Tras años lejos de casa, Camila regresa solo para descubrir que su hermana gemela ha muerto en circunstancias misteriosas.
Sus padres, desesperados por no perder el dinero de la poderosa familia Montenegro, le suplican que ocupe el lugar de su hermana y se case con su prometido.
Camila acepta para descubrir que fue lo que le ocurrió a su hermana… sin imaginar que habrá una cláusula extra. Sebastián Montenegro, es el hombre con quien debe casarse, A quien solo le importa el poder.
Pronto, los secretos de las familias y las mentiras que rodean la supuesta muerte de su gemela la arrastrarán a un juego peligroso donde fingir podría costarle el corazón… o la vida.
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A unas cuantas horas.
Atrás de él está el sujeto con el que se fue.
Los bailarines solo se quedan observando cuando él entra.
Con un movimiento les dice que salgan y le obedecen.
No estoy tan tomada, pero me siento un poco mareada ya que no estoy acostumbrada a beber.
—Oigan, yo pagué.
Les digo y ellos me miran sin saber qué hacer.
—Largo.
Les grita Sebastián y su amigo de al lado solo entra para servirse de mi champagne.
—Quién te viera, Carina.
Me dice sirviéndose más.
—Esa es mía, yo la compré.
Le digo, y Sebastián le quita la botella tirándola a un lado y esta estalla en la pared, haciendo que el vidrio se esparza en el suelo.
—Gabriel, sal.
Le dice a su amigo y este sale dejándonos solos.
—¿Qué mierda haces?
Me dice y sonrío haciéndole frente.
—Quién viera al gran Sebastián Montenegro hablando de esa forma.
—Mira, niña estúpida…
Me dice y no lo dejo terminar de hablar.
—Estúpido tú.
—Cuida cómo te refieres a mí.
Alza la voz y me burlo exageradamente.
—Como me trates te trataré.
—Solo eres mercancía que tus padres ofrecieron a cambio de dinero, así te ves y así te seguirás viendo hagas lo que hagas.
Me dice, y el alcohol que siento en mi cuerpo hace que todo se me duplique perdiendo el razonamiento.
—¿Algo más? Si es todo, salga y dígale a los bailarines que entren, ya que la estaba pasando bien.
Le digo, y el agarre que ejerce en mi mandíbula me lastima.
—¿Crees que soy un estúpido que hará lo que tú digas?
—Bien, entonces salga y yo les diré que entren.
—La próxima vez que quieras portarte como una cualquiera paga con tu propio dinero.
Me dice, y ya entiendo: por eso supo dónde estaba, al usar la tarjeta le notificó.
—Los bailarines están preguntando si se van o se quedan.
Dice Gabriel medio abriendo la puerta.
—¿No escuchaste? Que se larguen.
Le dice Sebastián y su amigo solo niega.
—Solo preguntaba, hasta parece que el que los contrató fui yo y no Carina.
Dice cerrando la puerta. Busco mi bolso y lo dejo ahí, camino a la salida pero Sebastián se interpone.
—¿Y ahora qué?
Le digo, suspirando, cruzada de brazos.
—No he llegado hasta aquí dejándome ver la cara de imbécil. Una, Carina… solo una, y verás de lo que soy capaz.
Me dice saliendo y la puerta se cierra de golpe.
Salgo del club y paro un taxi, le doy la dirección de un hotel donde me quedaré por hoy.
Llego y pago con mi dinero. Elijo la suite, quiero respirar para soportar lo que se avecina.
Me indican cómo y me preguntan por mis maletas, pero lo único que me acompaña es mi bolso, mi celular y el diario de mi hermana.
En algo tuvo razón ese imbécil: mis padres vendieron a Carina como un pedazo de carne.
Eso no pienso discutirlo.
Busco toallas limpias y me meto a bañar. Mi celular no tarda en sonar y ya sé quiénes son.
Lo apago y pido servicio a la habitación. Me traen lo que solicité y lo llevo a la terraza; ahí me acomodo la bata comiendo los postres.
Miro hacia el cielo viendo los fuegos artificiales. Escucho un ruido abajo, me asomo para darme cuenta de que hay una pareja declarándose.
Sonrío al ver lo que ocurre, vuelvo a mi lugar y cuando veo la hora sé que es momento de irme a dormir, ya que en unas horas para ellos es una desgracia el que me case con Sebastián… pero en realidad seré su maldición.