¡A menos que un milagro salve nuestro matrimonio y nuestro futuro del colapso! Con cualquiera de las opciones, terminaré con el corazón roto. Decírselo y arriesgarme a perderlo. O mantener mi secreto y aún así perderlo. Él está centrado en su trabajo y no quiere complicaciones. Antonio nunca amaría este hijo nunca. Me dejó. Solo éramos nosotros dos, pero Antonio rompió la única regla que nos impedía estar juntos. Todo fue diversión y juegos hasta que estuvimos caminando de la mano por las calles de Europa. Ese hombre también es mi jefe Antonio, pensó que sería divertido ir a Europa y casarse. Se me ocurrió casarme por contrato falso, con un hombre que está comprometido con su trabajo.
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PLACER Y MÁS PLACER
Ambar Punto de Vista
Antonio se comportaba de forma extraña, pero tal vez era porque me estaba metiendo demasiado en lo personal, sobre todo en lo referente a su vida amorosa. Decidí ignorarlo y disfrutar de este viaje único en la vida.
Disfruté de la piscina usando el elegante traje de baño que hacía que mi cuerpo se viera bastante bien, no es que Antonio lo hubiese notado, ya que se había metido adentro. Después de nadar un poco, salí, me tumbé en una de las tumbonas y decidí hacer una videollamada a Melissa. Intenté configurar la llamada para que ella pudiera ver el coliseo que estaba detrás de mí.
—Dios mío, ¿eso es el coliseo de Roma? —Sí, se había dado cuenta.
—Lo es. El señor Len ha organizado una semana de luna de miel en Europa para nosotros. Ahora estamos en Roma. —Ella sonrió.
—Entonces, ¿cómo es la falsa vida de casados?
—Está bien. Lo mismo, en realidad. No es muy diferente. —Ella no necesitaba saber que había besado a mi jefe, o en realidad, que él me besó y luego yo le devolví el beso.
—Estás ocultando algo. Me doy cuenta.
—No, no lo hago. Estás siendo demasiado dramática. Los tipos artísticos sois así —dije, esperando haber sido eficaz a la hora de ocultar mi engaño—. ¿Has recibido mis fotos del David que te envié por mensaje?
Suspiró con nostalgia.
—¿Era increíble en persona?
—Sí. Y tienes razón, sus manos parecen desproporcionadas.
—¿Y la comida también es maravillosa? Italia tiene que ser el mejor lugar para todo... arte, comida, vino.
—Sí, está muy buena. —Me sentí culpable por estar aquí cuando ella lo apreciaría todo mucho más que yo. Nunca había envidiado a Antonio y su familia por su riqueza. Se la habían ganado. Pero ahora mismo, no me parecía justo que Melissa nunca pudiera venir a Italia, y si yo no estuviera aquí, Antonio ni siquiera se daría cuenta de que estaba en Italia. Tenía el mundo a sus pies, pero no apreciaba ni saboreaba lo que su dinero podía aportarle. Parecía un desperdicio.
—¿Y tu jefe? ¿Se está comportando? —Resoplé.
—Sí.
—Y tú, ¿te estás comportando?
—Sí. —Al final, él y yo somos profesionales. Diablos, si no hubiera sido por este asunto de la falsa boda, probablemente nunca me hubiera fijado en él de una manera sexual. Una vez que todo estuviera dicho y hecho, volveríamos a ser como antes. El sol desaparecía por el horizonte.
—Oye Melissa, tengo que irme. ¿Va todo bien por allí?
—Sí. Todo va bien.
—Estaré en casa en una semana. Te avisaré cuando tenga los detalles.
—Diviértete,. —Había un brillo en sus ojos que sugería que pensaba que debía acostarme con mi jefe. Pero era mejor que no lo hiciera. De hecho, probablemente tampoco debería imaginarlo cuando me tocara.
Esa noche, un chófer nos llevó a un diminuto restaurante escondido en una estrecha calle romana. El comedor era pequeño y estaba lleno de gente. Debía de haber gente de la zona, porque también había mucho ruido, con conversaciones animadas. Nos dieron una mesa en la parte de atrás que permitía cierta intimidad.
—Soy Umberto Belluci, el propietario de este ristorante. El señor Len me ha pedido que los atienda bien. Me ha sugerido el menú para ustedes. ¿Lo preparo yo o prefieren elegirlo ustedes mismos?
—Nos quedaremos con lo que ha sugerido el signor Len —dijo Antonio. Asentí con la cabeza.
—Muy bien. Empezaremos con el aperitivo.
Nos trajo un vino burbujeante y queso para empezar. Cuando lo terminamos, trajo vino normal y antipasti.
—Me encanta el prosciutto —dije, tomando una rebanada.
—Está muy bueno con el melone —dijo el señor Belluci.
—¿De verdad? —Nunca había comido carne con mi melón. Asintió con la cabeza, instándome a probarlo. Tenía razón, lo dulce y lo salado, lo seco y lo jugoso, funcionaban bien juntos.
El siguiente plato lo llamó primi, y supuse que era nuestra comida principal, ya que era pasta con una deliciosa salsa roja.
—¿Cómo se mantienen los italianos tan delgados con tantos carbohidratos? Pan, pasta… —pregunté usando mi pan para absorber la salsa roja, como había visto que hacían otros clientes.
No lo sé. Quizá sea por todo el vino que beben. —Antonio sirvió más de dicho vino en cada uno de nuestros vasos.
—O por caminar. Parece que caminan mucho más que nosotros.
El señor Belluci regresó con un camarero que se llevó nuestros platos.
—¿Están listos para el secondi?
—¿Secondi? —Me quedé boquiabierta—. ¿Cuántos platos hay?
—Tenemos Vitello ai Funghi, que es ternera con salsa de setas.
—Suena delicioso —dijo Antonio. Sonrió divertido, seguro que a causa de mi reacción.
—También tenemos verduras asadas con glaseado balsámico como contorni.
—¿Contorni?
—Creo que lo llaman guarnición —dijo el señor Belluci.
Y realmente era una guarnición, ya que venía en un plato diferente al de la ternera en salsa de setas.
—Me siento tan lujosa —dije, gimiendo de placer, mientras probaba la comida. En San Diego comíamos bien, pero no esto. Al menos, nada que yo hubiese probado.
—Los italianos tienen pasión por todas las partes primarias de la vida; la comida, la bebida, el sexo. —El comentario de Antonio me hizo mirarlo. Me sorprendió que mencionara el sexo—. Es un país sensual —terminó, sirviéndome más vino.
Lo observé durante unos segundos por encima de la mesa iluminada por las velas. Tal vez fuera por la deliciosa, y sí, sensual comida, o tal vez fuera el vino. Fuera lo que fuera, me quedé prendada de lo guapo, dulce y sexy que era. Era difícil no dejarse llevar por el ambiente y nuestro falso matrimonio.
—¿Es la italiana tu comida favorita? —le pregunté.
—Es difícil tener una favorita. En Italia es fantástica, pero no sé si he comido un italiano tan bueno en mi país.
—Comida mexicana. Tenemos muy buena comida mexicana.
Se rio.
—Sí, la tenemos. Tenemos la suerte de estar tan cerca de la frontera por eso mismo —Alargó la mano y me limpió la comisura de la boca con el pulgar. En el momento en que su cálido pulgar me tocó, los dos nos quedamos paralizados.
—Lo siento. —Se retiró—. Tienes un poco de salsa...
Utilicé la lengua para lamer la comisura de la boca. Sus ojos brillaron con un calor que me hizo tragar con fuerza. Parecía que me quería para el siguiente plato. Diablos, yo lo quería para el siguiente plato.
—La insalata es lo siguiente —dijo el señor Belluci cuando el camarero se llevó nuestros platos.
—¿Cuántos platos hay? —Volví a preguntar. Me estaba llenando.
—Insalata. Luego tenemos formaggi e frutta, y después dolce, caffe, y finalmente digestivo. —Santo cielo—. El señor Len quiere que tengan la experiencia completa de la comida italiana. Están en su luna de miel, ¿no?
—Sí —dijo Antonio, con la mandíbula un poco tensa. Me fastidió que la idea de que estuviéramos de luna de miel pareciera molestarle—. La comida está deliciosa. Muchas gracias por hacer esto por nosotros.
—Es un placer servirle, Signor Hershey.
Hice lo mejor que pude para comerme la insalata y el formaggi e frutta. Pero el postre, bueno, todas las apuestas estaban fuera con eso.
—He comido helado en casa, pero apuesto a que es mejor aquí —dije cuando el señor Belluci dijo que traería tanto helado como tiramisú.
—Seguro que sí —dijo Antonio, mientras daba un sorbo a su vino. Había perdido la cuenta de la cantidad de vino que habíamos tomado. Parecía que cada plato tenía su propia selección de vinos.
—¿Supones que es mejor porque estamos aquí o es realmente mejor? —pregunté.
Sus cejas se juntaron como si no estuviera seguro de lo que estaba preguntando.
—Imagino que son ambas cosas. La fuente es casi siempre la mejor, y por supuesto, el ambiente juega a favor del disfrute.
—Me sorprende que entiendas de eso —dije antes de poder pensar en mis palabras.
—¿Sigues pensando que soy un autómata? —Maldita sea. Tenía que dejar de beber el vino.
—No. Pero estás tan concentrado en el trabajo que a veces me sorprende ver que también te paras a oler las rosas.
Bajó la mirada, sus dedos jugaban con el tallo de su copa de vino.
—Estamos en Roma...
Al menos, se permitía disfrutar del momento.
Cuando terminamos y volvimos al apartamento, fui directa a mi habitación y me puse el traje de baño. Esta vez, no me molesté en ponerme una bata porque pensé que no importaba. Antonio se iría directo a la cocina, no me acompañaría, estaba segura, así que no tenía que preocuparme por si le molestaba.
—Voy a nadar.
Dejó de aflojarse la corbata cuando me vio. Su mirada recorrió mi cuerpo y traté de no estremecerme.
—¿Puedo acompañarte?
Giré la cabeza y vi a Antonio.
—Claro. —Me di la vuelta para contemplar la vista, sin querer arriesgarme a saltar sobre él.
Oí el chapoteo y, segundos después, su cabeza asomó junto a mí. Sacudió la cabeza, salpicándome de agua.
—Oh, lo siento —dijo con una sonrisa que sugería que no lo sentía. Le devolví el chapuzón.
—Oh, lo siento.
Sus ojos brillaron con picardía mientras me salpicaba de nuevo. Me defendí intentando hundirlo bajo el agua. Él respondió agarrándome por la cintura. Antes de que me diera cuenta, nuestros labios estaban enredados en un beso apasionado que hizo que mi piel se calentara y mis músculos se fundieran con él.
—Probablemente no deberíamos hacer esto —murmuró mientras me besaba la mandíbula y el cuello. Su otra mano empezó a subir por mi cintura deteniéndose cerca de mi pecho. Quería gritar para que me tocara.
—Oh... —gruñó y se puso de pie, conmigo todavía agarrándolo de la cintura.
—¿Qué estás haciendo?
—Necesitamos una cama. —Me llevó, empapada, al apartamento y al dormitorio principal que había ocupado cuando llegamos—. No he terminado.... ¿Es eso un problema?
—En absoluto. —Yo tampoco había terminado con él. Lo único que me preocupaba era si terminaría o no con él cuando volviéramos a casa, porque cada momento que pasaba con él, y ahora cada vez que me tocaba, me hacía desearlo más.