Dayana, una loba nómada, se ve involucrada con un Alfa peligroso. Sin embargo un pequeño bribón hace temblar a la manadas del mundo. Daya desconcertada quiere huir, pero termina en... situaciones interesantes...
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Cap. 13 ¿Qué quieres hacer, Omega?
El recorrido por los pasillos de la mansión se sentía como caminar sobre cristales rotos. Cada susurro, cada mirada furtiva, confirmaba las palabras de Alicia: todos la observaban. Finalmente, divisó a una joven Omega con las manos llenas de ropa limpia. Dayana se acercó con una determinación que hizo que la muchacha diera un respingo.
—Disculpa, ¿sabes dónde puedo encontrar al Beta Antonio? —preguntó Dayana, manteniendo la voz lo más neutral posible.
La joven Omega abrió los ojos como platos, parpadeando de forma nerviosa. Parecía un cervatillo acorralado.
—¿E-está…? E-e-e… —tartamudeó, mirando a su alrededor como si esperara ser reprendida.
—¡Lo más seguro es que esté en el despacho del Alfa! —soltó de pronto, casi gritando.
—¡Sí! ¡Podría ir ahí y buscarlo! ¡Siempre está rondando ese lugar! Si va a ir, puede ser que lo encuentre en la puerta o… o… ¡Cerca de ese lugar! —la frase fue un despropósito, una tontería evidente, fruto del pánico. Acto seguido, la joven se retorció y se escabulló rápidamente, alejándose de Dayana como si llevara la peste.
Dayana contuvo un gruñido de frustración. Su loba interior se agitaba, inquieta, oliendo el peligro y la falsedad en el aire. Pero era la única pista que tenía. Con el ceño fruncido, se dio la vuelta y se encaminó hacia la zona del despacho de Lycas.
Sin embargo, no llegó lejos. Antes de que pudiera siquiera vislumbrar la puerta, una mano fuerte como una tenaza se cerró alrededor de su brazo. No hubo fuerza bruta, pero sí una autoridad absoluta que la hizo girar y la arrastró hacia una habitación lateral antes de que pudiera protestar. La puerta se cerró de golpe, sumiéndolas en una penumbra elegante.
El olor la impactó primero. Pino, tormenta y poder Alfa. Era Lycas.
Él la acorraló contra la puerta, su cuerpo imponente bloqueando cualquier escape. Su mirada gris, cargada de una intensidad que helaba la sangre, la escudriñó detenidamente.
—¿Qué quieres hacer, Omega? —preguntó, su voz era baja pero cortante como el filo de un cuchillo.
Dayana tragó seco. Esa aura de Alfa la aplastaba, haciendo que le costara respirar y pensar. Le resultaba terriblemente difícil mantener la compostura frente a esa energía tan abrumadora. Bajó la cabeza, un gesto instintivo de sumisión que su orgullo detestaba, y trató de buscar el valor que parecía haberse esfumado.
—Lycas… —logró decir, su voz, un tembloroso susurro
—¿Puedes decirme dónde están mis amigos? Estoy preocupada. No tienen nada que ver con esto, por favor. Intentó sonar suave y sumisa, forzándose a tragar su orgullo y su miedo.
Él dio un gruñido bajo, un sonido que vibró en el pequeño espacio entre ellos. No era un gruñido de ira descontrolada, sino uno de advertencia y exigencia, de respeto.
—Por favor —suplicó Dayana, estremeciéndose de verdad. El temor por sus amigos era más fuerte que su propio terror.
Para su sorpresa, Lycas se apartó. No la liberó, pero le dio espacio. Se fue caminando hacia el centro de la habitación, que resultó ser una sala de descanso con sillones de cuero y mesas de juego. Le dio la espalda, un gesto que podía ser de desprecio o de una confianza absoluta en su propio control.
—Voy a llevarte a ver a tus amigos —declaró, su voz serena pero cargada de una autoridad inquebrantable.
—Pero no quiero que armes un alboroto. Compórtate.
Sin esperar una respuesta, sin mirarla siquiera, salió de la habitación.
Dayana, con el corazón aún encogido por el miedo, pero ahora también palpitando por un rayo de esperanza, lo siguió de inmediato, casi tropezando con sus propios pies en su prisa por no perderlo. Sabía, con una certeza visceral, que esta era su única oportunidad de asegurarse de que Caterina y Miguel estuvieran a salvo. Y por ellos, estaba dispuesta a interpretar el papel de la Omega sumisa y comportada hasta la perfección.
La puerta se abrió hacia un espacio que no era una mazmorra, pero tampoco era exactamente un lugar de hospedaje. Era una habitación funcional, austera, con dos camas simples y una mesa. Caterina estaba sentada en el borde de una cama, retorciéndose las manos, mientras Miguel pacía de un lado a otro como un león enjaulado, su rostro una máscara de confusión y preocupación humana.
Al ver entrar a Dayana, Caterina se lanzó de la cama y corrió hacia ella, envolviéndola en un abrazo desesperado.
—¡Dayana! Me alegra que estés bien. ¿Cómo está el bebé? ¿Dónde está? —preguntó, separándose solo lo suficiente para escudriñar el rostro de su amiga, buscando señales de angustia o dolor.
Dayana le devolvió el abrazo con fuerza, sintiendo un alivio momentáneo al verla ilesa.
—Está bien, está bien —murmuró, intentando calmar tanto a Caterina como a sí misma.
—Todos estamos bien ahora. —Su voz se tornó urgente, susurrante.
—Lo único que hay que lograr es que te dejen ir con Miguel. Esto no te concierne a ti ni a él. No quiero meterlos en más problemas.
Pero en lugar de asentir con alivio, el rostro de Caterina se puso pálido como la cera. Dayana frunció el ceño, confundida. Miró a Miguel, quien evitaba su mirada, fijando los ojos en una mancha del piso. Una horrible sensación de déjà vu y presagio se apoderó de ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Dayana, su voz más dura.
—¿Qué hicieron?
Antes de que Caterina pudiera balbucear una explicación, la voz imponente y fría de Lycas resonó a sus espaldas, llenando la habitación con su autoridad aplastante.
—Ellos dicen que con tal de quedarse a tu lado, harían lo que fuera. —su tono era de puro desprecio irónico. Avanzó un paso, su mirada gris clavada en Caterina, que parecía querer fundirse con la pared.
—Y bueno… —añadió, con un dejo de soberbia cruel.
—Dijeron que sí.
Dayana se dio la vuelta para mirar a Lycas, luego de vuelta a Caterina, con la boca abierta en un gesto de incredulidad absoluta.
—¿Qué? —logró articular.
—Caterina —prosiguió Lycas, como si estuviera dictando una sentencia.
—En un acto de lealtad tan conmovedora como estúpida, ofreció su sumisión a la manada. Y este —señaló a Miguel con un gesto de la barbilla.
—Como buen cachorro perdido, dijo que donde fuera ella, iría él —una sonrisa fría y sin humor se dibujó en sus labios—. Así que, por proclamación voluntaria o por idiotez, da igual, ya son miembros de esta manada. No pueden irse.
Dayana sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Miró a Caterina, cuya cabeza estaba gacha, cargada de una vergüenza profunda.
—Es eso… o que nos boten en el camino —murmuró Caterina, su voz quebrada.
—Dayana, lo siento. Él… el Beta que nos interrogaba… dijo que era la única manera de garantizar que no se deshicieran de nosotros por… ser un riesgo. Dijo que si éramos de la manada, estábamos bajo su protección y su ley —alzó la vista, sus ojos brillaban con lágrimas de frustración.
—Era eso o un castigo por saber demasiado, Dayana. Para Miguel era seguro la muerte.
Miguel, que había estado escuchando con una expresión de perplejidad cada vez mayor, se acercó entonces. Tomó la mano de Caterina con una determinación simple y valiente que solo un humano completamente ajeno al peligro real podría tener.
—Yo no entiendo nada de manadas de lobos, marcas o lo que sea —dijo, con una terquedad adorablemente tonta.
—Pero si Caterina se va a quedar, yo me quedo con ella.
Dayana cerró los ojos por un segundo, una oleada de impotencia y rabia recorriéndola. Sus amigos no estaban libres. Estaban atrapados en la misma jaula dorada que ella, pero por una elección hecha bajo coacción. Lycas no solo la tenía a ella y a su hijo; ahora también tenía rehenes para asegurar su deseo.
La mirada de Dayana se encontró con la de Lycas. Ya no había súplica en sus ojos, solo un frío resplandor de odio y una promesa silenciosa.
Él le había tendido una trampa perfecta. Y sus amigos, en su lealtad y su desesperación, habían mordido el anzuelo. La guerra personal entre ellos ahora tenía cómplices y rehenes. Y Dayana sabía que cada movimiento suyo, cada acto de rebeldía, tendría consecuencias para todos.
pienso que de poder rechazarlo lo puede hacer ,pero temo por la vida de su loba Akira y por la misma Dayanna porque tal vez no resista al rechazo pero siento que si ella es una loba de rango superior puede resistir cualquier cosa de parte de Lycas....