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El Velo De La Mentira: La Novia Intercambiada

El Velo De La Mentira: La Novia Intercambiada

Status: Terminada
Genre:Mujer poderosa / Mafia / Traiciones y engaños / Novia sustituta / Romance oscuro / Completas
Popularitas:541
Nilai: 5
nombre de autor: AUTORAATENA

Jasmim y Jade son gemelas idénticas, pero separadas desde su nacimiento por un oscuro acuerdo entre sus padres: cada una crecería con uno de ellos en mundos opuestos. Mientras Jasmim fue criada con sencillez en un barrio modesto de Belo Horizonte, Jade creció rodeada de lujo en Italia, mimada por su padre, Alessandro Moretti, un hombre poderoso y temido.

A pesar de la distancia, Jasmim siempre supo quiénes eran su hermana y su padre, pero el contacto limitado a videollamadas frías y esporádicas dejó claro que nunca sería realmente aceptada. Jade, por su parte, siente vergüenza de su madre y su hermana, considerándolas bastardas ignorantes y un recordatorio de sus humildes orígenes que tanto desea borrar.

Cuando Marlene, la madre de las gemelas, muere repentinamente, Jasmim debe viajar a Italia para vivir con el padre que nunca conoció en persona. Es entonces cuando Jade ve la oportunidad perfecta para librarse de un matrimonio arreglado con Dimitri Volkov, el pakhan de la mafia rusa: obligar a Jasmim a casarse en su lugar.

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Capítulo 15

📖 **Capítulo 15 – El Jardín y el Predador**

El sol del mediodía se filtraba por las copas de los árboles del Jardín Botánico de Milán, esparciendo manchas doradas sobre el camino de piedra. Las flores, en plena floración de invierno, pintaban el parque con tonos inesperados de color y vida. Fue allí, entre rosales tímidos y bancos de madera cubiertos por hojas caídas, donde Dimitri Volkov estacionó su coche negro importado, observando desde lejos la figura solitaria que había llamado su atención.

Jasmín, vestida con un suéter beige que contrastaba con su cabello pelirrojo recogido en una trenza simple, caminaba lentamente entre las plantas. Se agachaba para sentir el perfume de las flores, pasaba los dedos por los pétalos como quien conversa con la naturaleza. Su semblante, por primera vez en muchos días, parecía calmo y encantado. Ella sonreía suavemente a cada pequeño descubrimiento botánico, como si el mundo a su alrededor estuviera hecho solo de belleza.

Desde el interior del coche, parado a una distancia segura, Dimitri la observaba en silencio absoluto. Su mirada gris, tan fría como las tormentas rusas, no parpadeaba. Cada movimiento de ella parecía absorbido por su mente como un estudio, un misterio. Él se reclinó en el asiento, relajándose como un predador que ha encontrado a su presa — pero no para devorarla; antes, para comprenderla.

Al lado de él, Cassandra, la amante que lo acompañaba desde la noche anterior, giró los ojos azules con impaciencia. Su perfume dulce llenaba el interior del coche, pero ni siquiera la intensidad del aroma consiguió desviar la atención de Dimitri.

—¿Estás enamorado, pakanm? — soltó con desdén, su voz ronca como seda rasgada. — ¿Qué tanto miras? Esa agua de salchicha parece un cadáver de tan blanca.

Dimitri sonrió sin quitar los ojos de Jasmín. La palabra “pakanm” — querido — parecía casi irónica en los labios de Cassandra.

—¿Celos, Cassandra? — preguntó él, la voz baja, arrastrada, peligrosa.

—No — respondió ella con una risa fría, pasando la lengua por los dientes como una serpiente — yo me garantizo. Sé que jamás me cambiarías por una inútil y fútil solo porque es “pura”.

Dimitri soltó una risita suave, que más parecía el crujido de hielo partiéndose en invierno. Él continuaba hipnotizado por la escena: Jasmín arrodillada cerca de un arbusto de lavanda, inspirando el perfume púrpura con el rostro iluminado por el sol. Un contraste gritante con Cassandra, cuyos ojos se estrecharon en puro veneno.

—Odias a las mujeres de ese modo… — comentó, aún observando a la joven. No era exactamente una pregunta, sino una constatación que flotó en el aire pesado del coche.

Cassandra balanceó el cuerpo hacia adelante, pegando el rostro al perfil de él, el aliento caliente cargado de café y lujuria.

—Odio la flaqueza — susurró, rozando los labios en su mandíbula, pero sin conseguir distraerlo.

Allí afuera, Jasmín se levantó y caminó hasta un lago artificial en el centro del jardín, donde patos blancos nadaban tranquilos. Ella abrió una sonrisa tan genuina que hasta las arrugas de preocupación que marcaban su frente desaparecieron por un instante. Dimitri sintió una puntada extraña en el pecho. Aquella visión… era pura, intocada, casi como un cuadro renacentista en movimiento. Un recuerdo de algo que él mismo jamás había tenido.

Cassandra bufó alto, golpeando las uñas largas en el panel del coche.

—¿Por qué estamos aquí, al final? Me prometiste que iríamos directo para el hotel.

Dimitri alzó una de las cejas, sin prisa, y finalmente giró el rostro hacia ella. La sonrisa volvió, fina y helada.

—Conductor — ordenó con un chasquido de dedos. — Siga adelante.

Sin esperar respuesta, él se reclinó nuevamente, dejando que la figura de Jasmín desapareciera lentamente por el vidrio trasero. Cassandra echó la cabeza hacia atrás, aliviada, pero la tensión en su mandíbula denunciaba los celos que hervían bajo su piel impecable.

Mientras el coche se alejaba por las calles elegantes que cercaban el Jardín Botánico, Dimitri cerró los ojos por algunos segundos, revisitando cada detalle que había grabado de la joven: la forma en que ella tocaba las flores, la paz que emanaba de su sonrisa, la fragilidad casi etérea que la hacía tan diferente de las mujeres que él conocía. Diferente, principalmente, de Cassandra — linda, sí, pero tan llena de sí que transbordaba arrogancia.

El trayecto hasta el hotel transcurrió en silencio. Cassandra cruzó las piernas con impaciencia, moviendo compulsivamente su celular, como si cada minuto en el coche fuera un desperdicio de tiempo. Dimitri, por otro lado, parecía distante, mirando el paisaje urbano a través de la ventana oscurecida, cada vez más absorto en pensamientos que ni él mismo osaría confesar.

Cuando llegaron a la entrada del lujoso hotel donde la suite presidencial ya los aguardaba, el conductor salió para abrir la puerta. Cassandra saltó hacia afuera como si fuera la dueña del mundo, arreglándose la falda corta y el cabello rubio platinado. Ella se giró, llamándolo con la mirada.

—¿Te vas a quedar ahí, pakanm? — provocó, con una sonrisa forzada.

Dimitri salió del coche sin responder. El viento frío golpeó en su rostro como un aviso. Él caminó al lado de Cassandra hasta la entrada, pero incluso mientras los flashes de los paparazzi capturaban su figura imponente, era la imagen de Jasmín entre flores lo que ocupaba sus pensamientos.

Por dentro, algo en él comenzaba a moverse como lava bajo roca: un deseo que iba más allá de la posesión, más allá del juego de poder que él dominaba tan bien. Era el hambre por algo que tal vez nunca hubiera conocido — y que ni todo el dinero o violencia del mundo podría comprar.

Cassandra, percibiendo la mirada distante de él incluso mientras subían en el elevador de vidrio del hotel, apretó su brazo con fuerza, las uñas casi perforando el tejido del paletó.

—No se te olvide — siseó — eres mío.

Dimitri se giró lentamente, sujetó el mentón de ella y pegó sus labios a los de ella con una intensidad que mezclaba placer y aviso. Cuando se separaron, sus ojos grises estaban fríos como acero.

—Yo no soy de nadie — respondió en voz baja, antes de sonreír como el diablo.

Las puertas del elevador se cerraron, sellando aquella tensión en el interior espejado, mientras que en el Jardín Botánico, Jasmín aún contemplaba el lago sin imaginar que ya estaba en la mira del hombre más peligroso de Milán.

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