Haniel Estrada ha logrado obtener su título oficial de detective de la policía tras los eventos ocurridos en contra de su ahora muerto padre.🕵️♂️
Ahora como el tutor de su hermana adolescente y de la hija del detective Rodríguez, debe dividir su tiempo entre ser "Padre" y su pasión, pero toda felicidad tiene su fin.🙃
Su medio hermano Carlos ha jurado venganza en contra de Haniel y sus protegidas por la muerte de su padre y promete ser el próximo asesino serial y superar a su padre😬
¿Podrá Haniel proteger a sus seres queridos y evitar tantas muertes como las que ocurrieron antes?💀
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UN INFORME SOBRE LA VERDAD
La mañana comenzó con un cielo despejado y un aire fresco que se colaba por las rendijas del viejo autobús escolar. Jessica estaba sentada junto a la ventana, con el mentón apoyado en la mano. El ruido metálico del motor mezclado con las risas y gritos de los demás niños llenaba el ambiente. Afuera, como una sombra silenciosa, la patrulla seguía al autobús a paso constante. Jessica no podía evitar mirar de reojo por el vidrio empañado: los faros azules que brillaban de tanto en tanto le recordaban que no estaba sola, aunque más que protección, sentía que era vigilancia.
Los demás niños hablaban de juegos, caricaturas y planes para la graduación. Jessica, sin embargo, apenas los escuchaba. Sus pensamientos regresaban una y otra vez al informe policial que había encontrado el día anterior. La idea de que Haniel, el hombre que había cuidado de ella como un hermano, pudiera haber matado a su padre, le apretaba el pecho.
Cuando el autobús se detuvo frente a la escuela, Jessica bajó con paso mecánico. El bullicio del patio, el olor a tierra húmeda y lápices recién afilados la recibieron, pero ella no se sintió parte de nada de eso. Caminó hasta su salón de clases, donde las paredes estaban decoradas con carteles coloridos y tareas colgadas con tachuelas. Se sentó en su pupitre, intentando aparentar normalidad.
La maestra comenzó con matemáticas, trazando operaciones en la pizarra. Jessica copiaba los números en su cuaderno, pero su mente se deslizaba en otra dirección. Veía las cifras convertirse en letras, en nombres, en recortes de periódicos. Pensaba en las páginas que había encontrado en internet, en las contradicciones entre lo que decían los reportes y lo que ella había escuchado en casa.
Un golpe seco de tiza contra la pizarra la hizo parpadear.
—Jessica, ¿puedes resolver esta operación? —preguntó la maestra con una sonrisa cansada.
Jessica se levantó despacio, tomó la tiza y escribió la respuesta correcta. Los demás aplaudieron suavemente, y ella regresó a su asiento con el corazón acelerado. Apenas se había concentrado y, sin embargo, había acertado. Esa misma desconexión con la clase la hacía sentir en otro mundo.
El recreo llegó como una campana de libertad. Los niños salieron corriendo al patio, entre risas y el crujido de las bolsas de frituras que se vendían en la tiendita. Jessica, en lugar de jugar, se quedó pensativa en un rincón, mirando a los demás. El cielo parecía demasiado brillante para lo que ella llevaba dentro.
El resto del día pasó entre materias que apenas podía seguir: ciencias, historia, lengua. Sus cuadernos estaban llenos de palabras a medias, con letras que se torcían cuando sus pensamientos se desviaban hacia la noche de la muerte de su padre.
Finalmente, llegó la última clase: informática. La sala olía a polvo y plástico viejo, con el zumbido constante de las computadoras encendidas. Los demás niños se entretuvieron con ejercicios sencillos, como redactar pequeños textos o dibujar formas en programas básicos. Jessica, en cambio, esperaba el momento oportuno.
Cuando sonó el timbre final, la maestra pidió a todos que guardaran sus cosas. El salón se llenó de ruido de sillas arrastrándose y mochilas cerrándose. Jessica se acercó al escritorio con el corazón latiéndole rápido.
—Profe —dijo con voz suave—, ¿puedo quedarme quince minutos más? Tengo una tarea de otra clase que necesito terminar aquí. No se preocupe, la patrulla que está afuera me llevará a casa.
La maestra frunció el ceño, dudando por un momento. Luego miró hacia la ventana, donde efectivamente los destellos de la patrulla eran visibles en la calle. Suspiró y asintió.
—Está bien, Jessica, pero solo quince minutos. Le avisaré a la bibliotecaria para que esté pendiente de ti. No te demores demasiado.
Jessica sonrió con gratitud. La maestra recogió sus cosas y, tras despedirse, dejó que la bibliotecaria entrara al salón. Una mujer de mediana edad, con gafas colgando de una cadena y una expresión tranquila, se sentó al fondo con un libro en las manos, dándole espacio a la niña.
Jessica encendió nuevamente el monitor. El brillo de la pantalla iluminó sus ojos decididos. Tecleó con rapidez: informes policiales, caso Detective Rodríguez y Haniel Estrada, muerte no esclarecida. Los resultados llenaron la pantalla. Documentos, notas antiguas de periódico, versiones contradictorias.
Y entonces lo encontró: un archivo escondido entre los registros digitalizados de la comisaría. Un informe breve, sellado como confidencial en su momento, que mencionaba un nombre que le hizo contener el aliento: Haniel Estrada dispara lentamente a detective Rodríguez.
Jessica sintió que el corazón le retumbaba en los oídos. Imprimió el documento rápidamente, escuchando cómo la impresora escupía las hojas con un zumbido que parecía demasiado ruidoso en aquel salón vacío.
Guardó las hojas dobladas dentro de su cuaderno justo cuando la bibliotecaria levantó la vista.
—¿Ya terminaste, niña? —preguntó con voz suave.
—Sí, ya terminé —respondió Jessica, con un hilo de voz.
Apagó la computadora, tomó su mochila y salió del salón. El pasillo estaba casi vacío, con apenas algunos ecos de pasos lejanos. Afuera, el autobús escolar ya había partido. La patrulla permanecía estacionada, esperándola como una sombra.
Jessica apretó contra su pecho el cuaderno con el documento escondido en su interior. Había encontrado algo, lo sabía. Y lo que había descubierto podía cambiarlo todo.
El aire de la tarde le golpeó el rostro cuando subió a la patrulla. La sensación no era de alivio, sino de que el juego apenas comenzaba.
Jessica subió al asiento trasero de la patrulla, sintiendo el olor a tapicería caliente y gasolina que impregnaba el aire. El oficial al volante apenas le dirigió una mirada breve a través del espejo retrovisor, como para asegurarse de que estaba bien, y luego arrancó el vehículo. El rugido del motor llenó el silencio incómodo.
La niña abrazó su mochila con fuerza, como si dentro llevara un tesoro o una bomba a punto de estallar. El cuaderno escondía las hojas recién impresas, y con ellas, la primera pista real que tenía sobre la muerte de su padre. Su corazón golpeaba contra el pecho con tanta fuerza que temía que el policía pudiera escucharlo.
El paisaje de la ciudad pasaba lentamente por la ventana: niños jugando en la acera, el olor a pan recién horneado escapando de una panadería, los anuncios brillando con colores chillones. Todo parecía cotidiano, normal… salvo por el torbellino de pensamientos que la consumía.
¿Y si Haniel me mintió todo este tiempo?
Esa pregunta era un golpe de frío que le recorría la espalda. Se mordió el labio con fuerza, como si el dolor pudiera traerle calma. Miró de nuevo hacia el frente: la luz roja de un semáforo tiñó el interior de la patrulla, bañándola con un resplandor inquietante.
El oficial tarareaba algo por lo bajo, ajeno a la tormenta que llevaba Jessica por dentro. Ella apretó más fuerte la mochila. Una parte de sí misma quería abrir las hojas en ese instante, leerlas hasta memorizarlas, pero otra parte tenía miedo de lo que encontraría.
Cerró los ojos un segundo y se dejó arrullar por el traqueteo del vehículo. El documento era como una puerta entreabierta: bastaba con empujarla un poco para entrar en un mundo que quizá cambiaría todo lo que sabía sobre su familia.
La patrulla tomó el desvío hacia su barrio. Jessica respiró hondo, sabiendo que cuando llegara a casa, tendría que enfrentarse a las palabras escritas en esas hojas. Y estaba segura de algo: lo que había descubierto no solo la acercaba a la verdad, también la ponía en la mira de alguien más.