“El heredero del Trono Lunar podrá gobernar únicamente si su alma está unida a una loba de sangre pura. No mordida. No humana. No contaminada.”
Así empezaron siglos de vigilancia y caza, de resguardo y secreto. Muchos olvidaron la razón de dicha ley. Otros solo recordaban que no debía ser quebrantada.
Sin embargo, la diosa Luna, que había decidido el destino de Licaón y de aquellos que lo siguieron, seguía presente. Miraba. Esperaba. Y en silencio, tejía una nueva historia.
Una princesa nacida en un lugar llamado Edmon, distante de las montañas donde dominaban los lobos. Su nombre era Elena. Hija de una mujer sin conocimiento de que provenía del linaje de la Luna. Nieta de una mujer que había amado a un hombre lobo y había mantenido su secreto muy bien guardado en su corazón. Elena se desarrolló entre piedras, rodeada de libros, espadas y anhelos que no eran aceptados en la corte. Era distinta. Nadie lo comprendía plenamente, ni siquiera ella misma.
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CAPÍTULO 10 – El despertar de Lana.
POV – Elena
Kael y yo nos encontrábamos sentados junto al lago, en medio de un profundo silencio. No era un silencio vacío, sino uno que decía más que cualquier palabra. El agua reflejaba el cielo gris, inmóvil, como si el mundo entero estuviera conteniendo el aliento. Kael se hallaba a mi lado, y su proximidad me calentaba la piel. No nos tocábamos, pero lo podía sentir. La calidez de su cuerpo, la tensión de sus músculos, el suave ritmo de su respiración. Lo miré… y él también me miró.
No comprendía qué lazo nos unía. Apenas lo conocía. Sin embargo, era como si lo tuviera grabado en mis huesos. Mi corazón latía con fuerza, lleno de deseo. Lo anhelaba. Lo requería. No era solamente algo físico. Era como si mi alma lo buscara y lo reconociera.
Entonces, él rompió el silencio. Su voz, rasposa y profunda, llegó a mis oídos:
—Lo siento… pero ya no puedo resistir más.
Su declaración fue como un destello. Me besó. Un beso intenso y desesperado, como si estuviéramos al borde de un abismo y solo el otro pudiera rescatarnos. Al principio, respondí torpemente —nunca antes había besado a nadie—, pero el instinto se hizo cargo. El deseo me dirigió. Lo abracé. Lo toqué. Lo sentí.
Él me sostuvo con fuerza, pero con suavidad. Su boca en la mía ardía. Sus manos me buscaban como si hubieran esperado toda su vida por este momento.
—Si sigues así… no podré detenerme —murmuró, con dificultad.
Lo miré, mis labios estaban hinchados y respiraba de forma irregular.
—No quiero que te detengas —respondí, sin poder creer lo que decía—. Por alguna razón… anhelo ser tuya. Mi cuerpo lo desea… con desesperación.
Sus ojos se abrieron con asombro. Parecía que mis palabras lo impactaban. Como si algo dentro de él se rompiera y al mismo tiempo se completará. Y entonces, nos entregamos.
Me acomodo sobre la capa y comenzó a besarme el cuello, mi piel ardía a cada toque, era una sensación que no podía describir, pero deseaba más, Kael se quito la ropa y pude tocarlo, sentir sus músculos fuertes, y unas cicatrices en forma de media luna que me llamaron la atención, no pregunte, deseaba otra cosa de él en ese instante.
—Esto dolerá, pero te aseguro que solo será un momento—dijo en un susurro.
Se poso con cuidado en medio de mis piernas y busco mi boca, nos volvimos a besar, pero esta ves era mas fuerte, con intensidad, se ha dueño de mi lengua y entonces me penetro con fuerza, sentí un dolor agudo y lo mordí en el hombro, el espero un momento y luego comenzó a moverse, comencé asentir sensaciones que nunca antes había sentido, mi cuerpo se movía solo.
Gemía descontrolada, y lo disfrutaba, clave mis uñas en su espalda cuando sentí mi vientre contraerse y una sensación electrizante me recorrió, el clímax nos alcanzó, entonces Kael me dejo ver unos colmillos enormes, sentí el ardor. Una mordida. Justo en el cuello. El dolor fue agudo… pero también Una ola de energía recorrió mi ser, el me abrazo con fuerza me sentía ligera, y entonces… todo cambió.
Una niebla blanca me rodeó, densa y cálida. No podía moverme. Mi cuerpo comenzó a arquearse y a retorcerse. No era por dolor… sino por transformación.
Y entonces, la escuché. Una voz clara, suave, pero poderosa:
“Soy Lana. Tu loba. Al fin puedo despertar. Ahora seremos una sola.”
Intenté resistir en mi mente. ¿Era esto real? ¿Estaba perdiendo la cabeza? Pero mi cuerpo hablaba un idioma diferente. Más auténtico. Sentí cómo mi piel se transformaba, mis huesos sonaban, mi figura cambiaba. Y cuando la bruma se desvaneció… ya no era una persona.
Observé mi reflejo en el lago. Una loba blanca me miraba. Sus ojos eran iguales a los míos. Pero su poder… su fortaleza… era algo que nunca había experimentado antes.
Entonces lo busque con la mirada.
Kael.
Pero no como un ser humano… sino como el lobo. El que me había rescatado. De color negro, impresionante, con esos ojos dorados que ahora comprendía. Era él. Siempre había sido él.
“No tengas miedo.”
La voz resonó dentro de mí. No era un sonido, sino algo más profundo.
“Soy Kan. Él lobo de Kael. Somos uno. Y tú… eres nuestra luna.”
Mis patas temblaban. Quería correr, gritar, preguntar. Pero Lana, mi loba, se expresó por mí:
“Soy Lana. Mi nombre es Lana.”
“Mi luna,” respondió Kan. “Las queremos. Les hemos estado esperando.”
Una calidez me llenó de pies a cabeza. Por primera vez, todo tenía sentido. El impulso, el deseo, la conexión. Yo era más que Elena. Era loba. Era luna.
“¿Puedo… regresar?” —pregunté, sintiéndome ajena a mí misma.
“Sí. Solo piensa en ti misma. En tu forma humana. Y regresarás.”
Cerré mis ojos. Me imaginé. Mi rostro. Mi cabello. Mis manos. Una calidez me envolvió… y cuando volví a abrir los ojos, estaba de nuevo allí. Desnuda, temblorosa, en la orilla del lago. Kael me envolvió con su capa sin decir una palabra. Me cubrió con cuidado. Me abrazó.
Y yo… lloré.
No de miedo.
Sino de alivio. De emoción. De asombro.
Porque finalmente… comprendía quién era y sabía a quién pertenecía mi alma.
El frío ya no me molestaba. El viento apenas era un leve murmullo y el bosque, que antes me parecía extraño y amenazante, ahora tenía una sensación diferente. Era como si formara parte de mí. Como si me perteneciera. Estaba sentada en la hierba húmeda, cubierta con la manta que Kael me dio apenas recuperé mi forma humana. Mis piernas temblaban, pero no a causa del frío. Aún no lograba comprenderlo del todo. Una parte de mí sabía que lo sucedido era imposible… y, aun así, aquí estaba. Respirando. Mirando. Sintiendo.
—¿Te encuentras bien? —su voz sonó baja y profunda, y había algo en su mirada que me hizo querer confiar.
Asentí, sin poder hablar. ¿Cómo se esperaba que respondiera? Lo había sentido todo: el calor de su piel, su aliento cerca del mío, la fuerza de su abrazo… y luego, ese dolor agudo en el cuello seguido de una energía tan intensa que había sacudido mi alma.
—Sobre lo que sucedió… —comenzó a decir, mirando abajo por un instante, como si cada palabra tuviera peso—. No debía suceder de esta manera. Me dejé llevar. Lo lamento.
Su remordimiento me dolió más de lo que imaginaba. Fruncí el ceño y crucé los brazos sobre mi torso.
—¿Sientes remordimientos?
Kael levantó la mirada. Lo que había en sus ojos no era culpa, sino tempestades.
—No por haberte hecho mía. Lamento no haberte explicado antes la importancia que tenías para mí. Lo que somos.
No supe qué responder. Sentía que, si lo interrumpía, perdería el control. Me había dejado una huella. Me había cambiado. Y aún no comprendía todo.
—Escúchame —dijo, acercándose hasta quedar de rodillas ante mí. Tomó mi mano con cuidado, como si temiera dañarme, y la giró suavemente. Sobre la piel clara de mi muñeca, justo debajo del hueso, brillaba un símbolo: una media luna blanca, perfecta, luminosa, como si siempre hubiera estado allí.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué es esto?
—La marca de la Luna —dijo él con respeto—. Eres la elegida. Mi compañera. Mi alma gemela. Mi luna destinada.
Quedé sin palabras. Cerré los ojos y tomé una profunda respiración, intentando encontrar aire en medio del caos que reinaba en mi mente. Nada tenía sentido. Y, sin embargo, todo se sentía… correcto.
—Kael… no soy una de ustedes. No crecí con manadas ni leyendas. Soy humana. O… lo era.
—Eres más que eso —me interrumpió—. Siempre lo fuiste. Por eso pudiste transformarte. Estaba en ti. Dormida. Lana —dijo, tocando suavemente mi mejilla—. Ese es su nombre, ¿verdad?
Asentí, con la garganta apretada.
—Ella también me habló —susurré—. Dijo que me estaba esperando. Que ahora éramos una sola.
Una sonrisa se dibujó en sus labios. Triste. Dulce.
—No era algo que hubiera previsto, Elena. Sin embargo, desde el momento en que percibí tu aroma en el mercado, supe que había algo especial. Intenté distanciarme, ignorarlo… pero no logré hacerlo. Kan —mi lobo— te identificó desde el primer momento.
—¿Y qué hacemos ahora? —inquirí. Mi tono sonó más quebrado de lo que esperaba—. ¿Qué significa esto? ¿Qué vamos a hacer tú y yo?
Kael tomó una respiración profunda, como si la duda también le doliera.
—Nuestros destinos van a cambiar. No porque yo lo desee… sino porque el destino ya lo ha decidido. Soy el heredero del Clan Occidens. El futuro Lobo Supremo. Mi padre dirige nuestras tierras, y cuando sea el momento… será mi turno.
—¿Y yo? ¿Cuál es mi papel aquí?
—A mi lado. Como mi luna. Como la reina que te han preparado para ser, pero en un mundo diferente. Un lugar que no conocías, pero al cual realmente perteneces.
Me eché un poco atrás. Era demasiado. Demasiado pronto. Demasiado abrumador. Sentía la marca. Había cambiado. Sentía a Lana en mi interior, como un segundo corazón… pero aún tenía miedo. ¿Y si esto era una equivocación?
Debió darse cuenta, porque acarició mi muñeca suavemente con la yema de sus dedos, justo donde estaba la marca.
—No necesitas tomar decisiones ahora —susurró—. Pero no debes tener miedo. No estás sola. Estoy a tu lado. Y pase lo que pase defenderé lo que somos ahora.
Lo miré. Sus ojos dorados ya no me parecían intimidantes. Solo eran sinceros. Como si se comunicaran sin palabras. Como si me envolvieran desde adentro.
Y en ese instante, comprendí que mi vida jamás sería la misma.