_ Llego a mi casa después de un día agotador, solo quiero un baño y dormir por toda una semana. Todo está oscuro, entro sin fuerzas, camino como zombi hasta que ¡bam! caigo en el piso. ¡Mierda! He tropezado con algo. ¡¿Qué es esto?! Enciendo las luces, !!! Mi casa esta toda revuelta, faltan los muebles, no hay nada todo está vacío. Ni los electrodomésticos, ni mesas, ni sillas, no hay nada. ¿A dónde han ido mis pertenencias?, avanzo por la habitación, ¡me han robado!, ¡¿cómo sucedió esto?!
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La familia Reith
Aquel hombre ambicioso no se fijó en los detalles. Muchos vivían ahí, pero ese terreno permanecía sin dueño. Ni siquiera le dio importancia que el caballo en el cual recorría sus futuras tierras se negara a adentrarse en ellas y cuando a la fuerza lo hizo, se sobresaltaba al menor roce del viento. Pues los ojos de los avariciosos a menudo se nublan con el brillo del bronce confundiéndolo con el oro.
_ ¡Estas tierras son perfectas!, a partir de hoy la riqueza será algo que no me faltará.
En medio de aquel lugar, a la sombra del árbol más grande y frondoso, erigió su mansión. Sin saber que estaba a las puertas de su propia desgracia y la de sus descendientes. El tiempo pasó, por mucho que intentó la cría de varios animales, fracasó. Morían sin explicación ninguna, haciéndole imposible la crianza y comercialización de ningún tipo de bestia. Pero no importaba, vivía en abundancia con la venta de las producciones de sus terrenos, que prácticamente se daban solas. Las mejores frutas, verduras, vegetales, se daban en aquellas tierras sin esfuerzo ninguno. No importaba que fuera o si no era temporada, una vez sembrado daba fruto. Ni siquiera el invierno arreciaba en ese lugar. Así que aquel hombre estaba satisfecho. Una tarde sentado bajo la sombra de aquel gran árbol algo llamó su atención.
¡Un conejo!, ¡un conejo blanco!
Era la primera vez que veía un animal en sus tierras y por supuesto tenía que atraparlo. ¿Qué tenía esa pequeña bola de pelos para sobrevivir, cuando los demás animales habían muerto? Pero ese conejo fue más astuto, con rapidez se adentró entre las grandes y sobresalientes raíces de aquel árbol.
_ ¡Maldición!, ¿dónde se metió?
Buscó y buscó hasta encontrar un agujero cubierto por las hojas secas. Era inusualmente grande, si se encorvaba podía entrar en él, ¿cómo no lo había visto antes? Estaba tan bien escondido que pasó desapercibido, al mirar dentro podía verse esa pequeña mota blanca con claridad. ¡Ahí estaba!, en el fondo, quieto, como si esperara pacientemente ser tomado.
_ ¡Te encontré!, no sé de dónde saliste, pero vendrás conmigo.
Se adentró en aquel hueco oscuro, sin darse cuenta de que lo que parecían pocos pasos lo alejaban abismalmente de la salida. Su vista solo se centraba en ese conejo que no se movía, se quedaba ahí, esperándolo. Como si no le tomara importancia a la mano que se acercaba para atraparlo. A pesar de la oscuridad pudo verlo, la figura inmaculada de ese pelaje blanco se veía claramente, sin confusión. Cuando estuvo cerca, muy cerca, se detuvo ante una sensación incómoda que le apretó el estómago.
¿En serio eso era un conejo?, un simple conejo.
Un color blanco casi brillante, unos ojos inquietantemente rojos y una expresión casi humana, maliciosa, burlona, cruel y por primera vez tuvo miedo. Miró hacia atrás, pero no por mucho. Aquella pequeña criatura que solo le llegaba al tobillo tenía la presencia de un depredador, de esos a los cuales es un error darles la espalda.
_ ¿Qué mierda es esto?, ese conejo no parece ser solo un conejo. No me gusta cómo me mira, se ve siniestro. Un escalofrío recorre mi espalda cada vez que miro sus ojos, será mejor que lo deje en paz. Esto me da mala espina.
Cuando intentó buscar el camino de regreso...
_ ¡Qué! ¡¿cómo llegue tan lejos?! ¡¿este agujero era tan profundo?!
Parecía que había caminado kilómetros, se divisaba un pequeño punto de luz a lo lejos el cual tenía la esperanza que fuera la salida, pero el sonido de una risa susurrante le hizo volver la mirada al frente. Era ese conejo, reía con un sonido bajo, mostrando los dientes afilados como cierras, amarillentos. Como si royera algo podrido. Inclinaba su cabeza hacia un lado dejando caer las orejas con esa risa inquietante, esos ojos llenos de locura y lo impensable, pasó.
_ Has disfrutado de mis tierras, mis riquezas, has construido tu casa en mi jardín. Es hora de que pagues por ello.
El color abandonó el semblante de aquel hombre, el aliento que se quedó atrapado en su garganta no quería salir.
¡Habló!, ¡ese conejo habló!
No podía creer que ese pequeño monstruo hablara, porque a estas alturas esa era la palabra que describía a aquel ser, un monstruo.
_ ¿Tú... hablaste?, ¡no!, no puede haber sido ese conejo.
Su risa al principio susurrante se hizo más estridente
_ Sí, he sido yo, por qué no debería hacerlo
No podía creerlo, fue tanta la impresión que sus piernas cedieron, cayó sentado. No podía moverse, sus instintos le gritaban que corriera, que debía salir de ahí, pero sus pies no respondían. El miedo había devorado las fuerzas de su cuerpo y cuando pensó que no podía ser peor vio como aquel animal mordía su pata delantera mientras lo miraba. La devoraba con ansias, como si no le importara comerse su propia extremidad. Pero no quedo allí, las cosas tomarían un giro aún más extraño cunado dejó de morderse así mismo. La extremidad perdida volvió a crecer, repitiendo el ciclo una y otra vez.
_ Tengo hambre, he estado hambriento por mucho tiempo. Lo he comido todo hasta no dejar nada, ya los animales no se dejan engañar por la abundancia de mis tierras. Prefieren pasar hambre que arriesgarse a ser devorados, es su instinto. Supongo que sienten cuantos como ellos han muerto aquí, en mi madriguera. Ni siquiera los humanos se aventuran y como puedes ver ha sido un tiempo difícil, he tenido que comerme a mí mismo, pero eso cambió.
Ese hombre sabía lo que esas palabras significaban, pero no había llegado hasta donde estaba por cobarde. No se dejaría intimidar por algo tan pequeño, obligó su cuerpo a levantarse, miró con desprecio y superioridad a aquel ser. Tomó una piedra que tenía cerca y se fue contra él. El primer golpe le dio de lleno, luego el segundo, el tercero. Cuando lo creyó muerto, se detuvo ante la pila de carne molida.
_ Al parecer no eras gran cosa ¿no? Ahora debo salir de aquí
Apartó su vista solo por un segundo y cuando volvió a mirar donde había dejado los restos, no había nada.