Mary es una chica muy alegre y llena de sueños, aunque desde pequeña enfrentó muchos obstáculos, siempre es optimista y está con una gran sonrisa, buscándole siempre el lado bueno a todo, una día su vida cambiará, aunque al principio todo parece ir de mal en peor, pronto todo eso pasará a ser parte del camino para su felicidad, pues conocerá a su gran amor, aunque eso todavía no lo sabe, acompañame a vivit esa increíble historia, llena de dolor, lágrimas y felicidad.
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El doctor.
El trabajo era intenso, pero al mismo tiempo era estimulante, Mary trabajaba en una empresa de construcción, ella es asistente administrativa, pues su capacidad y experiencia rindieron frutos, era un edificio elegante donde todo se movía rápido, los teléfonos sonando, los correos entrando sin parar, reuniones urgentes, documentos que revisar, gente que iba y venía, era como un desfile de papeles mezclado con personas a toda hora.
Siempre terminaba cansada, pero a pesar del cansancio, sentía orgullo, el salario era muy bueno, más de lo que imaginó alguna vez, aprendía más cada día, el ambiente de trabajo era bueno y tranquilo, salvo por un par de compañeras que la observaban con una mezcla de curiosidad y envidia, siempre escuchaba susurros como:
—La nueva se cree especial, piensa que es la gran cosa, si solo es una que viene de una ciudad pequeña y sin experiencia en nada, algo debió darle a algún influyente para que le dieran el empleo—
Pero Mary prefería ignorarlas, ella no estaba ahí para caer bien, estaba ahí para trabajar y construir un futuro.
Su jefa, en cambio, la valoraba muchísimo, le decía:
—Eres muy rápida y organizada, me encanta tu forma de trabajar, se ve que tienes experiencia y que aspiras seguir escalando sigue así.
Era la primera vez que alguien en un empleo la trataba con respeto, para Mary eso valía oro, por eso se esforzaba cada día más.
Al terminar su trabajo, iba por su niño, juntos se iban a casa, aunque agotada, Mary no renunció a sus estudios, se inscribió en un programa virtual para terminar una carrera universitaria, dormía poco, pero cada madrugada frente a la pantalla sentía que se acercaba un paso más a la vida que quería.
Tony a veces se despertaba y se subía a su regazo.
—¿Mamá estudia? —preguntaba.
—Sí, mi amor… mamá estudia para darte una vida bonita.
El pequeño le daba un cálido beso en la mejilla antes de quedarse dormido otra vez.
Pero no todo era sencillo, un fin de semana, Tony comenzó con fiebre, primero fue leve, luego tan alta que Mary entró en pánico, recordó los remedios de Ana, pero ninguno funcionó.
Sin pensarlo, lo cargó, tomó un taxi y fue a la clínica más cercana, una vez allí una enferma lo atendió, le tomo los signos vitales y le paso con el pediatra.
Ahí fue donde lo conoció a Carlos, entró a la sala con una bata blanca impecable, y una sonrisa que calmaba el alma, tenía unos ojos cálidos, serenos, y un tono de voz que hacía sentir que todo iba a estar bien.
—Hola, pequeño campeón —dijo al examinar a Tony—, vamos a ver qué pasa contigo.
Tony sorprendentemente, no lloró, lo miró fijamente con sus ojos claros y hasta le tomó el estetoscopio.
Mary lo observaba en silencio, nerviosa, cansada, con el corazón acelerado, Carlos la miró un momento y notó su angustia.
—Tranquila —le dijo—, no es nada grave, una infección de garganta, con estos medicamentos estará bien en unos días.
Mary soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Gracias, doctor…
—Carlos—, dime Carlos, dijo el.
Ella sonrió apenas.
Y él… quedó hechizado, pronto saco una tarjeta de su billetera y se la entregó, le dijo que traiga al niño para revisarlo y ver cómo sigue en una semana, Mary asintió y salió del consultorio.
Tony mejoro con los medicamentos, Mary como toda una madre responsable llevo al niño a consulta, tal y como le había recomendado Carlos, al llegar a la clínica él se encontraba muy ansioso, algo que no le había ocurrido antes, al ver llegar a Tony y a Mary se puso muy nervioso y a la vez muy contento, atendió al pequeño y comprobó que todo estaba en orden, le dió algunas recomendaciones a Mary, aprovecho para invitarla a salir, Mary como siempre era muy amable, respetuosa, pero reservada.
—¿Te gustaría tomar un café algún día? —se atrevió a decir Carlos.
Al principio, Mary dudó en aceptar la invitación de Carlos, sabía que hace mucho tiempo que no salía y menos con un hombre, en el fondo deseaba salir a despejar la mente, pero no tenía amigas allí, lo pensó por algunos minutos, pero al final decidió no aceptar, no porque no quisiera salir, sono porque no tenía con quién dejar al pequeño Tony, su hijo era su mundo, y aunque a veces se sentía agotada, jamás lo dejaría solo por nada del mundo, con un poco de pena, le explicó a Carlos:
—Me gustaría… pero no tengo con quién dejar a Tony.
Carlos sonrió con aquella calidez que lo caracterizaba, una mezcla de ternura y seguridad que comenzaba a desarmarla sin que ella quisiera admitirlo.
—Mary, la invitación es para los dos —respondió él con voz suave— me encantaría que Tony venga también, será divertido, podemos ir a un parque o a algún lugar donde él se sienta cómodo.
La idea la tomó por sorpresa, muy pocos hombres habían mostrado interés real en conocerla más allá de su rol de madre, y menos aún en incluir a Tony sin reservas, esa simple consideración le llegó al corazón.
—¿En serio? —preguntó ella, incrédula pero sonriendo.
—Claro que sí, además, quiero conocerlo mejor, me parece un niño increíble.
Mary sintió cómo algo se movía en su interior: una mezcla de ilusión y miedo, pero también entendía que la vida le estaba ofreciendo cosas nuevas… y ella estaba luchando por rehacerse.
—Está bien, pero solo puedo los fines de semana —aclaró con firmeza—, entre el trabajo y mis estudios, entre semana estoy llena.
—Perfecto —contestó Carlos, todavía sonriendo—, los fines de semana serán nuestros.
Tony, que jugaba cerca sin entender del todo la conversación, levantó la mirada con la sonrisa traviesa y sus ojos brillando de felicidad, Carlos se agachó para chocar su mano con la del niño, y Tony soltó una risita contagiosa.
Mary los observó… y por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizá la vida no estaba empeñada en hacerla sufrir, quizá, solo quizá, le estaba dando otra oportunidad para aprender a confiar.
Que la rescaten.