Santiago es el director ejecutivo de su propia empresa. Un ceo frío y calculador.
Alva es una joven que siempre ha tenido todo en la vida, el amor de sus padre, estatus y riquezas es a lo que Santiago considera hija de papi.
Que ocurrirá cuando las circunstancias los llevan a casarse por un contrato de dos años,por azares del destino se ven en un enredo de odio, amor, y obsesión. Dos personas totalmente distintas unidos por un mismo fin.
⚠️ esta novela no es para todo publico tiene escenas +18 explícitas, lenguaje inapropiado si no es de tu agrado solo pasa de largo.
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Coincidencias.
Estoy en shock. Santiago acaba de salir del restaurante. Sigo viendo hacia la puerta, fantaseando con que regrese, aunque sea por unos segundos, solo para poder verlo otra vez.
—No va a volver, solo viene por negocios —me dice Patricio, mi amigo.
Sonrío, volviendo al tema de conversación que tienen mis amigas.
—Mañana Alva se va de viaje con sus padres, hoy hay que salir a divertirnos —dice Ana, entusiasmada.
—Yo prefiero algo como una pijamada —dice Lila, tímida.
Ana la mira mal.
—No tenemos diez años, Lila. Esto es para que Alva se distraiga… y deje de pensar en Santiago, que ni le para bolas.
—Más tarde iré a tu casa, tu padre quiere hablar conmigo —me dice Patricio.
Termino de comer, pago, y salimos del restaurante.
—No fue mi intención decir eso, solo te aconsejo que ahora que te vas de viaje conozcas a un príncipe. Si se lo pides a tu padre, seguro te lo consigue —dice Ana, bromeando. Pero en lugar de hacerme reír, me siento peor.
—Santiago te miró por unos segundos —dice Lila, tratando de animarme.
Le sonrío, asintiendo. Mi celular suena. Es mi padre.
—¿Dónde estás?
—Vine al restaurante de los padres de Patricio.
—Mi amor, necesito que regreses a la casa para que empieces a empacar.
—Lo haré más tarde.
—Hazlo ahora, por favor. Hazme caso.
Cuelga antes de que pueda decir nada más. Mis amigas esperan que diga algo.
—Mi padre quiere que vuelva a casa… trataré de empacar rápido y las alcanzo más tarde. Solo mándenme la ubicación.
—Siempre dices eso y nunca llegas. Te vas a ir y no sabemos por cuánto tiempo. Quizás no te volvamos a ver —dice Ana, cruzándose de brazos.
—Esta vez Ana tiene razón —agrega Lila—. ¿No se te hace raro que salgan de viaje de la nada? Siempre avisas con tiempo, y ahora... ni fecha de regreso tienen.
—Es por trabajo. Además, mi papá quiere que termine mis estudios en el extranjero.
Las abrazo y subimos a mi coche. Las dejo en su casa.
—Te amamos —me dicen las dos, y se bajan.
Cuando llego a mi casa, veo personas sacando muebles.
—¿Mamá, qué ocurre?
—Están resguardando unos muebles… ¿qué haces aquí?
—Papá me llamó. Me pidió que viniera. Por cierto… no he visto a la abuela.
—Alva, no es tu abuela.
—Ya lo sé. Pero fui a buscarla a la empresa hace unos días, incluso le llevé galletas… pero no quisieron decirme nada. Creo que su nieto había llegado y por eso no me dejaron entrar.
—¿Cuándo fuiste? —pregunta mi padre, que no vi llegar.
—Hace días.
—Alva, no quiero que vuelvas a esa empresa. Ya no es nuestra. Ni de ella.
—¿Por qué? —pregunta mi madre, confundida.
—Ahora tendrá otros dueños… o no sé, pero no quiero que te acerques siquiera. Sube a empacar. Déjanos a solas.
Subo sin más preguntas, aunque la duda me carcome. Marco a la abuela.
—Hola, nieta.
—Hola, abuela. Me alegra escuchar tu voz. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú?
—Estoy empacando. Papá dice que la empresa tiene problemas.
—¿Empacando?
—Sí… me voy al extranjero a estudiar. Solo por poco tiempo, pero cuando regrese iré a visitarla. Hace poco le llevé unas galletas, pero no estaba. No quise molestar.
—Sabes que no me molesta, mi niña… ¿Cuándo te vas?
—Mañana a primera hora.
La línea queda en silencio.
—¿Abuela?
—Te dejo, necesito hablar con tu padre —dice, y cuelga.
Empaco todo. Mi madre se asoma a la puerta con los ojos rojos y me abraza fuerte.
—Te voy a extrañar tanto, mi amor.
—Pero... estaremos juntas, ¿no?
—Solo por unos días. Tú te quedarás para seguir estudiando… si algo pasa, tu padre y yo regresaremos.
Me ayuda a terminar. Luego se retira. Me baño, me cambio, y justo cuando salgo, suena mi celular. Es un mensaje de Ana con la ubicación.
"Tienes que venir. Parece que los planetas se alinearon a tu favor: Santiago está aquí."
Me manda una foto de una mesa con varios hombres. No se ve bien, pero algo en mi interior me dice que sí es él.
Busco un vestido, me maquillo y me peino. Me miro al espejo. Me gusta lo que veo. Tomo las zapatillas en la mano y bajo las escaleras en puntitas. Escucho a mi padre en su oficina. Cuando toco el primer piso, corro hacia la puerta.
Subo al coche, me coloco las zapatillas y manejo. Me toma media hora llegar. Es un edificio enorme. Mis amigas me esperan afuera y me llevan a la mesa que reservaron.
—Dime, ¿acaso no es un buen regalo de despedida? —dice Ana.
—Lo es. Gracias… aunque ya no es solo un viaje. Mi madre me dijo que me quedaré en el extranjero.
Lila me mira con tristeza, pero Ana me jala del brazo hasta la pista. Ella resalta entre todas, bailando como si el mundo fuera suyo.
—Está arriba —dice Lila, señalando hacia el segundo piso.
Lo distingo, parado en el barandal, fumando con un vaso en la otra mano. Mira hacia abajo. Nuestras miradas se encuentran. Mi corazón late con fuerza.
A su lado aparece una mujer rubia, con el cabello hasta la cintura. Se pone a hablar con él. Me desarmo por dentro.
—Quiero tomar algo —les digo, y camino de regreso a nuestra mesa. Pido una botella.
Saco el celular del bolso cuando suena, pero Ana me lo arrebata.
—¡Noche de chicas, noche de amigas, noche de hermanas! Que tu padre se joda, él te tiene todo el tiempo. Que te deje respirar.
Apaga el teléfono y se lo guarda. Llega la botella. También dos chicos, que se acercan.
—¿Podemos acompañarlas?
—Nuestros esposos ya vienen —responde Ana sin pestañear.
Cuando los vemos alejarse, estallamos en risas.
—¿Esposos? ¿Acaso no son menores de edad? —dice una voz a nuestras espaldas.
Nos giramos. Un chico se acerca con la mano extendida.
—Jacobo.
—Yo soy Ana, ella es Lila… y ella es Alva —dice Ana, sin dejar de observarlo.
—¿Quieren acompañarnos a nuestra mesa? —pregunta, señalando hacia arriba.
—Tu hermano es Santiago, ¿verdad? —le pregunta Ana.
Él asiente.
—No queremos que nos eche —dice Lila, medio en broma, medio en serio.
Jacobo se ríe, pero nota nuestras caras serias.
—Mi hermano puede ser un amargado, todo lo que quieran, pero jamás le faltaría el respeto a una mujer.
—Lo pensaremos. Y si subimos, será porque decidimos que sí —responde Ana.
Él se aleja. Mis amigas me toman las manos.
—Vamos, Alva. Solo un rato. Si te sientes incómoda, nos bajamos.
Asiento. Tomo mi bolso. Mis piernas tiemblan mientras subimos. El guardia nos deja pasar.
Llegamos a la mesa. Santiago me observa de pies a cabeza. La rubia sigue sentada a su lado.
—Son Ana, Lila y Alva —dice Jacobo.
Nadie responde. El ambiente se vuelve espeso.
—Aquí no entran menores de edad —dice Santiago.
Y siento que el corazón se me detiene.