Hace años, Ilán le mintió a su exmarido, Damon, diciéndole que el bebé que había dado a luz había muerto. Lo hizo por la profunda decepción que sentía hacia él, quien lo había abandonado en el momento más vulnerable, cuando estaba a punto de dar a luz.
Ahora, Ilán se ve obligado a enfrentarse nuevamente a Damon, ya que su hijo/a necesita desesperadamente un donante de médula ósea.
¿Cómo reaccionará Damon al descubrir que su hijo/a sigue vivo y está gravemente enfermo debido a la enfermedad que padece?
—Cásate conmigo otra vez, Ilán —dijo Damon, su voz impregnada de autoridad, mientras las feromonas alfa llenaban la habitación, abrumando a Ilán con una mezcla de tensión y deseo reprimido.
—Acepto... —respondió Ilán, conteniendo la respuesta instintiva de su cuerpo al poder que emanaba Damon—, pero después de que quede embarazado y dé a luz, nos separaremos.
El aire cargado de feromonas hizo que la atmósfera se volviera insoportable, incrementando la tensión entre ambos...
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17
—¿Por qué te quedas callado? —desafió Damon, una sonrisa cargada de arrogancia curvándose en sus labios, mientras su tono era tan afilado como el filo de un cuchillo—. ¿Te enojas porque quiero a nuestros hijos después del divorcio?
El aire entre ellos se tensó, denso por el peso de aquellas palabras. Ilán sintió un nudo formarse en su pecho, sus manos temblando de ira contenida. Sus ojos, normalmente tranquilos, ahora brillaban con una mezcla de furia y dolor.
—¡Tú...! —apuntó a Damon con el dedo, sus ojos clavados en los del alfa, como si pudiera perforarlo con la mirada.
El olor de las feromonas de Ilán, cargadas de frustración y enojo, inundó la habitación, haciendo más palpable la tensión. Ilán no podía creer la desfachatez de Damon. Ese hombre, ese alfa arrogante, estaba cambiando sin más los términos de su acuerdo, exigiendo quedarse con Gio como si fuera un simple objeto.
—¡Debes recordar el acuerdo! —exclamó Ilán, su voz temblando entre la rabia y la desesperación—. Después de que nazca el bebé, nos separaremos, y puedes llevarte al recién nacido, pero Gio se queda conmigo.
—¿Qué? —la incredulidad se reflejó en el rostro de Damon, su expresión endurecida por la sorpresa.
Sacudió la cabeza, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. El aroma dominante de las feromonas de Damon, mezcla de confusión y deseo reprimido, llenó el ambiente. ¿Cómo podía Ilán hablar con tanta frialdad? ¿Tan fácilmente estaba dispuesto a entregarle al bebé que ni siquiera habían concebido aún? Damon sintió un nudo en el estómago, una sensación amarga al darse cuenta de que el desprecio de Ilán hacia él era tan grande que ni siquiera quería al hijo que pronto crecería en su vientre.
—Así que, hazlo de una vez —continuó Ilán, sus palabras frías como el hielo, pero con un temblor que revelaba el agotamiento emocional que sentía—. Embarázame rápido porque no quiero perder más tiempo solo para...
Las palabras de Ilán quedaron atrapadas en su garganta cuando Damon lo calló abruptamente, aplastando sus labios contra los suyos en un beso feroz, sin compasión ni ternura. Damon lo empujó sobre la cama con una fuerza implacable, su agarre firme, sin rastro alguno de gentileza. El colchón crujió bajo el peso de ambos, mientras el aire en la habitación se volvía sofocante, cargado con el aroma embriagante de sus feromonas en pleno descontrol.
El calor del alfa era palpable, su piel irradiaba una intensidad casi febril, pero no había amor en sus caricias. Solo una necesidad cruda y bestial que consumía a Damon desde adentro, sus manos recorriendo el cuerpo de Ilán con una urgencia implacable. El acto que en otras circunstancias podría haber sido un momento de conexión íntima entre una pareja, ahora no era más que un intercambio febril de cuerpos, un ciclo de sudor y deseo sofocante. Ilán sentía cómo la semilla de Damon llenaba su cuerpo, el calor invadiendo su vientre, pero en su corazón, todo se sentía vacío.
Cuando el agotador acto finalmente terminó, Damon se levantó sin decir una palabra, apartándose bruscamente. El frío que dejó en la cama fue inmediato. Ilán, aún desnudo, se envolvió en la sábana que apenas cubría su piel perlada de sudor, el silencio opresivo llenando el cuarto.
—Sí, así es mejor, Damon —murmuró Ilán para sí mismo, sus ojos fijos en el techo, mientras la amargura se extendía como una sombra sobre su corazón—. No debe haber amor entre nosotros, especialmente de mi parte. No quiero volver a ser herido por amarte.
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Después de aquella ardiente mañana, la relación entre Damon e Ilán volvió a su habitual estado de frialdad, una capa de hielo que cubría cada interacción entre ellos. Intercambiaban solo las palabras necesarias, y solo frente a Gio, como si todo lo demás fuera irrelevante. Las noches, lejos de ser momentos de intimidad, eran ahora una simple obligación, una rutina mecánica destinada a cumplir el único propósito de que Ilán quedara embarazado.
Tan pronto como terminaban, ambos se daban la espalda en la cama, el peso del silencio llenando el espacio entre ellos. Ninguno se atrevía a romper esa barrera invisible que los mantenía separados. No había conversaciones nocturnas, ni palabras suaves intercambiadas bajo las sábanas, como lo haría una pareja normal. Solo quedaba la distancia.
Esa mañana no fue diferente. Damon, Ilán y su hijo Gio estaban sentados a la mesa del comedor, el sonido de los cubiertos chocando contra los platos siendo el único ruido que rompía el incómodo silencio. La atmósfera forzada de cordialidad era palpable, un intento débil de mantener una fachada de normalidad por el bien de Gio, quien, ajeno a la tensión entre sus padres, solo buscaba un momento de paz.
—Papi, ¿puedo volver a la escuela? —preguntó Gio, su voz llena de una esperanza infantil que rompió el silencio como un eco en la sala.
El pequeño alfa estaba cansado de pasar tantos días encerrado en casa. Aunque vivían en una mansión enorme, donde no faltaba nada material, Gio se sentía solo. Damon pasaba largas horas en la oficina, mientras Ilán se encargaba de la pastelería, y aunque ambos se preocupaban por él, el niño extrañaba el bullicio de la escuela, a sus amigos y los juegos despreocupados.
Damon alzó la mirada y la dirigió a Ilán, esperando que fuera él quien respondiera a la súplica de su hijo. Sabía que Gio necesitaba volver a la escuela, necesitaba esa normalidad que le habían arrebatado, pero también temía que el frágil estado de salud de su hijo pudiera empeorar si se forzaba demasiado.
—Cariño, podrás volver a la escuela cuando te sientas mejor —dijo Ilán, su voz suave, aunque cargada de preocupación.
Sabía cuánto anhelaba Gio volver a la rutina de las clases, pero también entendía el peligro que eso suponía. Gio había estado inscrito en el jardín de infancia antes de que su vida se viera abruptamente interrumpida por la leucemia mieloide que le diagnosticaron, una sombra oscura que había cambiado todo.
—¿Cuándo me sentiré mejor? —preguntó Gio, su voz temblorosa y triste, mientras jugaba distraídamente con la cuchara en su plato.
Sabía que su cuerpo no era el mismo. Se cansaba fácilmente, y las visitas al hospital eran tan comunes como los días soleados. Las medicinas y los tratamientos formaban parte de su vida diaria, y aunque intentaba ser fuerte, el dolor y la fatiga a veces lo superaban.
Ilán y Damon intercambiaron una mirada silenciosa, la tristeza reflejada en los ojos de ambos. Ninguno de los dos tenía una respuesta que no partiera el corazón de su hijo, así que, en lugar de responder, Damon tomó una decisión. Aquel día, llegaría tarde al trabajo. Decidió que llevaría a Gio a jugar un rato, aunque solo fuera por unos momentos, para que pudiera olvidarse, aunque fuera brevemente, de la enfermedad que lo ataba.
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