Elizabeth trabaja como la asistente ejecutiva de Alexander, el CEO de una empresa muy importante. Él, es un hombre atractivo y exitoso, lo que cualquier mujer podría desear. Elizabeth y Alexander tenían un trato profesional, pero la constante cercanía entre ambos los llevó a iniciar una apasionante aventura.
Pero más pronto de lo que Elizabeth se podría imaginar, Alexander terminó la relación, dejándola a ella con el corazón roto y una sorpresa inesperada. Elizabeth estaba embarazada, temerosa de cómo podría afectar esto a Alexander y negándose a decirle sobre el embarazo, ella toma un avión en busca de iniciar una nueva vida.
¿Qué hará Alexander cuando sepa que Elizabeth se ha marchado?
¿Descubrirá lo que ella oculta?
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LA SORPRESA DE DANIEL
Elizabeth
Después de la boda, la mansión de Daniel empezó a sentirse más como un hogar. Los gemelos se ajustaron rápido a su nuevo lugar, y yo estaba agradecida por la estabilidad que Daniel nos daba. Pero sabía que su enfermedad estaba empeorando, y eso me preocupaba mucho.
Una mañana luminosa y agradable, mientras compartíamos un desayuno en el jardín, disfrutando de la brisa fresca y el canto de los pájaros, Daniel se acercó a nosotros con una carpeta de documentos en la mano. Su expresión era seria, lo que inmediatamente captó mi atención.
—Elizabeth, necesito que firmes estos papeles, —me dijo mientras colocaba cuidadosamente la carpeta sobre la mesa, el sonido de los documentos al tocar la superficie resonó suavemente en el aire.
—¿Qué son exactamente estos documentos?, sintiendo una mezcla de curiosidad.
—Son documentos legales que garantizan que todo esté en orden en caso de que algo me suceda — me explicó con un tono serio y una mirada fija.— He llevado a cabo todos los trámites necesarios para transferir todo a tu nombre, incluida la empresa.
Me quedé callada, abrumada por la importancia de lo que acababa de decir. —Daniel, esto es... no tengo palabras para expresar lo que siento. Es demasiado para mí.
—No es demasiado, Elizabeth. Es exactamente lo que deseo hacer. Confío en ti más que en cualquier otra persona. Además, ya eres mi esposa, ¿no? —dijo él con sinceridad, dejando entrever la profundidad de sus sentimientos.
—Solo prométeme que te encargarás de los niños y que continuarás con tu vida —dijo, mientras tomaba mi mano con suavidad—. Deseo que encuentres la felicidad, Elizabeth.
—Lo prometo, Daniel —respondí, con la voz teñida de emoción y una profunda conexión que sentía entre nosotros—. Haré todo lo que esté en mis manos para cuidar de ellos y seguir adelante.
—Ahora todo lo mío es tuyo.
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Después de haber completado la firma de los documentos necesarios, Daniel me condujo hacia la empresa con el propósito de presentarme a todos los empleados que allí trabajaban. Al cruzar la puerta de la oficina, me encontré con un ambiente vibrante y lleno de actividad; había un constante ir y venir de personas, conversaciones animadas y el sonido del tecleo de computadoras. Todo ello me hizo sentir un poco abrumada al ingresar a aquel espacio bullicioso.
A medida que avanzábamos por la oficina, Daniel comenzó a presentarme a su secretaria, Clara. Ella era una mujer que emanaba amabilidad y eficiencia en su porte. Su presencia parecía estar impregnada de confianza, y noté que Daniel la valoraba profundamente en su trabajo. Clara me recibió con una sonrisa cálida, lo cual me ayudó a sentirme un poco más cómoda en aquel entorno nuevo y dinámico.
—Elizabeth, permíteme presentarte a Clara. Ha sido mi secretaria durante muchos años y, para mí, es como una amiga— dijo Daniel, luciendo una sonrisa cálida en su rostro.
—Es un verdadero placer conocerte, Elizabeth. Daniel ha compartido muchas cosas sobre ti, así que me alegra finalmente verte— comentó Clara, mientras extendía su mano para saludar.
—El placer es completamente mío, Clara. Quiero agradecerte por todo lo que haces por Daniel— respondí, haciendo un firme apretón de manos con ella.
Con el transcurso de los días, inicié mi labor en la empresa y comencé a acostumbrarme a las distintas responsabilidades que implicaba mi nuevo puesto. Rápidamente, Clara se convirtió en una amiga cercana. Su apoyo fue fundamental en mi proceso de adaptación, ya que contaba con una capacidad excepcional para ayudarme a resolver cualquier duda que surgiera. Pasábamos largas horas trabajando codo a codo, y pronto me di cuenta de que compartíamos numerosos intereses y perspectivas.
Una tarde, mientras revisábamos algunos documentos en su oficina, Clara me dirigió una mirada acompañada de una amplia sonrisa. Elizabeth, me dijo con entusiasmo, estás realizando un trabajo maravilloso. Estoy segura de que Daniel debe estar muy orgulloso de ti por todo lo que has logrado hasta ahora.
—Te agradezco de corazón, Clara. No podría haber logrado esto sin tu valiosa ayuda —contesté, mientras una profunda sensación de gratitud me envolvía.
—Siempre estaré a tu lado para ofrecerte apoyo. Daniel confía en ti, y yo también lo hago — afirmó ella con total sinceridad.
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La reunión con los nuevos socios de la empresa se encontraba en un momento de máximo dinamismo y energía. Habíamos estado debatiendo en profundidad los planes estratégicos que teníamos para adentrarnos en mercados inexplorados, así como las diferentes maneras en las que podríamos unir nuestras fortalezas para lograr el mayor impacto posible. Los socios mostraban un notable entusiasmo por las propuestas que había expuesto, y las conversaciones se desarrollaban de manera fluida y amena, sin interrupciones ni tensiones. La atmósfera era de colaboración y optimismo, lo que hacía que todos los presentes se sintieran involucrados y motivados para contribuir con ideas y sugerencias.
—Estoy convencido de que esta colaboración puede impulsarnos hacia nuevas alturas — expresó uno de los socios, mientras asentía con una expresión de aprobación en su rostro.
—Comparto tu perspectiva —respondí con entusiasmo. —Si unimos nuestros esfuerzos y sacamos provecho de nuestras fortalezas individuales, sin duda podremos alcanzar logros significativos.
En ese preciso instante, cuando la reunión estaba tomando un giro crucial, mi teléfono vibró. Al mirar la pantalla, noté que era una llamada proveniente del hospital. Inmediatamente, sentí un nudo en el estómago, una sensación de inquietud, mientras me disponía a contestar.
—¿Hola? —pregunté, esforzándome por conservar la serenidad en mi tono.
—¿Es usted la esposa del señor Blackwood? —inquirió una voz grave desde el otro lado de la línea.
—Sí, soy yo. ¿Qué ha sucedido? —interrogué, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de mí.
—Su esposo ha tenido una recaída y se encuentra en el hospital. Necesitamos que venga lo antes posible —respondió la voz con un tono urgente y grave.
—Estoy en camino —respondí de manera apresurada, antes de colgar el teléfono rápidamente.
Me disculpé con mis socios, detallándoles la situación que me ocupaba. En ese momento, Clara, la secretaria de Daniel, se ofreció amablemente a manejar la reunión en mi lugar.
—No te preocupes, Elizabeth. Aquí me encargaré de todo. Ve con Daniel, —me dijo, sonriendo de una manera que me transmitió una sensación de tranquilidad.
Salí de la oficina con prisa, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de mí mientras me dirigía al hospital. Cada instante parecía alargarse, y mi mente estaba rebosante de pensamientos inquietantes y preocupaciones que no dejaban de asaltarme. La carretera se deslizaba bajo las ruedas de mi coche, pero mi mente estaba en otro lugar, sumida en un torbellino de dudas y miedos sobre el estado de Daniel.
Al llegar al hospital, un nudo se formó en mi estómago. Sin detenerme a tomar aliento, corrí hacia la sala de emergencias, la sensación de urgencia apremiando mis pasos. Busqué a alguien que pudiera ayudarme a encontrarlo y, tras unos momentos de espera, una enfermera se acercó a mí.
—Él está en la habitación 305 —me informó la enfermera, mientras señalaba con su mano en dirección al pasillo que llevaba a la sala. Sin dudarlo, me encaminé rápidamente hacia el lugar indicado, mi corazón latiendo con fuerza, deseando que todo estuviera bien.
Al entrar en la habitación, mi mirada se posó en Daniel, quien yacía en la cama. Su rostro, aunque mostraba signos de agotamiento, también irradiaba una extraña tranquilidad que me dejó intranquila.
— ¿Qué sucedió? —pregunté, mientras me acercaba rápidamente a su lado, la inquietud asomándose en mi voz.
—No te preocupes, solo me desmayé. No es nada grave — respondió, intentando restarle importancia a la situación con un tono despreocupado que no lograba convencerme del todo.
—No puedes decir que no es nada, —le repliqué, la preocupación y la frustración entrelazándose en mi pecho.— Esto es serio, Daniel.
—No te preocupes, Elizabeth. Estoy bien,— afirmó, intentando tranquilizarme.
En ese instante, el médico ingresó a la habitación y me solicitó que saliera un momento para conversar en privado. Asentí y lo acompañé al pasillo.
—Lamento informarle, señora, que Daniel no tiene mucho tiempo. Su condición ha deteriorado y las opciones que tenemos son limitadas —comunicó el médico con una expresión de pesar.
La sensación de que el mundo se desmoronaba a mi alrededor era abrumadora. Pregunté, tratando de contener las lágrimas: '¿Cuánto tiempo le queda?'
El doctor respondió: 'Es difícil dar una estimación precisa, pero probablemente no más de unas pocas semanas'.
Asentí, sintiendo una profunda tristeza y desesperación. 'Gracias por informarme', comenté, mientras me dirigía de nuevo a la habitación de Daniel.
Me acomodé al lado de su cama, sintiendo la suavidad de las sábanas y la fragancia tenue del desinfectante en el aire. Tomé su mano con delicadeza.
—Daniel, el doctor... empecé a decir, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar la preocupación que me invadía.
—Lo sé, Elizabeth —interrumpió con un tono suave, pero firme. —Pero quiero que sepas que estoy en paz con eso.
—Te aseguro que los cuidaré y que continuaré adelante — respondí, sintiéndome invadida por una profunda tristeza.
—Eso es todo lo que necesitaba oír — expresó Daniel, esbozando una leve sonrisa.
Pasé el resto del día a su lado, conversando y rememorando los momentos felices que habíamos compartido. Era consciente de que el tiempo que nos quedaba juntos era limitado, pero estaba decidida a aprovechar cada instante.