Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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6. El esposo contundente
...EMILIANA:...
Entendía, era mi culpa que Lord Sebastian pusiera un muro con límites claros. Yo no debí actuar de ese modo, fui egoísta y no pensé en que eso pudiera desagradar a mi esposo, porque a pesar de que no quise ese matrimonio, Lord Sebastian era mi esposo y cuando por fin acepté mi destino, él me dio un merecido rechazo.
Era firme y decidido, lucía calmado, incluso suave, pero era rotundo y sabía que no habría forma de hacerle cambiar de opinión.
No me gustaba la idea de tener un matrimonio superficial, solo por apariencia, tampoco quería sentirme sola el resto de mi vida. Tal vez Lord Sebastian tomaría una amante, una vez escuché a un grupo de mujeres en una plaza, hablando sobre hombres nobles, decían que nunca eran fieles y que solían buscar amantes, porque sus esposas no podían satisfacer sus necesidades e incluso que algunas estaban de acuerdo porque era mejor para ellas.
¿Qué necesidades tenían los hombres que una esposa no podía cumplir?
No sabía a que se referían en su totalidad, recuerdo que se lo conté a Eleana y ella tampoco comprendió, luego acudí a mi hermano y él casi pega un grito, diciendo que esa no eran cosas que una señorita debía saber.
No tenía idea si mi hermano acudía a amantes, él era extraño, casi siempre estaba huyendo de las señoritas y pasaba su tiempo con otros caballeros.
Lean era atractivo, pero no era como los caballeros que se me acercaron a la celebración.
Lord Sebastian debía tener amantes, al igual que mi hermano era un hombre muy guapo, hermoso y con un aire serio que era llamativo.
Él seguramente podía conquistar a cualquier mujer.
Recordé esa cosa grande y larga, me sonrojé nuevamente y coloqué el libro que estaba leyendo sobre mi pecho.
Traté de analizar o comprender como eso podía unirme a él, hipotéticamente, ya que fue más que claro que no pasaría nada entre los dos.
¿Usted no se ha tocado?
¿Tocarme? ¿Qué quiso decir con eso?
Fruncí el ceño, observando hacia el techo.
Sí él tenía esa protuberancia debajo de su abdomen, yo...
Bajé mi mano debajo de mi abdomen, por encima de la tela de la bata y la aparté enseguida.
Mis partes eran muy diferentes, por supuesto. Solo reparara en ello cuando me aseaba, supuse siempre que era para hacer mis necesidades y la molestia del ciclo, en realidad ni siquiera tenía idea de porque pasaba eso.
Cuando manché por primera vez, mi madre solo comentó que ya era una mujer.
Bajé mi mano y la introduje dentro de la bata.
Me palpe, había vellos, pero también una piel suave debajo.
No quise continuar por miedo, sentí un extraño calor allí cuando volvió a mi mente lo largo y grande de mi esposo.
Decidí dormir, sacudiendo esos pensamientos. Queriendo borrar la curiosidad en mi mente tan ignorante.
Coloqué el libro sobre la mesita y apagué la lámpara de queroseno.
Me acosté de lado.
Y pensar que Dorian y Eleana seguramente si consumaron el matrimonio. Aún sentía rabia y dolor, pero ya no había forma de volver atrás, a Dorian ni siquiera le importó que yo me hubiese casado, la culpa no era solo de mi hermana, pero seguía doliendo más el que ella me traicionara y se casara con el hombre que yo quería como esposo.
Mi hermano tenía razón, Dorian no era un buen hombre y es algo que tomé a la ligera desde un principio, solo por mi ilusión de casarme.
...****************...
El día amaneció lluvioso a la mañana siguiente, así que me levanté más tarde. La doncella se presentó para ayudarme a vestirme y peinarme, me recogió todo el cabello, dejando mi cuello al descubierto.
Llevaba un vestido color salmón y aretes pequeños.
Decidí comer en la habitación debido al la lluvia y luego bajé las escaleras para seguir organizando la casa.
Paseé por la cocina a saludar a los cocineros, también por algunos espacios.
Había un retrato en la pared del pasillo principal.
Era de Sebastian, de pie, con expresión seria y un traje sobrio.
Entré en la biblioteca y me sorprendí al hallarlo en una de las mesas, escribiendo con una pluma.
Levantó su vista debido al ruido de la puerta.
Sus ojos azules se clavaron en mí y por primera vez me sentí nerviosa, incluso tenía el estómago revuelto.
— Lo siento... No quise molestar... pensé que la biblioteca estaba vacía...
— Descuide, esta también es su casa, puede entrar a buscar lo que desee — Dijo y luego volvió su vista a la hoja en la mesa, untando su pluma con tinta.
Cerré la puerta y caminé hacia los estantes.
Estaba buscando algunas partituras para tocar el piano que se hallaba en el salón de té, me encantaba tocar, pero no sabía donde guardaban las partituras, en el salón no estaban.
Busqué por títulos y al fin hallé libros sobre música, pasé hojas y hojas.
Unos pasos se oyeron y me tensé cuando Lord Sebastian apareció por el pasillo.
Pasó a un lado sin observarme.
Era cruel, me estaba empezando a molestar que me tratase a duras penas.
Se detuvo a unos metros.
Su altura era impresionante, podía alcanzar los libros de la última fila de arriba.
Tenía las mangas de la camisa recogida, sus brazos tenían vellos y sus manos eran grandes, las observé, sosteniendo el libro y paseando sus dedos por las páginas.
Su expresión se suavizó un poco cuando se quedó leyendo.
Seguí buscando un libro, indecisa.
— ¿Qué está buscando?
Me sobresalté ante la voz que se oyó cerca.
Sebastian estaba a unos pocos metros.
— Partituras — Dije, un poco tímida.
— ¿De qué?
— De piano.
— ¿Usted toca? — Preguntó y despegué mi vista de los estantes.
— Lo intento, quisiera practicar con el piano del salón.
Empezó a buscar, estiró su mano a la fila de arriba y me tensé cuando su postura se enderezó más.
Bajé mi mirada a los músculos que se marcaban por debajo de la camisa.
Mis mejillas ardían cuando me tendió un libro grueso.
— Hay muchas composiciones reconocidas.
Lo tomé, evitando sus dedos.
— Gracias.
Sebastian caminó de vuelta hacia la mesa.
Abracé el libro, con el corazón acelerado.
Volví a la entrada, él estaba nuevamente concentrado en lo suyo.
Me quedé un momento de pie, sin saber si marcharme o quedarme.
Los hombros se le tensaron y elevó su mirada, me tensé.
— ¿Se le ofrece algo más?
— No... Yo...
Me evaluó y guardé silencio.
— ¿Yo qué? — Volvió a la escritura.
— ¿Usted tiene amantes?
La pluma se detuvo y su postura se tensó.
Elevó su rostro hacia mí.
— ¿Por qué quiere saber algo así?
— Porque es normal que los hombres tengan amantes y más los que están casados.
Su expresión se llenó de curiosidad.
— ¿De dónde sacó eso? — Su cabello liso y despeinado empezaba a llamar mucho mi atención, me imaginaba tocando los mechones.
Me sonrojé — Lo escuché.
Apretó su mandíbula — ¿Tendría algún problema si tengo?
Me arrepentí de preguntar.
Sentí un sabor amargo.
— ¿Tiene amantes?
— No es algo que deba saber una esposa.
— Pero, si tendremos solo un matrimonio superficial entonces no veo problema en que me diga — Dije, acercándome a la mesa — También escuché que algunas esposas lo permiten.
Se encogió de hombros — Sigue siendo mi esposa aunque sea solo de título ¿Usted quiere que tenga amantes?
— Dígame ¿Tiene amantes?
— ¿Tiene algún problema con que tenga? — Repitió su pregunta, sin querer ceder.
— Sigo siendo su esposa y me juró fidelidad ante el altar.
— Muchos los hacen, pocos lo cumplen — Dijo, de forma cruel, era tan duro conmigo ¿Sería así siempre?
— Eso significa que si tiene.
— Usted y yo no tendremos intimidad, así que yo tengo que satisfacer mis necesidades en otra parte.
Otra vez esas palabras que no comprendía. No me gustaba como sonaba eso, no quería que acudiera a otra mujer, para eso me tenía a mí, pero nunca iba a tocarme.
—¿Las esposas no pueden satisfacer las necesidades de sus esposos?
Sus ojos se oscurecieron y músculo de su mandíbula se movió.
— No tiene idea de lo que dice.
— Si nadie me explica nunca entenderé.
— Mejor dedique su tiempo al piano — Dijo, volviendo su atención a la hoja.
— ¿Y las esposas no pueden tener amantes?
— No — Apretó sus puños.
— ¿Por qué los esposos sí y las esposas no?
— Si quiere tener amantes, no podrá, no está desflorada y eso causaría un escándalo, puede aplastar mi reputación y yo caería en deshonor, lo que sucede en este matrimonio no lo puede saber nadie — Gruñó, encajando su mirada en mí.
— No estoy diciendo que yo vaya a tomar un amante, solo es una pregunta.
— Déjese de preguntas y vaya a tocar piano — Se irritó y no comprendí el motivo.
— ¿Qué es esa cosa grande que me mostró la primera noche de casados?
Se quedó inmóvil y su mirada me hizo sentir incómoda, la nuez en su garganta se movió.
— No tiene porque saberlo, no es algo de lo que deba preocuparse porque no volveré a mostrarle — Hasta su voz cambió.
— No puedo vivir sin saber... ¿Por qué es grande? Se ve duro — Dije, mi corazón latía cada vez más fuerte y ese palpitar extraño entre mis piernas apareció — Cuando lleva pantalones no se ve ¿No le incomoda?
Soltó la pluma y contuvo la respiración.
Me quedé con la boca entreabierta.
— No está así todo el tiempo — Su voz estaba muy gutural — Solo en ocasiones.
— ¿Por qué se pone así?
— Señorita Emiliana... Por favor... Deje de hacer esas preguntas — Cerró sus ojos por un segundo.
— Es que... Si eso va donde creo que va, entonces... ¿Cómo hace para que quepa?
Se levantó con abrupto, se aproximó y me tomó del brazo, no comprendí cuando me guió hacia la entrada y me dejó en el pasillo, luego cerró la puerta.
Me quede desconcertada e inmóvil.
Entendía que era un tema que nadie tocaba, pero si él era un hombre que sabía sobre eso y lo practicaba, no debería ponerse así.
Era descortés de su parte haberme sacado así de la biblioteca.
Por suerte tenía mi libro y caminé hacia el salón, entré y me senté sobre el banco del piano, retiré la tapa y coloqué el libro frente a mí, lo abrí.
Empecé a tocar, sin poder dejar de recordar en la actitud de Lord Sebastian cuando saqué el tema, estaba como incómodo cuando en el la primera noche no se inmutó en mostrarme su desnudes.
Le desagradaba tanto que no toleraba ni siquiera mis preguntas. Ya era una mujer casada, como señorita, tenía que ser pudorosa para no dar una mala impresión, pero ya no hacía falta, ya no era una señorita soltera y no se lo estaba preguntando a cualquiera.
Debí ser menos directa.
Me centré en tocar, olvidando ese horrible y bochornoso momento.
Sentí una mirada, pero cuando giré mis ojos hacia la entrada, no había nadie.