¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
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Descodificando el error
El escalofrío recorre mi abdomen y rompe mis ganas de seguir viviendo. O sea, la guardiana está mirándome muy atentamente, extrañada y a la vez furiosa, con la mano en lo que supongo es un palo para los golpes, muy parecido a los que usan los policías ingleses. Vale, no sé cómo se llaman, pero en este preciso instante lo único que me importa es salir corriendo.
—¿Quién eres? —pregunta, balanceándose. Parece que el gas está haciendo efecto en sus sentidos.
Por suerte, aparta su mano del palo y ya no tiene intenciones de cogerlo porque le cuesta mantener el equilibrio, y para darle un soporte a sus pies se aferra a mi cuerpo desde mis hombros. El radiotransmisor sigue titilando, mientras la voz no tan calmada de Héctor busca algún rastro de mi eficiencia:
—¿Qué pasa? ¿Ya la neutralizaste? Cambio.
—Tu caja habla... —la guardiana de los sueños contenidos balbucea en mi hombro. Pesa igual que los elefantes, así que tengo que esforzarme mucho para no caer de culo— jajajaja ¡las cajas no hablan! —repite con toda convicción—. Pero la tuya está hablando. ¿También canta? Me gusta que las cajas canten.
—¡Habla error! —Héctor sigue preocupado, seguramente Asha le está diciendo: te lo dije, lo va a arruinar todo— ¿Ya la neutralizaste? Cambio.
No puedo responderle, tengo la mano perdida entre la panza de la guardiana que se oprime contra mi abdomen. Siento que en algún instante me fallarán las piernas.
—Te pareces a ese tío del comercial de los calzones —ella se columpia desde mi cuello, y yo me lanzo para atrás. ¡Demonios! Esta gorda terminará o matándome con el palo o matándome con su peso. Me ve a los ojos y sonríe, y creo que quiere besarme—. ¿Cómo se llama ese tío? El que está bien sexy... No me digas que estás aquí para llevarme contigo. Dime que soy hermosa, que soy tu bolita de algodón.
¿¡Qué hago!? ¡Y en el peor momento me parezco a un chaval que hace comerciales de calzoncillos! Tal vez tenga la orientación de gustarles a las viejas, porque vaya que no me dejan tranquilo. Lo bueno es que la guardiana está fuera de sus cabales y puedo empujarla, vale, suavemente, por supuesto, si es que su peso me lo permite.
—¿Soy tu bolita de algodón? —pregunta sonriendo, tratando de llegar a mis labios.
—Sí, —respondo, y entonces ella comienza a manosearme, y juro que quiere tocarme las nalgas.
Intento alejarme, pero ella no se rinde en sus intenciones de llevar mis labios al infierno. Paso debajo de sus enormes senos y su panza de Santa Claus, y me estiro hacia atrás. Bien, ya no me aprieta, pero empieza a perseguirme. Corremos alrededor del espacio pequeño, ella hacia atrás y yo en frente.
—Bésame mi hombre de los calzoncillos favoritos —ella jadea y parece que no puede correr más, entonces comienza a lanzarme besos para luego ponerse a llorar—. Lo sabía... solo intentas lastimarme —se estira sobre el suelo como una sábana de muchas toneladas— Lo sabía, lo sabía... hombre no es gente —y finalmente se pone a roncar.
Uy, eso estuvo cerca. El corazón aún explota contra mi pecho y siendo honesto, creo que hasta se va a escapar por mi cabeza. Me acerco a la guardiana y la estremezco; necesito saber si está dormida de verdad. Y sí, está bien rendida. Aprovecho la oportunidad para tomar el radiotransmisor y contestarle a Héctor.
—Está neutralizada. Cambio —no saben cuanta alegría me da decirlo.
—Por un momento pensé que el neutralizado eras tú —Héctor parece aliviado—. Ahora bien, es hora de que descodifiques el error.
—Se te olvido decir cambio —qué maravilloso se siente corregir a alguien que comete el mismo error que tú cometiste—. Dilo, de lo contrario, tu mensaje no será atendido. Cambio.
—Es hora de que descodifiques el error. Cambio —repite. Por el tono de su voz, creo que el moreno está sonriendo.
—Espero indicaciones. Cambio.
—¿Ves la cabina de pantallas? Necesito que te acerques. Cambio.
—Listo. Cambio.
—Hallarás un escritorio, a pocos pasos encontrarás un cajón pegado a la pared. Ábrelo y dame la señal. Cambio.
Es cierto, a un lado se encuentra un cajón con una calcomanía de rayo justo en el centro, y unas palabras que dicen "¡PELIGRO!". No soy un genio, pero juraría que es una caja eléctrica. La destornillo y para mi sorpresa, hay un montón de cables rojos conectados a otras cajas más pequeñas...
¡Odio el color rojo!
—Hay un montón de cables —notifico al moreno—. Cambio.
—Cada uno de esos cables te indica una cámara distinta. La caja que está frente a ti es la que rige el sistema electrónico de todas las pantallas. Necesito que desconectes un conjunto de cables y conectes otros. ¿Puedes hacerlo? Cambio.
— Creo. Cambio —respondo.
—¿Crees? Necesito un sí o un no. Cambio —él quiere estar seguro.
—Sí, sí puedo. Cambio.
—Esa respuesta está mejor. Verás, en cada conexión notarás una inscripción diferente, todas denotadas con la letra C. C1, C2, C3, C4... y así. La letra indica el sensor, y el número la posición de la pantalla. ¿Comprendes? Cambio.
Realmente no, pero Héctor no quiere un "no" como respuesta, así que, como todo mal estudiante, me toca decir sí a todo solo para después volverme loco intentando descifrar todo por mí propia cuenta.
—Sí, lo entiendo. Cambio —qué mal se siente mentir. Me conduelo de pinocho; al menos a mí no me crece la nariz.
—Bien, necesitas ubicar una pantalla dónde se observa un portón resguardado con alambres electrificados. Guíate por las pantallas del estacionamiento. Cambio.
Vale, son como veinte pantallas unidas, una al lado de la otra. Las recorro cuidadosamente mientras la guardiana ronca en mis pies, que, sorpresivamente, los usa como almohadas. Busco portones, pero solo veo pasillos, pasillos, el estacionamiento y más pasillos, todos iguales de solitarios.
—¿Lograste hallar la pantalla? Cambio.
No respondo porque vale, prefiero que se queden con la incertidumbre a enojarlos con mi respuesta. Repito el recorrido, en líneas verticales y horizontales, una y otra vez. Me fijo en la pantalla del estacionamiento, y comienzo a buscar alrededor de su perímetro. ¡Eureka! Al fin encuentro el portón. Está en lo que parece ser un punto ciego del edificio.
—Lo encontré, cambio —doy señales de mi hallazgo.
—Vale, necesito que ahora identifiques el número de la denotación a la que le pertenece esa pantalla. Generalmente, el conteo se comienza desde la esquina lateral derecha, la superior. Haz el conteo a partir del punto que te mencioné. De arriba abajo, siempre hacia la izquierda. Cuando termine la fila, sigue la secuencia con las pantallas de abajo. Cambio.
De acuerdo, sigo sin entender. Me raspo el cuero cabelludo buscando alguna reacción de mi cerebro. ¿Cómo qué conteo? Es decir... ah, quizás se refiere a la denotación con las "C" y los números. Entonces, la primera pantalla de la esquina superior derecha sería C1, al lado está la C2, y luego la C3 y así hasta llegar a C6, donde termina la fila.
Debo seguir la secuencia con las filas de abajo, por lo que bajo C1 está C7, bajo C2 está C8 y bajo C3 está C9. Y repitiendo el mismo orden puedo saber cuál es exactamente la denotación de la pantalla del portón. Solo debo contar en desde el punto original de seis en seis hasta su ubicación, parece confusamente sencillo.
A ver, la fila donde está la pantalla es la número cuatro, es decir, el contento inicia en C4 y termina en la columna tres. Okay, entonces si a C4 le sumo seis, sería C10, más seis más serían... mis dedos me ayudan porque nunca se me dieron tan bien las matemáticas. Entonces de C10 correría el C16. ¡Ay, pero qué tonto! ¿Por qué se me complica tanto?
C16 es la denotación que Héctor requiere si es que mi secuencia no es errónea. Y por el amor a todos los grandes matemáticos, espero no estar equivocado.
—Encontré la denotación —aviso—. Es C16. Cambio.
—Vale, ahora corta todos los cables de ese punto y los del punto anterior, y luego los vuelves a conectar con cinta adhesiva. La energía eléctrica se esfumará por dos minutos, ese es tu cronómetro. Hazlo antes del dos o morirás electrocutado. Cambio.
Y luego todo queda a oscuras. Rayos. Busco la linterna en el cinturón que aún está en el suelo. No veo nada, y creo que en lugar del cinturón estoy tocando a la gorda. Sigo rastreando y me topo con toda clase de cosas. La pinza: está bien, la necesitaré. El spray: no, no lo necesito. La cinta adhesiva: sí, por supuesto. El contorno cilíndrico de la linterna en mi mano pone mi universo más tranquilo. Enciendo su luz y apunto al cajón.
Vuelvo a ubicarme en C4 y bajo entre C10 y C16. Tomo las pinzas y comienzo a picar los cables, que por fortuna son rojos. O sea, al menos estoy picando jodidos cables rojos; espero que no se desquiten de mí cuando vuelva la electricidad. Con la cinta adhesiva los vuelvo a conectar, no sé en qué orden pero los uno. Por fortuna, la energía vuelve cuando termino el proceso de corte y empate.
—Ahora fíjate en las pantallas —ordena Héctor—. Notarás una diferencia. Reportala en cuanto la veas. Cambio.
Me fijo; sin embargo, las pantallas siguen en negro, con esa peculiar espiral que gira cuando se está cargando la imagen de un video. Espero, y sí, hay una diferencia muy grande. En el C16 dónde antes había un portón, ahora hay otro pasillo, y si mi intelecto no me falla, debe ser el correspondiente al C10. En pocas palabras, la grabación del mismo pasillo se repite en dos pantallas diferentes.
—Sí, puedo ver a lo que te refieres. En C16 hay un pasillo —anuncio aliviado, al menos no me equivoqué con respecto a la secuencia—. No puedo ver el portón. Cambio.
—Ni lo verás —confirma Héctor— Felicidades, has descodificado el error. Cambio.
¡Guao! Así que el error no era yo después de todo, o tal vez sí lo era, pero debía corregir otro error para dejar de serlo.
—¿Puedo volver ahora? Cambio —estoy esperando que me lo confirmen, pues quiero salir antes de que la vigilante despierte o intente besarme.
—Vuelve a donde ahora si importas. Cambio y fuera —aprueba el moreno.
Qué bien se siente escuchar que le importas a alguien.
—Hecho. Cambio y fuera.
Es obvio que el "cambio y fuera" avisa que culmina la radiotransmisión. Por suerte sigo con vida, la guardiana está dormida como un muy gordo bebé, y logré hacer una trampa en las pantallas de vigilancia. Suspiro y me dejo caer al suelo, y uso a la gorda como almohada. Merezco un pequeño descanso después de todo, porque posiblemente a partir de ahora, eso de descansar ya no aparecerá más en mi calendario.