deshielo.
—¿Mes del Deshielo…? —murmuró con voz baja, como si temiera romper algo delicado
— ¿Cuándo se supone que es eso?
Fue en ese instante cuando comprendió que había pasado por alto algo esencial: no conocía a fondo el calendario de ese mundo. Había leído la historia, sí, pero jamás se había detenido en los detalles cotidianos, en la forma en que la gente medía el paso del tiempo. Ese tipo de información rara vez era importante para un lector… pero ahora lo era para él.
Comenzó a caminar por la habitación, trazando una ruta corta y repetida. La nieve seguía acumulándose tras los cristales de la ventana.
—Si está nevando, entonces aún estamos en invierno… ¿verdad? —razonó en voz baja
— Entonces el Mes del Deshielo debe ser primavera… ¿No?
La idea lo golpeó.
Se detuvo, dejó el libro sobre la cama con un suspiro exasperado.
No sabía dónde se encontraba en el transcurso de la historia.
Había asumido —sin confirmar nada— que estaba al comienzo, cuando aún podía observar, analizar y tomar decisiones con calma. Creía tener tiempo. Creía poder anticiparse.
Pero si la coronación ya tenía una fecha escrita…
Si el libro lo registraba como un hecho inamovible…
Entonces no estaba al inicio.
Tal vez había llegado cuando la historia estaba a punto de concluir.
Lo que lo perturbaba no era estar cerca del final, lo que le daba vueltas en el pecho era el vacío después del final.
Él recordaba la historia hasta la coronación: la lucha política, los pactos entre nobles, el ascenso de Ashton, la figura imponente de Eloy… Todo eso estaba claro, pero después.
Después, la novela simplemente… terminaba.
Lo que venía luego no estaba escrito en ninguna parte.
Y ese silencio, esa falta de futuro definido, era como una puerta abierta a un lugar desconocido.
—No sé lo que pasará —susurró, apenas audible, como si temiera despertar algo—. Pero el mundo no termina cuando la historia lo hace… ¿verdad?
Necesitaba una respuesta. No podía quedarse en suposiciones.
Se acercó a la puerta y golpeó suavemente dos veces con los nudillos.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó, manteniendo la voz serena.
Unos pasos se aproximaron. La puerta se abrió para revelar a un joven sirviente, de rostro amable y postura correcta, quien inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Sí, joven maestro. ¿Qué necesita?
Cleoh vaciló solo un instante, lo justo para ordenar sus ideas.
—Podrías decirme… la fecha de hoy? La exacta.
El sirviente respondió sin dudar:
—Hoy es el primero del Mes de la Escarcha, joven maestro.
Cleoh asintió, procesando el dato, y añadió:
—Y… ¿cuánto falta para el Mes del Deshielo?
—Treinta y dos días —respondió el sirviente con naturalidad.
Treinta y dos días. Un mes.
«Justo cuando Eloy regresará.»
La revelación encajó con precisión cruel, como una pieza destinada desde el principio.
Solo quedaba poco más de un mes hasta la coronación.
Cleoh sintió cómo la información encajaba como una pieza final en un engranaje. Y con ese cálculo, con esa confirmación, la realidad quedó trazada con nitidez.
El mundo seguía avanzando hacia el final que él conocía.
Pero lo que venía después… nadie lo había escrito aún.
Ni siquiera el autor.